La liebre de octubre Por Hoenir Sarthou
Inesperadamente, la campaña electoral para octubre de 2024. que prometía ser un aburrido trámite burocrático entre dos fórmulas presidenciales que poco se diferencian y poco tienen para decirnos a todos, se transformó en una reñida batalla en la que los principales candidatos no sólo no se enfrentan sino que están aliados hasta el abrazo.
El protagonismo en esa batalla no lo tiene ningún candidato, sino el proyecto de reforma constitucional que elimina el régimen de AFAPs y modifica algunos contenidos de la reciente ley previsional.
Como es notorio, las dos principales fórmulas electorales, la del FA y la de la Coalición, y sus respectivos entornos partidarios, se oponen a la reforma y están haciendo denodados esfuerzos para impedir que sea aprobada. Sin embargo, los números y la “sensación térmica” social indican que la reforma tiene posibilidades considerables de ser aprobada.
¿Cómo se explica que una iniciativa resistida por las principales estructuras partidarias del país, que según las encuestas cuentan con aproximadamente el 90% de la intención de voto de los uruguayos, tenga posibilidades serias de ser aprobada y ponga en un mal trance a esas mismas estructuras? ¿Es un caso de esquizofrenia popular, o pasa otra cosa?
Desde hace mucho tiempo, gran parte de los uruguayos vota en las elecciones por razones que muy poco tienen que ver con la convicción o el entusiasmo. Votan por tradición. O porque es obligatorio. O para no pagar multa, poder cobrar el sueldo o la jubilación y que no se le obstaculicen toda clase de trámites.
Las estrategias para resolver el asunto son variadas. Algunos votan al candidato que les parece mejor. Otros votan contra un candidato al que odian. Otros votan en blanco o anulan el voto. Sospecho que la enorme mayoría simplemente vota lo que le parece menos malo de la oferta disponible. Es decir, sin odio ni amor, sin entusiasmo, sin esperar nada excepcional sea cual sea el resultado.
Los estamentos partidarios uruguayos vienen abusando desde hace muchos años de la obligatoriedad del voto y de esa especie de abulia política uruguaya, que considera que “los políticos son todos iguales”, y que después de votarlos dedica los siguientes cinco años a criticarlos en redes sociales, en el trabajo, en los cumpleaños y asados.
En teoría, todo estaba maduro para que alguna fuerza política pateara el tablero, dijera cuatro verdades, propusiera un programa popular y arrasara con los votos. Pero eso no pasó. En los últimos años, todos los sectores que se postulaban para una acción saneadora fueron neutralizados o comidos por el sistema. Sin embargo, la liebre saltó por otro lado.
¿Qué pasa cuando se presenta la oportunidad de decidir realmente sobre un asunto que nos afecta a todos?
Todo indica que ahí la cosa cambia. Bastó que, no un partido, sino un relativamente pequeño grupo de organizaciones sociales y políticas, que lograron una mayoría circunstancial del PIT CNT, propusiera algo que la sociedad pedía a gritos, para que la fidelidad a las viejas estructuras partidarias demostrara tener pies de barro.
Duro despertar para dirigencias políticas que creían tener “la vaca atada” y poder seguir pidiendo el voto, alternándose en el gobierno, endeudando al país y obedeciendo los mandatos de los organismos internacionales de crédito, sin proponer nada ni dar oídos a ningún reclamo popular.
El régimen de AFAPs, como la reciente ley de reforma previsional, fueron propuestos y exigidos por los organismos internacionales de crédito. No por casualidad el FMI mantuvo el año pasado en Uruguay a una delegación, encabezada por el Sr. Pau Rabanal, que no se fue hasta cerciorarse de que la ley de reforma previsional sería aprobada.
Lo cierto es que la iniciativa de reforma constitucional ha puesto a la defensiva a gobernantes, ex gobernantes y candidatos a futuros gobernantes. Y que -¡oh, prodigios del bipartidismo uruguayo!- todos gritan alarmados que, si aprobáramos esa reforma, nos caerían todas las plagas de Egipto. El dinero no alcanzaría, nos lloverían juicios, perderíamos el grado inversor, no podríamos pagar las jubilaciones, nos cocinaríamos a impuestos y nuestros niños poco menos que padecerían de desnutrición.
Es extraño. Porque los que eso afirman son los mismos que le regalaron o están por regalarle a inversores extranjeros una vía férrea de 3.000 millones de dólares, el puerto de Montevideo, el agua de los acuíferos y la de varios ríos, zonas francas, puertos privados, compra por el Estado de energía eléctrica innecesaria a precios desmesurados y el suministro de agua a Montevideo y Canelones. Los mismos que les perdonan miles de millones de dólares de impuestos. Los que acaban de contraer con CAF un crédito de 7.000 millones de dólares para seguir atendiendo y obsequiando a los inversores.
¿Todo eso a cambio de qué?
De nada. O de unos pocos cientos de empleos con cuyos sueldos no pagaríamos lo invertido ni en varios siglos.
Esos mismos son los que se horrorizan de que se les saquen a las AFAPs las decenas de millones de dólares de los trabajadores del país, que se destinan a pagar comisiones (20%), comprar títulos de deuda pública, es decir al jineteo por el sistema político (40%), y a la inversión financiera, es decir al jineteo de la plata por el sistema financiero (otro 40%).
¡Cómo no van a estar preocupados los organismos internacionales de crédito, los gobernantes y candidatos a gobernantes, y los capitales financieros!
Cabe aclarar que entre las muchas mentiras que dicen, y las verdades que ocultan, están que la mayor parte de los países del mundo no han aceptado privatizar sus fondos previsionales, que muchos de los que lo hicieron (unos 18 de 30, al 2018) han eliminado ya el sistema de administración privada, y que en todos los que hicieron el experimento los resultados fueron terribles, con gran ganancia del sistema financiero y enormes transferencias de fondos públicos para cubrir pasividades. Exactamente lo que ya está pasando aquí. Y pasará más aun cuando Rentas Generales tenga que cubrir también las carencias de cajas paraestatales cuyos afiliados jóvenes serán obligados a aportar a las AFAPs (está previsto en la ley de reforma previsional del año pasado).
En suma, el 27 de octubre estarán en discusión dos modelos de país. Pero no son el del FA y el de la Coalición. Son, por un lado, el modelo de país “de los inversores” que se impone a través de recomendaciones, préstamos y extorsiones del FMI, el Banco Mundial, el BID y CAF. Y, por otro lado, un modelo que recién empieza a dibujarse, el de un país que empiece a usar sus recursos naturales y económicos con inteligencia y con cabeza propia. Un modelo que, felizmente, está logrando apoyos en votantes de todos los colores.
Es difícil decir todavía qué pasará ese domingo. Pero, sea cual sea el resultado, algo ha despertado. Y esto recién empieza. Por fin empezamos a discutir y a decidir sobre algo que realmente importa.
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