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La mentira en el discurso político por Ernesto Kreimerman

La mentira en el discurso político  por Ernesto Kreimerman
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Hay un viejo chiste que, en su remate, concluye que, ante el peligro de una calamidad, huye al Uruguay, que aquí las cosas demoran en suceder e incluso podrían llegar a nunca acontecer. Sin embargo, y admitiendo que toda humorada se basa en alguna condición reconocida, no es tan cierta.
Por ejemplo, la mentira y la ruindad en el debate público traccionado desde las redes también ha llegado a nuestro país. Aunque seamos pocos y casi todos conocidos, llegó. Y, por tanto, merece algunas consideraciones.
En su libro “La función política de la mentira moderna”, editado en el año 2015, Alexandre Koyré advierte que “nunca se ha mentido tanto como ahora. Ni se ha mentido de una manera tan descarada, sistemática y constante” (página 33). Coincidentemente, Arendt y Koyré apuntan a una suerte de herencia de las dictaduras y regímenes totalitarios del siglo XX hacia las recuperadas democracias. Ese legado es el de la producción masiva de la mentira en el espacio político. También coinciden estos autores en señalar la complicidad y la disposición de las tecnologías y de los medios de comunicación.
En particular, Arendt pone énfasis en esta cuestión a los efectos de mejor comprender el paso de la mentira tradicional a lo que la filósofa alemana categorizó como la mentira organizada o moderna. Pero la hora en la que nos ha tocado vivir, nos ha ubicado como testigos de cómo los medios de comunicación priorizan los rumores, los escándalos y las prácticas de engaño. Llegando a publicar ninguna información con un título encriptado que no se adivina y menos se comprende, pero tiene algún señuelo para así captar la curiosidad del lector. Ya son muchos los estudiosos de los medios que advierten que llegado ese caso “cuanto más sórdida o espectacular sea la historia, más vale como noticia”. Existe la idea extendida y casi universal, de que hoy se miente más que en el pasado. Por lo menos, en esa línea, mentir como recurso cotidiano ya no ruboriza a nadie. Tampoco, el uso extraordinario hasta hacerse práctica corriente. En suma, esa idea se completa con la certeza de que todos somos y podemos ser blanco de una gran cantidad de mentiras, mucha más cantidad que en el pasado. Peor aún, podemos ser víctimas de estrategias elaboradas, que operan como un tornado, que destruye toda reputación que se ponga en el camino, pues la mentira es más convincente que la realidad. Y para ello no hay que ponerse en la mira de un canalla, sino tan solo en la oportunidad de que el difamador obtenga una ventaja.
Swift y los abogados
Jonathan Swift, que vivió entre los años 1667 a 1745, publicó en 1776 Viajes de Gulliver, una singular sátira a los abogados y su práctica profesional, a sus convenciones y también sus instituciones sociales. Para ciudadanos del siglo XXI, un vanguardista: “(hay) entre nosotros una asociación de hombres educados desde su juventud en el arte de probar con palabras multiplicadas al efecto, que lo negro es blanco y lo blanco negro, cobrando por esa actividad. Todo el resto de las gentes son esclavas de esa asociación…”
Los medios
La mentira en la cosa pública tiene larga historia. Y Koyré remarca: “nunca se ha mentido tanto… La palabra, los escritos, la prensa. todo el progreso técnico se ha puesto al servicio de la mentira… el hombre moderno durante toda su vida se encuentra inmerso en la mentira, respira mentiras, está sometido a las mentiras”.
Pero la mentira es un arma arrojadiza, no una conducta trastocada. Es una herramienta que erosiona organizaciones y personas, muchas veces con una guía terraplanista en un sentido reduccionista e inhibidor de una nueva idea. Así, todos tienen cosas que esconder, todos son iguales. Y de aquí, dos escapes: 1. No hay derecha ni izquierda, solo personas; 2. No hay nada en común.
Y con relación a esta segunda alternativa, aparece la Ley de Poe (Nathan Poe, 2005), que dice algo así como que una postura lo suficientemente extremista es indistinguible de una parodia de la misma”. Adicionalmente, esa parodia de sí misma, es volátil, fugaz e indemostrable.
La mentira, el ocultamiento de información, la tergiversación y el secretismo se repiten a lo largo de la historia. Desde muy atrás en el tiempo, desde el imperio griego y romano hasta la Edad Media de la vieja Europa, incluyendo las primeras dinastías chinas, la ausencia de veracidad ha sido la constante entre las élites políticas. La política antigua y medieval estuvo dominada por una consideración positiva de la mentira heredada de Platón, quien decía que sólo pueden ser gobernantes aquellos que por su naturaleza desarrollan naturalmente la mentira.
¿Qué les motiva a mentir?
Para mentir tiene que haber razones fundadas, de peso, e impunidad. Estas diversas justificaciones están presentes en las mentes de algunos sectores políticos y, también en algunos personajes que se auto reconocen como “referentes”. Pero los deseos no alcanzan, se requiere fondos y apoyo tecnológico.
Existe una justificación filosófica y moral del empleo de la mentira en la política. La mentira, en tiempos de redes sociales, se ha vuelto más tormentosa y agresiva, ayudada por un soporte opaco como lo es internet y muchos de sus desarrollos. Pero sin olvidar que ha sido continua en todas las épocas conocidas, y que hoy existe una práctica de cierto ritualismo avalado por la omnipresencia de los medios de comunicación.
La manipulación y la convicción son prácticas que se ha naturalizado y hasta “aceptado” en las democracias, asociadas a un alto grado de desarrollo tecnológico, y a través de las nuevas tecnologías alterar la voluntad de las personas. Por ello, hay una industria desarrollada, especializada para ofrecer este tipo de servicios que lamentablemente han llegado a nuestro mercado y al proceso electoral en marcha.

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