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La gente ruin no sabe perder: triste, solitario y humillado por Ernesto Kreimerman

La gente ruin no sabe perder: triste, solitario y humillado por Ernesto Kreimerman
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Desde comienzos del mes de abril, las preocupaciones que rondaban los ámbitos políticos y los tomadores de decisión de los Estados Unidos llegaban a los medios de comunicación a través de editoriales, análisis de opinión y artículos de investigación. El clima de fin de ciclo, de liquidación de un ajuste de cuentas que se fue transformando en una pesadilla, se iba tornando irrespirable.

El ciclo emancipador de Barack Obama que tanto aportó a los sectores de ingresos medios y a los trabajadores, con nuevos derechos y una agenda profundamente reparadora de las injusticias y crueldades de un estado discriminador, tuvo su contracara y regresión con Donald Trump. Es muy tentador, para simplificar y opacar la realidad, etiquetar e ironizar. Pero Trump no fue (simplemente) un águila solitaria ni un mentiroso patológico que en sólo cinco años lanzó a través de los medios más de 20 mil mentiras.

En 2016, el Dallas Morning News titulaba su cobertura de la asunción de Trump con una síntesis brutal: “El Presidente transmite un mensaje desafiante contra el orden político”. En verdad, Trump ha sido la respuesta a una confrontación político-social que lleva décadas en los Estados Unidos. Y no comenzó, tampoco, con el heroísmo de los movimientos sociales de los sesenta cuyos exponentes más renombrados fueron Martin Luther King y Malcom X, ambos asesinados. Pero hay otros nombres fundamentales: Stokely Carmichael (Kwame Ture), Willie Ricks (Mukasa Dada), James Howard Meredith y Richard Wright.

Fue la ebullición de los años 50 y 60 las que marcaron la larga lucha de los derechos civiles en los Estados Unidos. Desde aquellos años al final del período de Obama, la tensión por la conquista de derechos civiles de la población afrodescendiente, así como también los “hispanos” y otros, entre ellos los pueblos originarios, fue volcándose a favor de una mejor democracia pero nada de ello fue fácil y mucho menos, sin dolores. La acumulación de un creciente mal humor de una población nacionalista, intolerante, que en la privacidad de su entorno expresaba una vergonzante simpatía con las ideas supremacistas, segregacionistas, chauvinistas, que habían quedado huérfanas de representación política, encontraron en Donald Trump un referente antisistema inesperado.

Como sucedió en otros países, ahora y en otros tiempos no tan lejanos, la expresión antisistema, el lenguaje totalitario y burlón, estigmatizante, potenciado en esta era de las redes sociales, se abrió paso frente a perplejidad de quienes creían que aunque la crisis económica ponía las cosas difíciles, que aunque el país era una potencia en declive, la fortaleza del american dream y su democracia todo lo podían. Obama al final de su mandato dejaba un país menos torturado con su conciencia, que había dado derechos a la salud y a la educación a millones de viejos y niños, de trabajadores.

Obama aportó a la historia mucho más que ser el primer presidente negro. El Obamacare, o la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible, constituyó un avance sin precedentes. Kevin Kruze, docente de historia de Princeton, se permitió decir que solamente con este cambio profundo Obama quedaba al nivel de Teodoro Roosevelt.

Pero Obama tomó una economía devastada y le cedió a su sucesor un país con creación de empleos ininterrumpidos durante 75 meses. Fue la Ley Dodd-Frank, la Ley de Reforma de Wall Street y Protección al Consumidor, de increíbles 1.500 páginas de regulaciones gubernamentales, lo que despertó la ira de sectores que luego se identificarían con Donald Trump, los que le darían su contribución a la financiación de la campaña.

La legalización del matrimonio homosexual también se asegura en este período. La estrategia presidencial fue la de animar el camino judicial hasta que una resolución de la Corte Suprema viabilizó el camino. La defensa de Obama fue fundamental en la consolidación de este derecho.

Obama instaló una nueva mirada del mundo. No sólo respecto a Cuba.  Jugado a favor de acciones medio ambientales fuertes y a la defensa del planeta, en ese período EE.UU. redujo la emisión de dióxido de carbono, aumentó la generación de energía solar y eólica, e impulsó en el marco de la ONU (siendo un socio del multilateralismo) un acuerdo con China para reducir los gases de efecto invernadero en la atmósfera.

Barack Obama es un convencido del importante rol que debe jugar el gobierno en todos los campos de la vida democrática, en sentido amplio.

Trump fue el oportunista que vio su hora, e interpretó los peores sentimientos de una sociedad que frente a una crisis económica, social y política se abría paso con una mirada jugada a la inclusión, al aseguramiento de derechos como salud, educación y condiciones de vida. Y frente a ello reacciona: se suma al descontento que provoca la globalización, y ensaya un discurso enfocado en el antagonismo racial, en particular, enfrentando a la supremacía blanca a una diversidad social creciente. Y todo ello, en lenguaje televisivo de comedia de la tarde: todo pasional, visceral, impulsivo, a ganador.

Como todas las definiciones de Trump iban en un solo sentido, la gestión de los asuntos políticos, de la agenda internacional y de la política económica, fueron de mal en peor, hasta llegar a desastre vergonzante. Superficial y fanfarrón, la vida real no es un reality show de tv donde las cosas se resuelven en 45 segundos. Sólo recogió derrotas pretendidamente disimuladas por coberturas periodísticas timoratas, temerosas o sencillamente seducidas por prebendas.

Pero los últimos meses el país estuvo a la deriva. Indisimuladamente a la deriva. Instaló la incertidumbre. Las grandes corporaciones obviamente prefieren la bonanza, pero navegan en cualquier ambiente económico menos en el de la incertidumbre. Toleran mejor o peor una contracción de la actividad, caídas de precios, etc… pero lo que no les resulta aceptable es la inestabilidad. Y el gobierno de Trump ya había superado todos los límites también en este  terreno.

Un Trump fracasado y cada vez más sólo. Un Trump que se niega a retirarse. Que había hecho ostentación de su anunció de no aceptación de la derrota y estaba convencido que con esta bravuconada se saldría con la suya. Pero no. “Es la economía estúpido”, o acaso no lo recordamos todos?

Trump destruyó una parte del legado de Obama. Con otra no pudo. Pero su perdió en su laberinto de corrupción, prepotencia, decadencia intelectual, y mediocridad. Pero los hombres ruines solo entienden de humillaciones, y ese es el camino que está recorriendo ahora.

Los próximos años serán difíciles para los Estados Unidos. En una elección, la que más respuesta ciudadana ha concitada, la opción era entre un truhán y un senador de 77 años que fue vice de Obama, con una agenda reforzada en asuntos económicos y de las familias.

Esta elección tuvo un alto contenido. Iba más allá de renovar los cargos en juego. Estados Unidos, en el universo de sus contradicciones como toda sociedad, se jugaba por reforzar las instituciones y la inclusión democrática o el tobogán suicida del autoritarismo supremacista.

Hasta el 20 de enero pasarán muchas cosas, muchas tensiones. Pero los grandes centros de poder han asumido que el ensayo DT fue una pésima opción para el país. Que la economía se descarriló, que las tensiones sociales se crisparon, y que en la agenda internacional el único éxito conocido fue el de las operaciones de marketing porque la realidad fue un cúmulo de desaciertos.

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