La hoguera de las vanidades

Vivimos una realidad donde lo más importante es ser conocido.
Todos parecen buscar la popularidad como el símbolo del éxito.
Están los que usan constantemente redes sociales para mostrarse.
Y sirve la foto del chivito que voy a comer o la pilcha que compré.
Cualquier excusa sirve para exhibirme y sentirme un gran influencer
Si voy a un museo tengo que aparecer delante de la obra de arte.
En vacaciones pongo un primer plano de mi cara en Machu Pichu.
Esto sucede con personas normales, ni hablemos de los mediáticos
Muchos confunden que los conozcan con ser popular o con que la
fama automáticamente da la condición de ser formador de opinión.
Históricamente eran escuchados aquellos que sabían mucho.
Tuvimos la época donde los abogados eran los grandes referentes.
Y fueron surgiendo otras profesiones que importaban en la agenda
publica por su conocimiento, producto del estudio de los temas.
Economistas, médicos, politólogos, cientistas sociales y filósofos.
La cuestión es que ahora parece ser que la cultura dejó de importar.
Si tenés muchos seguidores digitales o salís en los medios ya está.
Sos una voz autorizada, aunque digas que nunca leíste un libro.
Lo que más me molesta es que esta mentalidad campea libremente
en el mundo de la comunicación y sobre todo en el periodismo.
Nuestros medios persiguen los “me gusta” digitales, haciendo que
escribas y reporteros busquen los temas que generan quincho.
Ser el primero en anunciar lo irrelevante que se vuelve tendencia
es como si ganaras el premio Pulitzer por una gran investigación.
La gente quiere divertirse, largá el análisis y agarrá pa´l infotainment
Peor aún es que los Tom Wolfe que nos tocaron por padrón se
creen palabra santa y dictan magistral cátedra de todo y a todos.
Además, no admiten que se les critique en nada, son infalibles.
No debemos olvidar nunca que somos espectadores privilegiados,
nunca estamos arriba del escenario, ni como actores de reparto.
La fama es puro cuento, haceme caso, ubícate en la góndola.
Alfredo García