Botija: dejame decirte que hubiera querido escuchar tu respuesta cuando dijiste “alcahuetes” a dos personas desconocidas que hablaban en las afueras de un shopping capitalino, y uno de ellos te preguntó el porqué de esa palabra. Fui yo. Pero parecías sordo, y nada más se supo de vos que la espalda de tu canguro que llevaba estampada la consigna: Todos somos familiares.
Un rato antes había ido a un supermercado y esperado el turno en la única caja donde atendía una persona. Y no en las que un empleado enseñaba y supervisaba a los clientes en el uso de los aparatos que, en poco tiempo, le va a quitar el laburo. Te juro que en ese momento pensé en la nada que dicen los candidatos que aparecen a toda hora y por todas partes, pero que no hablan de los cambios que afectarán a todos, como la pérdida inminente de puestos de trabajo. Y es una de las preocupaciones más acuciantes que debieran formular los que pretendan gobernar.
También recordaba en que, un día como hoy, 51 años atrás, el Goyo y otros, pisaron el Palacio Legislativo, y ahí pasó lo que sabemos, y también lo que queremos saber, y preguntamos cada 20 de mayo: ¿dónde están?
¿Tenés una idea de dónde es esa gente con la que hablaba en la explanada de esa plaza pública? Son de pueblo, botija. Son de verdad, no entelequia de consigna. Son de esos que se caen apenas le mueven el pincel del que están colgados, que la corren de atrás, los que hacen cola en un ministerio por unos pesos para sobrevivir. Y que no siempre los compran, podrías sorprenderte de lo que decían algunas de esas personas con las que me había detenido a recibirles listas de candidatos blancos y colorados, que viene a ser la changa con que se ganan unos pesos durante la zafra electoral de las internas. A esta altura tengo muy claro que aceptar un papel no me va a cambiar de opinión ni hacer que vote a un candidato que no quiero. ¿Y sabés qué, botija? Sospecho que muchos de esos que hacen la diaria, tampoco.
Y dejame decirte, botija, los que dieron el golpe, dijeron que habían quemado y tirado todos los huesos al mar, y no salimos a la calle a gritar que no sólo habían abusado hasta lo increíble, sino que nos tomaban por estúpidos. Así también aceptamos hoy que se desfinancie la seguridad social, una parte de la plata se la llevan las inversoras, que vienen a ser los operadores del poder corporativo del capital, pero de eso no hablamos, ni de las jubilaciones intocables, otro clavo que también nos dejaron los gringos cuando al igual que a los vecinos, nos vendieron una dictadura llave en mano. Y esa deuda la pagamos todos los días, cada vez que usamos el teléfono, encendemos la luz o vamos al supermercado que presiona para que usemos las cajas automáticas. Nada ha sido casual, ni los cinturones de pobreza que aumentan y rodean las ciudades, ni los miles que andan tirados en las veredas y fumando de una lata. Seguimos igual de débiles y endeudados.
Y dejame decirte algo más, botija, ya que no fue posible hablar contigo, porque nada más dejaste ver tu canguro estampado en la espalda, después de soltar una palabra con la que pretendiste acusar a dos personas a las que no conocías. Decirte que, en 1971, en período electoral, los jóvenes no éramos mejores, y también hacíamos juicios equivocados, nada más identificábamos algunas cosas que hoy parecen confusas, y también comprábamos versos y espejitos de colores, los mismos que andábamos de pegatinas hasta la madrugada, y entre tantas otras cosas, como salir casa por casa, también entregábamos listas. Y mirá que caminábamos sobre lechos de rosas, a veces terminábamos en cana, o te metían un caño en la sien. Y también hablábamos de la dependencia, esa que no terminó nunca, y que condicionaba la vida del país. Y de la esperanza que teníamos en cambiarla. Hoy ni se habla del sometimiento que pone en riesgo la sobrevivencia de esta sociedad, los que ya están sin laburo, los desgraciados carne de cañón de la crónica diaria, los que se van a quedar sin laburo, los que reparten listas a cuenta de un jornal, los que laburan y estudian con futuro más que incierto, todos vamos en el mismo barco, como yo, como vos, botija.
Y entre aquellos muchachos del 71’, conocí a algunos que hoy son fotos que van delante en la marcha del 20 de mayo.

