La situación de aislamiento que se ha generado a nivel global debido a la pandemia ha dejado a la vista la “fragilidad” de quienes viven de la producción de bienes culturales, en particular de quienes se dedican a las artes escénicas. Sobre esto se ha escrito mucho, pero no siempre se ha puesto el foco en que esta fragilidad radica en el lugar que estas prácticas ocupan en la concepción socio-económica de cada país. En el contexto de sociedades de mercado, un disco, una canción, una obra de teatro o un espectáculo de danza, deben “realizarse” en su “mercado” específico. Salvo para los diversos cuerpos estables, en los distintos países las y los artistas deben “vender” el producto de su trabajo para intercambiarlo luego por otros productos que garanticen su subsistencia. En este aspecto, el productor de bienes culturales está en la misma situación que millones de personas en Latinoamérica que viven de un jornal, y que si no encuentran donde vender el producto de su trabajo (o su fuerza de trabajo), no comen.
El reclamo, justo, de que el Estado subvencione a las artes escénicas debería ser parte de al menos dos discusiones. La más amplia es la que implica que el Estado garantice un cierto nivel de ingresos a cualquier integrante de la comunidad, y de esta forma nadie deba mendigar un plato de comida ni un refugio para no morir de frío (y artistas que mueren en la miseria se cuentan por decenas de miles en nuestro continente). Por otro lado, se podría plantear que la cultura sea tratada como la salud, o la educación, y por ende sea el Estado el que la garantice, profesionalizando a quienes se dedican a esa actividad para que no queden librados, ni quienes producen ni quienes consumen, a los avatares del mercado. El punto es que no solo esa discusión no está dada, sino que incluso los servicios de salud y de educación públicos, donde existen, se encuentran amenazados por un capital que apunta allí para seguir reproduciéndose. Uno de los puntos, entonces, pasaría por cuestionar la propia dinámica económica capitalista, que es la que genera esta fragilidad. Pero no se han escuchado voces que vayan por ese carril.
Mensaje de la revista Conjunto de la Casa de las Américas
El pasado domingo 6 de julio la revista Conjunto de la Casa de las Américas, hizo circular una declaración en que se pedía por “una declaración de emergencia para la escena latinoamericana y caribeña” en donde se afirmaba “La pandemia ha afectado y sigue afectando cada día la vitalidad y el desarrollo del teatro latinoamericano y caribeño y arriesga la supervivencia de valiosas agrupaciones (…) Mientras grupos y artistas generan iniciativas virtuales para sostener la actividad creadora y la comunicación con el público y con sus colegas de todas partes, con eventos, maratones, monólogos, paneles y talleres en línea, como impulso vital para impedir que el teatro muera, muchos gobiernos neoliberales, carentes de políticas culturales humanistas e indiferentes a la necesidad de preservación y afirmación de la identidad de sus pueblos, dan la espalda a la cultura y a sus artistas (…) Los grupos que integran este movimiento ya estaban en crisis cuando los alcanzó la pandemia, pues no cuentan con subvenciones ni apoyos estatales regulares, ni seguridad social ni médica. Los teatristas, junto a muchos otros núcleos de creadores, integran esos grupos olvidados por la sociedad capitalista (…) Colectivos de sostenida trayectoria como la Compañía del Latón, de Brasil, Contraelviento, de Ecuador, y la Casa del Silencio, Corfesq, Chango Teatro y La Maldita Vanidad, de Colombia, se han visto obligados a abandonar sus salas, adquiridas y mantenidas con mucho esfuerzo, por la imposibilidad de costear sus gastos, y hay muchas más al borde del cierre. Así también se han perdido diez locales de la Red de Salas y Espacios Alternativos del Perú, y la Tribo de Atuadores Ói Nóis Aqui Traveiz, de Brasil, ha debido lanzar una campaña para tratar de salvar su sede.
Como reclaman en las redes Patricia Ariza, desde la Corporación Colombiana de Teatro, y Ana Correa, del grupo Yuyachkani, en una mesa de mujeres por la cultura en tiempos de pandemia, es necesario que los Estados declaren en emergencia el sector cultura y en particular el teatro.”
La cultura como derecho
La declaración continúa, pero hasta aquí alcanza para entender la gravedad de algunas situaciones, y el eje central, la crisis es previa a la pandemia, solo que esta situación la puso al desnudo. La clave pasa por el total desconocimiento de los diversos Estados (capitalistas) hacia el trabajo de la cultura en general como un aspecto clave del desarrollo de las sociedades. En ese momento recordamos las palabras de Vivian Martínez, directora de la revista Conjunto, que en entrevista con Voces afirmaba: “El teatro cubano es un teatro que está en su inmensa mayoría profesionalizado, atendido por el Consejo Nacional de Artes Escénicas del Ministerio de Cultura que es la entidad responsable de sostener ese trabajo. Cuando una viaja a menudo la gente te dice ¿Pero en Cuba no hay teatro independiente? ¿No hay teatro alternativo? Y les digo que hay teatro alternativo desde el punto de vista artístico, pero todo el mundo que hace teatro en serio quiere pertenecer a la institución, porque la cultura es un derecho en nuestro país, en la sociedad socialista que estamos construyendo. Con las miles de dificultades que tenemos, con el recrudecimiento del bloqueo y (con un Donald) Trump que ha implementado casi 180 medidas contra Cuba desde que tomó el poder. Pero en esa circunstancia el estado cubano prioriza la cultura, igual que la educación, igual que la salud, y cualquier teatrista que hace teatro reclama lo que es para él un derecho. Porque los grupos están estructurados de manera que los artistas tienen un salario garantizado por ejercer su labor profesional de creación artística. Todos los grupos tienen una garantía salarial, un presupuesto, a veces mínimo, para hacer sus creaciones. Y en muchos casos tienen una sede. En algunos casos la sede es una sala, en otros casos es un lugar de trabajo y aplican a las posibilidades de programación de una sala. Así funciona el teatro en toda la isla.” (Voces N° 676)
Una pregunta válida entonces es si es posible, en sociedades de mercado, que la cultura deje de ser vista como una mercancía no imprescindible, como un bien suntuario, para ser percibida como un servicio público. O si para eso habrá que asumir, de una vez, que se debe construir un modelo de sociedad alternativo al capitalista.
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