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Iberoamérica: la geometría sagrada de la oportunidad por Diego Castrejón

Iberoamérica: la geometría sagrada de la oportunidad por Diego Castrejón
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Los datos de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe, pronostican que la salida de la pandemia dejará en la región 220 millones de pobres, de ellos más de 67 millones en condiciones de extrema pobreza. Según el último informe anual de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Iberoamérica ha alcanzado los 30 millones de universitarios. Un capital social de valor incalculable, el único ejército que debería existir sobre nuestra tierra. El que nos debe llevar, por el camino del conocimiento, a la emancipación profetizada por Paulo Freire. Ese conocimiento, unido al valor personal de sus mujeres y hombres, debe ser el pilar sobre el que se debe construir un espacio en el mundo para Iberoamérica.

Desde España se aprecia que hace mucho tiempo que nuestra consciencia se mudó de barrio. Se mudó de barrio y se comporta como uno de esos malos vecinos que se olvida del lugar de dónde viene, de sus raíces, de su pasado. El eurocentrismo histórico nos coloca con demasiada frecuencia en la unidireccionalidad que desemboca en la América hispana. Ese hecho injusto, obvia la gran influencia que América tiene en la historia de España. De ese puente de ida y vuelta, dónde nuestras historias, las bonitas y las que nos avergüenzan, sobreviven, nace la realidad inmensa y extraordinaria que es Iberoamérica. Una identidad iberoamericana a la que, desde la Península Ibérica, le hemos dado la espalda, desde que nos mudamos al nuevo barrio, sin darnos cuenta de que, no por mirar al norte dejamos de ser parte del Sur Global.

Ahora que todos los profetas de barraca que recorren los canales de televisión y espoleados por la arrogante osadía de la ignorancia, nos vaticinan un nuevo mundo lleno de cambios; desde la Europa americana debemos reconocernos en nuestra identidad iberoamericana y limpiando de nuestro ADN los restos de la identidad del colono, participar en plano de igualdad en la creación de un nuevo espacio iberoamericano, que se posicione unido en el mapa del mundo que debe surgir del tiempo de la pandemia.

Nuestra sociedad se encamina a un escenario apocalíptico del que solo nos salvará un nuevo Plan Marshall, eso al menos, quieren hacernos creer desde las élites. Un nuevo pacto que se forjará en las fraguas de los grandes titanes de la economía mundial. Que será ofrecido, para su defensa, a los centros del poder político, y del que la mayoría de la sociedad seremos espectadores, a la espera de que nos toque el turno de morir aprisionados por la razón con la que tratarán de justificar nuestros sacrificios.

De la Segunda Guerra Mundial, con la que se compara este tiempo continuamente, surgió la nueva versión de lo que los revolucionarios del Siglo XVIII llamaron el progreso. Para la burguesía de la Ilustración, el progreso, fue la excusa para propiciar el movimiento del centro de control social, desde la aristocracia de origen nobiliario a la nueva de origen económico. En la Revolución Francesa murieron los pobres para que ganaran los ricos. En las Guerras de la Independencia americana, el pueblo dejó la vida por la promesa del progreso. Progreso que, desde entonces, está secuestrado por las oligarquías.

Leer a Boaventura de Souza Santos, te conecta con la consciencia de que el progreso tiene demasiadas promesas por cumplir, de las que las clases sociales trabajadoras y las clases sin derechos son acreedoras. Los pobres, las minorías y los sin derechos no son los destinatarios de los beneficios del progreso, son el combustible necesario para que la máquina de los poderosos funcione a toda costa.

De esas promesas incumplidas surge la desigualdad, son el lugar donde habita el hambre. Una falta de alimento, que es hambre compartida por Iberoamérica, y que al margen de en la ausencia de un plato sobre la mesa, se materializa en la desigualdad y en el ostracismo impuesto por las élites. Esta hambre iguala a los dos lados del Atlántico, como lo hace el miedo por el virus que hoy nos confina.

En tiempos como los que vienen, los derechos humanos se resienten. El hambre que se cierne sobre nosotros va a ser justificada por los poderosos, y para que la aceptemos, traerán promesas en nombre del progreso. No habrá un mundo nuevo sin las clases humildes. No podemos dejar el futuro en manos de unos Estados sometidos a los intereses del poder económico. Los derechos fundamentales son las herramientas con las que la sociedad se puede defender de eso abusos. Que la defensa de los derechos humanos, desde el ejercicio de los derechos fundamentales, deje de estar en manos de los estados y sea liderada por la sociedad iberoamericana será el logro del nuevo tiempo.

Para el universo de la iberoamericanidad, el tiempo que viene, es un tiempo de crecimiento desde la grandeza de las culturas, que corren por las venas de su gente. Un tiempo que debe permitir la emancipación de las falsas promesas del progreso creado por las élites. De defender el patrimonio natural, del que no puede ser dueño ningún poder ni político ni económico y de alcanzar la justicia social sobre la que edificar un espacio vital, que garantice la posibilidad real de llegar a ser.

Los derechos fundamentales, como herramientas de construcción masiva, serán los vértices de la geometría sagrada de la oportunidad que el futuro ofrece a Iberoamérica. La oportunidad de construir un hogar en el mundo para 680 millones de personas.

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