Home Indisciplina Partidaria La mano derecha y la mano izquierda Por Hoenir Sarthou

La mano derecha y la mano izquierda Por Hoenir Sarthou

La mano derecha y la mano izquierda Por Hoenir Sarthou
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¡Qué mundo confuso el que nos ha tocado!
Desde que se publicó mi columna pasada sobre Javier Milei, he recibido comentarios de todo tipo.
Les voy a ahorrar los que coinciden con la tesis de la columna (Milei es la mano, o la pata, derechosa y conservadora promovida por la oligarquía económica global en la Argentina) para centrarme en algunas opiniones discrepantes o críticas, algunas de ellas por sí mismas significativas.
La primera crítica que recibí fue la de un ultra liberal uruguayo, indignado. Niega que haya evidencia de que Milei esté financiado por Atlas Network, una poderosa fundación ultra liberal y archi conservadora que opera en cientos de países. Respecto al papel de Milei como asesor de la Cámara Internacional de Comercio y del G 20, y su asistencia al Foro Económico Mundial, la respuesta fue “Milei ya aclaró bien que no está de acuerdo con nada de eso”.
Así de sencillo. A cualquiera le puede pasar que lo invite la Cámara de Comercio Internacional, o el G 20, o el Foro Económico Mundial, o que Atlas Network lo invite a dar conferencias, sin que eso implique ningún compromiso ideológico ni económico ¿No les parece? De hecho, a mí me invitan semana por medio. ¿Y a usted, lector?
Milei ha revivido las esperanzas muertas de muchos ultra liberales (no de todos, basta oír a Nicolás Morás). Cuando parecía que todo estaba perdido, aparece Milei diciendo que el mercado puede arreglárselas solo y que no hay que interferir, ni regular, ni emitir moneda, ni tener banco central, ni gastar en seguridad social. ¿Para qué? Si la inversión privada puede con todo y les asegura a todos plena libertad. Por ejemplo, nadie se verá privado de la libertad de vivir en una Villa Miseria o de dormir arropado por cartones.
Los liberales de vieja cepa, incluso esos que gustan de calificarse como “libertarians” o “anarco capitalistas” (a los que hay que diferenciar de los neoliberales), viven dos dramas existenciales.
El primero es que la sacrosanta propiedad privada –a la que son tan afectos- no puede asegurarse sin el Estado, al que odian.
El segundo drama es que la idea de un mercado virtuoso, regulado por la competencia y la libre concurrencia de oferta y demanda, quizá era creíble en la época de Adam Smith. Pero claramente no lo es en este Siglo XXI, de todopoderosos fondos de inversión, monopolios y gobiernos sometidos al poder del dinero.
Lo evidente es que el capital, cuando es desregulado y dejado en absoluta libertad, tiende inevitablemente a la concentración (a que “el grande se coma al chico”), a saltar las fronteras, a imponer monopolios, y finalmente a controlar el poder político de los Estados. Es decir que el mercado, desregulado y librado a sus impulsos, empieza por eliminar la competencia y termina por eliminar la libertad, de manera no muy distinta a como lo hace el poder político si carece de frenos y de controles democráticos.
¿Se entiende cuán dramática es la situación de los liberales en este mundo de gigantescas corporaciones y fondos de inversión que lo controlan todo?
Por eso, la aparición triunfante de Milei, con su discurso de liberalismo relativamente clásico (habla más de libertad que de eficiencia) les resulta a los liberales ortodoxos una bocanada de aire fresco cuando estaban a punto de ahogarse.
Pero los liberales no son los únicos. También he recibido comentarios –sobre todo provenientes de la Argentina- de gente que, sin ser liberal en economía, votó a Milei por dos razones: 1) sus ataques a la “casta política”; 2) sus críticas a la agenda de corrección política (feminismo, ambientalismo, calentamiento global, tecnologías verdes, encierros pandémicos, etc. ).
Sin embargo, esos perfiles ideológicos son poco más que barnices temporales y de ocasión para encubrir la permanencia de los intereses. ¿Ejemplos? El concepto de las soberanías nacionales en el derecho internacional y en la prédica de los organismos internacionales. Un concepto hoy totalmente demodé. ¿Otro ejemplo? El discurso de los derechos humanos. ¿Recuerdan que eran “innatos, inherentes a la persona humana, inalienables e irrenunciables? Bueno, ¿vieron lo que pasó durante la pandemia con quien no se encerraba o no se vacunaba? Ese es el nivel de confiabilidad de los discursos ideológicos que vienen adosados a intereses económicos. Ese será seguramente el destino del feminismo y del ambientalismo “verde” cuando no sean necesarios.
¿Cuál es el objetivo real y central de los intereses económicos globales en estos tiempos? Sin duda, asegurarse el libre y barato acceso a los recursos naturales valiosos que se encuentran en los territorios. ¿Y cuál es el requisito para ello? Simple: neutralizar a las poblaciones sometiendo o eliminando las regulaciones y controles que puedan ejercer a través del poder político de los Estados.
Hay dos formas de hacer eso. Una es la liberal clásica: el Estado mínimo, a lo sumo juez y gendarme, para garantizar la propiedad, el respeto a las inversiones y el cumplimiento de los contratos. ¿Les suena eso en el discurso de Milei? La otra es el Estado colaborador, socio bobo que, a cambio de propinas, pone plata e infraestructura para que la inversión se lleve los recursos y la ganancia. Es la solución neoliberal, la que se aplica en Uruguay y a la que están afiliados la mayor parte de los partidos y de los gobiernos del mundo de un tiempo a esta parte.
¿Hay intereses globales distintos y posturas ideológicas distintas detrás de Milei y de sus rivales, Bullrich y Massa? ¿Responde Milei a una corriente económicamente liberal y políticamente conservadora (la mano derecha), mientras que sus rivales responden a la versión económicamente neoliberal y políticamente “progresista” del Foro de Davos (la mano izquierda)? ¿O nos encontramos ante unos mismos intereses económicos capaces de producir discursos y candidatos políticos en distintos sabores y colores?
Es difícil responder. Pero algo es cierto. Varias de las empresas y fondos de inversión que participan del Foro de Davos son también aportantes de Fundaciones como Atlas Network. Es el caso, por ejemplo, de Pfizer. Y es lógico. El negocio es el negocio. De última, lo importante es el acceso a los mercados y a los recursos naturales valiosos, no tener controles y pagar pocos impuestos. Si para eso hay que reducir el Estado, o si es mejor corromperlo y ponerlo al propio servicio, es bastante accesorio. Tampoco importa demasiado si el portero y anfitrión es Milei, Bullrich o Massa.
Por ahora, sea como sea, el poder económico se ve obligado a producir y a financiar en todos los países a candidatos capaces de generar cierta aceptación de la población, que legitime y garantice sus inversiones. Cada pocos años hay que inventar otro candidato, ya sea “de derecha” o “de izquierda”, porque gobernar al servicio de intereses externos produce un desgaste político muy acelerado.
Lo esencial es que, gane quien gane las elecciones, con la presión del FMI y la bendición de Atlas Network o del Foro de Davos, los intereses económicos transnacionales tendrán amplio acceso a la Argentina, a su tierra, al litio, al Chaco y a los enormes recursos del Sur argentino.
Eso es lo que cuenta. Y es vital que la población no lo perciba y lo permita. Por eso tanta publicidad y tanto espectáculo.

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