La levedad y la gracia por Nelson Di Maggio
El soporte para elaborar la obra es el papel. No un papel determinado sino la infinita variedad de calidades y densidades: fabriano, canson, seda, offset, fotográfico, verjurado, fotográfico, mapas impresos e intervenidos, recortado, liso, corrugado, apilado, en pedacitos saltando fuera del marco, formando libros o paneles verticales, construyendo y destruyendo formas espaciales. Todo con la advertencia: “los libros deben manipularse para ser hojeados (vistos en anverso y reverso)”.
Libros de tiza, exposición de Beatriz “Pinky” Battione (montevideana de 1947) en la Sala Carlos F. Sáez es un regocijante festín lúdico y visual. Los estudios en Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo marcaron fuerte su trayectoria – ampliada y fortalecida con los ámbitos del IENBA y Club de Grabado- como lo puso en evidencia en el precioso mural realizado con Claudia Anselmi y Laura Severi en la fachada del Cilindro Municipal, devorado por un incendio en 2010.
Ya desde 1972, fecha de la primera exhibición pública, impuso su personalidad de dibujante en el tratamiento sutil de la línea que parecía sostenerse en el aire y no reposar en la superficie del papel. Un trazado lineal que fue aumentando en complejidad con los años de acuerdo a composiciones de planos entrecruzados y transparentes pobladas de elementos figurativos y abstractos que, sin molestarse, convivían en diálogos que aceptaban la veta erótica de impecable sutileza.
En 2005, en la misma sala, Battione hizo Libros+ libros, muestra similar aunque de mayor espesor material. Ahora, en esta oportunidad, utiliza plegables de papel que se pueden armar y desarmar por manos ajenas; pasar del plano al volumen de liviandad escultórica; proponer otros plegables fijos de ambos lados con fotografías y planos de ciudades intervenidas; agrupar hojas en formato libro con elementos recortados para crear una narrativa deliciosamente infantil; formar paneles verticales perforados y metalizados; inventar libros y más libros que convidan al espectador a ser usados y disfrutados porque cada página depara una sorpresa en su alarde imaginativo. La cuidada austeridad no elude la presencia de la gracia espontánea, el sostenido humor que campea libremente en cada hoja para gratificación y regocijo del visitante en el logrado encuentro entre la intimidad afectiva y el fragmentario rescate de un urbanismo en derrota.
La muestra, bien iluminada, atrae por su montaje ágil que obliga al contemplador a mantener el ritmo de permanente curiosidad e interés al detenerse en cada nueva obra. La suavidad de los colores apastelados, característicos de la artista, contribuyen para crear una atmósfera de especial serenidad en el apacible recorrido, ajena al mundanal ruido ciudadano.
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