Desde el 14 al 28 de febrero se realizó en la Sala Verdi el Festival Cercanías, que reunió obras de colectivos del litoral de nuestro país.
Haciendo el camino desde el norte y partiendo desde Paysandú se deben recorrer algo menos de 130 km para llegar a Fray Bentos, y luego casi 140 km para llegar desde Fray Bentos a Carmelo. Las rutas que se transitan son paralelas al río Uruguay, el que da nombre a nuestro país, y las tres ciudades establecen un vínculo de identidad muy fuerte con el río. Luego, desde Carmelo, se deben recorrer 240 km para llegar a la capital. Colectivos de las tres mencionadas ciudades del litoral se establecieron durante las últimas dos semanas de febrero en la Sala Verdi para llevar adelante el Festival Cercanías, primer festival de teatro litoraleño en Montevideo.
Es difícil hacer proyecciones, pero seguramente estemos ante un hecho significativo para la escena local. Si para los integrantes de los colectivos litoraleños puede ser positivo poder mostrar su trabajo en una programación pensada, integrada, que muestra la obra de cada uno en un contexto más amplio que permite identificar una posible estética común, para el público montevideano ha sido una posibilidad de reconocerse muy significativa. En Montevideo solemos tener vergüenza de que algunas formas de hablar locales aparezcan en los escenarios, o de que marginales montevideanos sean llevados a las tablas, aunque solemos celebrar alegremente a marginales de Berlín, París, Nueva York o San Petersburgo. Los colectivos Imaginateatro de Paysandú, Teatro Sin Fogón de Fray Bentos y Teatro Decartón de Carmelo presentaron historias que reúnen a personajes simples que son atravesados por fuertes marcas de identidad local, permitiendo al alienado espectador montevideano estar frente a un teatro que sin perder identidad litoraleña, es claramente uruguayo y latinoamericano y le devuelve un reflejo de sí mismo mucho más real que el que devuelve el teatro que suele ver.
La espalda de las estrellas
En 1966 Aníbal Sampayo, ante la acusación desde un diario salteño de que su canto era “argentino”, escribió el ensayo Nuestra canción del litoral. Allí expuso las fuentes de su música, entre las que se destacan las guaraníes que pervivían tanto en el litoral uruguayo como en Paraguay y la provincia argentina de Corrientes. Pero lo que nos interesa destacar aquí es la siguiente afirmación de Sampayo: “Soy artista, y como tal pretendo verle la espalda a la estrella, trabajo para las cosas que existen sobre la tierra. Sueño, y al mismo tiempo estoy asido a la realidad cotidiana. Con mi obra no persigo sólo gustar por mi música, sino hacer conocer mi país (…) Los temas reflejan el sentimiento de la colectividad (…) El cultivo de expresiones comunes acerca a los hombres y se establece una corriente de entendimiento y fraternización. Este fenómeno se extiende a las proyecciones en los medios cultos. Cada día es más visible que el vulgo está constituido en su mayoría por la gente desposeída (la gente de abajo) y que el sector culto es el que gobierna, que impone su manera de vivir. Por eso aparece desde abajo la muda protesta del sector empobrecido que lleva a las coplas, cantares, dichos y refranes, los anhelos de reivindicación.”
Las palabras de Sampayo podrían usarse para describir algunos aspectos de las obras que vimos en el Festival Cercanías. Decía Coriún Aharonián hace tres décadas: “el teatro latinoamericano se debate entre la actitud colonial y el populismo”, entendiendo por actitud colonial el teatro que quiere llegar a ser como Chejov o Shakespeare, en vez de tomar la obra de esos grande dramaturgos como punto de partida para crear algo propio, y la populista la que elogia el estereotipo de “pueblo” que congela su situación subordinada y dependiente. El trabajo de los colectivos que integraron el festival Cercanías trasciende tanto la actitud colonial como el populismo, ensayando un teatro de genuina identidad local que logra, dialécticamente, trascenderla.
“Esto es una invasión”
El miércoles 28 fue la última función de La hospitalidad, de Teatro Sin Fogón de Fray Bentos. La obra, protagonizada por Gloria Demasi y Sebastián Barret, reúne a una mujer perdida en la ruta que es “rescatada” por un joven que la lleva a su casa. El joven trabaja en migraciones (y podría ser de cualquiera de las tres ciudades, que tienen puertos o puentes de tránsito hacia Argentina) y la mujer no recuerda quien es, o no quiere recordar. Si bien poco sabemos del lugar específico de los personajes, es el habla de la mujer la que delata su lugar de origen, la comunidad a la que pertenece, y más allá de la historia puntual es el vínculo entre los dos personajes lo que sustenta al espectáculo. Entre varios intentos de recuperar la memoria de la mujer una anécdota del joven es significativa, estando en Buenos Aires un taxista paraguayo le había dicho, ante la presencia de africanos en Buenos Aires: “esto es una invasión”. Las contradicciones que el propio “pueblo” protagoniza no son obviadas por Leonardo Martínez, autor y director de La hospitalidad.
También de dramaturgia y dirección de Martínez fue la obra que abrió el Festival el 14 de Febrero. Gema, a cargo de Teatro Decartón de Carmelo, es protagonizada por Merlina Martínez y Juan Frache. La historia aquí es más simbólica, tomando del clásico relato de caperucita roja un esquema en que el lobo termina siendo un aliado de Gema, al permitirle ver, en su camino de maduración para ser una mujer, los peligros que otros humanos le ofrecerán, más que los animales salvajes. Es particularmente eficaz en esta obra el trabajo físico de los actores, una escena es ilustrativa. Apoyándose espalda con espalda, y elevándose alternadamente, los creadores logran mostrar lo invasivo y violento que puede ser una visita de una adolescente a un ginecólogo varón y adulto.
Entre el 17 y el 23 de febrero llegaron dos obras de Imaginateatro de Paysandú. La primera fue Manduraco, el cabortero, aquella obra en que Darío Lapaz y Danilo Pandolfo juntaron la voz de un cuidacoches de la Sala Verdi, el universo de los boliches de barrio, la lucha por trascender de boxeadores fracasados y otros elementos para crear un unipersonal potente, en que un “loser” del litoral da sus últimos manotazos para recobrar un éxito dudoso. El otro espectáculo de Imaginateatro, con actuación de Laura Galin, dirección de Darío Lapaz y dramaturgia de ambos, presenta la historia de una nieta de inmigrantes rusos, de los que poblaron la localidad de San Javier. Siguiendo una historia que se vincula directamente con la biografía de Galin, la obra recoge retazos de la historia de nuestro país, contada desde la singularidad de esos inmigrantes que construyeron poblados y ciudades huyendo del hambre de su tierra de origen, pero sin olvidarla nunca. Matrioska en definitiva es la historia de un mestizaje, como tantos de los que estructuran la identidad latinoamericana.
El lunes 19 se realizó un conversatorio al que no pudimos asistir pero que intentaba contextualizar la obra de estos grupos e indagar en una posible estética que los una en su práctica teatral. Estibaliz Solís es la investigadora que inició esta búsqueda y acerca la investigación universitaria a una práctica teatral viva, en pleno desarrollo.
Párrafo aparte merece la Sala Verdi, que facilita al público montevideano el acercarse a espectáculos que llegan del otro lado del Atlántico, pero también de Latinoamérica (espectáculos de México, Chile o Brasil llegan regularmente a Montevideo gracias a esta sala) y de nuestro propio país. La posibilidad de ver la vitalidad y originalidad de creadores que están a unos pocos cientos de kilómetros debería ser más frecuente, la posibilidad de este Festival debería ser un punto de partida para que el intercambio aumente.
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