En el torbellino de los primeros 50 días del segundo mandato de Trump, signado desde el primer día con acciones drásticas (mediante “órdenes ejecutivas” y no leyes del Congreso) que han puesto el mundo que conocíamos patas para arriba, pasó casi inadvertido el notable cambio de política editorial del señero Washington Post.
Ya algo se había movido en octubre pasado cuando Jeff Bezos, el billonario propietario del Post desde 2012 y, más importante aún, fundador y CEO de la muy exitosa plataforma de comercio electrónico Amazon, decidió interrumpir una establecida política del diario, común por otra parte en muchos medios de prestigio, de dar su apoyo a un candidato en las elecciones presidenciales. Intuyendo que el apoyo iba ir a la candidata demócrata Kamala Harris, Bezos encontró que no siempre había sido política del Washington Post dar su apoyo a un candidato y prefirió la neutralidad. Nada malo con esto, salvo que justo esa política cambia cuando se intuye que el probable ocupante de la Casa Blanca a partir del 20 de enero de 2025 es una persona con poco aprecio por la libertad de prensa y con las críticas a su gestión y a su persona.
Esa decisión no fue gratuita. El Post perdió 250.000 suscriptores, aproximadamente un 10% de su base total de suscriptores en papel y digital. Y perdió varios periodistas de prestigio.
Lo que comenzó a insinuarse en octubre de 2024 se confirmó en febrero 2025 cuando Bezos anunció en la red social X que despedía a su director de la sección de Opinión y señalaba un cambio importante en la orientación de la misma. A partir de ahora, según Bezos, en las páginas editoriales del Post solo se escribiría sobre las libertades personales y sobre el libre mercado, los dos pilares sobre los que se habían construido los Estados Unidos. Pero además de la restricción temática, habrá una restricción de orientación: no se aceptarán opiniones contrarias a ellas. Bezos dijo que con la proliferación de las redes sociales ya había bastante opinión para todos los gustos.
El cambio de Bezos supone un giro de 180 grados en la política que aplicó por años desde la compra del periódico en 2013. Cuando Bezos compró el Washington Post por US$ 250 millones a la familia Graham sabía que compraba un periódico con serios problemas económicos y con grandes necesidades de inversión. Pero sabía también que compraba un periódico con una enorme credibilidad encima, que había luchado dos enormes batallas (el caso Watergate y los Papeles del Pentágono) y las había ganado contra toda la artillería gubernamental de la época. Onus et honor. Una carga, pero un honor impresionante. Algunos dicen que no sabía en lo que se metía, pero Bezos era consciente que compraba al Post no para hacer negocios, sino para fortalecer a la democracia.
Según Marty Baron, quien fuera editor ejecutivo de The Washington Post hasta 2021 y por tanto conocedor íntimo de la política de Bezos en esos 8 primeros años, Bezos creía firmemente que “la misión del periodismo es muy importante para la democracia” y para ello es muy necesario que publicaciones como el Washington Post existan.
Y fue el propio Baron quien destacó el apoyo de Bezos a la misión del Post sin interferir en la línea editorial pero apostando a la transformación digital del medio. De este modo se logró ampliar la cobertura del Post fuera del ámbito de Washington, duplicó el tráfico e incremento el número de suscriptores. Según Baron (editor en su momento del Boston Globe y ganador de un premio Pulitzer por su cobertura por los abusos de pederastia en la diócesis de Boston), fue el propio Bezos quien apoyó la idea de usar como lema del diario la frase “Democracy dies in darkness” (La democracia muere en la oscuridad) en febrero de 2017.
Bezos tenía claro que el Post debía ser un faro potente que alumbrara en la noche y fue con ese espíritu que se introdujo en la aventura de comprar uno de los diarios más señeros y respetados de los Estados Unidos pese a tener otros intereses económicos que podrían ser perjudicados por la actuación del periódico. Claro que por entonces apenas comenzaba el primer período de Donald Trump. El Post solo había sufrido una cancelación a participar en una conferencia de prensa de Trump cuando este era candidato en febrero de 2016.
Bezos ni imaginaba que el Post ganaría dos premios Pulitzer por su cobertura del intento de la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021. Y que sostener ese lema no sería fácil ante un Trump 2.0.
Ahora hay un Trump recargado en la Casa Blanca que dispara contra todos ya sea en materia arancelaria, en la guerra de Ucrania, en Medio Oriente o en la anexión de Canadá. Ya no hay amigos permanentes, como en el viejo orden, tan solo intereses permanentes, y aún estos intereses pueden cambiar según lo dicte el ego del presidente o su estrategia de negociación. Y ni aún los ricos y poderosos están seguros.
Por eso Bezos prefiere dedicar la sección editorial del Post a temas que no le generen problemas con Trump.
¿Puede hacerlo? Por supuesto. Está en su derecho como accionista. Puede suprimir la sección Opinión. Pero corre el riesgo de dejar de contribuir a dar luz a que la democracia sobreviva en épocas difíciles. Y corre también el riesgo de que el Post pase a ser algo irrelevante. Bezos podrá decir que puede permitirse ese lujo. Quienes no pueden permitirse el lujo son los Estados Unidos y el mundo occidental, que se han nutrido de la libertad de expresión y de la contribución de los medios -con todas sus falencias- al debate público. Algo que no harán todas las redes sociales juntas en el futuro venidero.