“El bailarín de ballet se aproxima a veces a esa condición y reproduce gestos formales no modificados por su propia personalidad o por el movimiento exterior de la vida” escribe Peter Brook en El Espacio Vacío. Es una crítica a una forma de entender el arte que implica disciplinar el cuerpo para someterlo y asemejarlo a una realidad pre existente. Una crítica que puede trasladarse de la práctica artística a la práctica social. Estas ideas se nos aparecían de forma recurrente mientras veíamos Cuando se acaba la cuerda, el hecho escénico de Paula Evans y Diego Azar estrenado el pasado 9 de marzo en Espacio Motiva. Tan es así que en la propuesta la “realidad” se reproduce a escala dentro de un edificio de apartamentos que funciona bajo el estricto mecanismo de una cajita de música. Como se explica en el programa: “En este caso la cajita es también un edificio, donde vive una bailarina en cada apartamento, así como también en el hall y el subsuelo. Se le da cuerda a la cajita y vemos su funcionamiento mecánico, de giros perfectamente coordinados con la música, siempre impecablemente igual”. La vida aparece sometida a una dinámica pre establecida, con una melodía que pauta cada movimiento ¿Pero qué pasa si se acaba la cuerda? Sobre esa pregunta se desarrolla un espectáculo que está lejos de poder capturarse bajo la categoría “teatro”.
Paula Evans tiene formación teatral y musical y ha desarrollado una carrera artística vinculada, entre otros espacios, al Laboratorio de Práctica Teatral dirigido por Sergio Luján. Antes de llegar a Montevideo había estudiado ballet en la ciudad de Young. Retomando esa práctica en su casa hace unos años “un día se me ocurrió ponerme zapatillas también en las manos y copiar lo que hacía con los pies. Hice un video de eso, se lo mostré a Diego, y le fascinó por el potencial poético que tenía. A él se le empezaron a ocurrir maneras en que los movimientos de una mano, por ejemplo, activaran un sonido. Y después que eso fuera un edificio y de que hubiera apartamentos y que actuaran dedos. Así fue creciendo y se fueron generando niveles. Que en el subsuelo hubiera pies, manos en el hall y dedos en los apartamentos. Después de eso se fue armando una idea de una obra y un posible guion”
Diego Azar tiene una vasta trayectoria musical como productor y con proyectos solistas y colectivos como SantoAzar, Sombras Picantes y La Orquesta Subtropical. Retomando la idea de que Cuando se acaba la cuerda surge a partir de una propuesta plástica y no de una idea preconcebida, agrega: “A mi lo que me sedujo fue la idea de tener que hacer sonar algo mecánico con swing, y con los propios sonidos que ocurren en la cajita. Y también encontrarle el lenguaje musical a las bailarinas. Todo eso me sedujo. Me sacaba del mundo habitual de producir canciones y cosas parecidas. Esto era algo abstracto pero con un sentido teatral. Yo tenía que encontrar un mundo sonoro que hablara a través de la música. Y tiene muchas influencias de los dibujitos animados, que a los dos nos encantan. Somos fans de Tom y Jerry”.
Se desprende de lo que comparten Azar y Evans que el espectáculo se fue construyendo a partir del diálogo entre el movimiento y la música, entre gestos que disparaban determinadas ideas sonoras que a la vez volvían a proponer movimientos y una cierta propuesta plástica y escenográfica. Ese juego dialéctico artesanal, tan distinto al universo del ballet que describe Brook, fue el motor creativo que llevó a la dupla a descubrir el universo que creaban al mismo tiempo que lo iban generando. “No recuerdo en qué momento decidimos darle cuerda a la cajita de música -explica Evans- me acuerdo claro de las manos, los pies, el edificio. Pero que le diéramos una cuerda y eso girara fue bastante avanzado. Porque fue un proceso, lo empezamos a hacer y a descubrir qué era mientras lo hacíamos”. Y Azar añade: “Eso es hacer arte a mi entender. Vos hacés algo y después tenés que descubrir qué es. No es lo más frecuente. Lo que se hace normalmente es hacer cosas ya hechas, ir a un lugar que ya está hecho. Pero el arte es otra cosa, es ir descubriendo mientras vas haciendo. Por ejemplo después nos dimos cuenta de que la actuación funcionaba cuando había un diálogo musical, porque era todo rítmico. Cuando empecé a tocar en las teclas todas las cosas, tocar me refiero a subir una persiana igual, es un gesto rítmico y sonoro. Y cuando se daba la conversa digamos, como se dice acá abajo (en referencia a los tambores en el barrio Palermo donde vive Azar) es ahí es que la vida aparecía en la obra”
A partir de los “gestos cotidianos” de los “personajes” que viven en el edificio se desarrollan una serie de sonidos que dialogan con aquella rutina. Pero hay disonancias que hace que esas criaturas aprisionadas en una rutina busquen otra cosa y ahí se articula una historia. Sobre esto Evans agrega: “Yo tenía la cajita en mi casa, improvisaba, y ahí empezó a surgir eso repetitivo de los personajes que hacen siempre su misma vida cotidiana. Eso tenía mucho sentido con la idiosincrasia de las bailarinas que giran y hacen cada una lo mismo. El personaje más complicado es el del hall, donde están las manos. Son las que llaman a clases y están pendientes de que los dedos hagan lo que hacen los pies. Las manos quieren ser como los pies y le exigen eso a los dedos. Y en un momento pensé que había que quebrar con eso y las estudiantes se encuentran entre ellas, entienden que no están solas y eso genera una especie de rebelión”.
Guiños al cine mudo, diálogo musical a partir de sonidos concretos, el universo del ballet y un gran trabajo artesanal derivan en un espectáculo que se puede leer como una crítica a una dinámica social alienante. Pero que surge a partir de una práctica artística que busca romper ella misma con esa alienación. La coherencia entre forma y contenido se extiende al diseño del programa de mano de la obra, que muestra que cada aspecto de Cuando se acaba la cuerda es pensado en función de la totalidad. Quedan pocas funciones, no se lo pierdan.
Cuando se acaba la cuerda. Dramaturgia, dirección, actuación, diseño/realización de escenografía y vestuario: Paula Evans. Música original, diseño sonoro, infraestructura, programación, mecánica y actuación: Diego Azar.
Funciones: sábado 17 y domingo 18 de mayo a las 19:00 y a las 21:00 (últimas funciones). Espacio Motiva (Hoquart 2214). Entradas en MiEntrada.com