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La mugre entre el género y las clases sociales

La mugre entre el género y las clases sociales
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Es inevitable la tentación de referirse a Doméstica realidad como una obra en que se “denuncia” lo feminizado del trabajo doméstico y el maltrato y el abuso hacia trabajadoras domésticas, por más sofisticado que sea el maltrato. Pero corremos el riesgo de reducir en gran medida el alcance de la obra. Si hay algo que se denuncia en este espectáculo no pasa porque haya un señalamiento desde un lugar preclaro de una práctica condenable, en todo caso la dinámica de Doméstica realidad puede ubicar al público, de forma casi imperceptible, en el lugar del Claudio espectador en Hamlet. Como se recordará, el príncipe Hamlet duda de si la locura se ha apoderado de él y pide a un grupo de comediantes que represente un regicidio para estudiar la reacción de su tío. Cuando la obra se representa Claudio, que no espera ver actuado el asesinato que él a perpetrado, se siente incómodo y esto termina confirmando las sospechas del príncipe de Dinamarca. Este juego-trampa, que ha señalado con particular lucidez Javier Daulte, puede servirnos como clave para interpretar Doméstica realidad.

La obra, de creación colectiva, se anuncia como una investigación sobre “el conflicto aún no resuelto de las mujeres y el espacio doméstico” y en las comunicaciones de prensa hay citas a la intelectual feminista Silvia Federici, lo que hace suponer que el abordaje de la temática será desde una perspectiva “crítica”. Y el primer acto nos pone frente a tres personajes que uno perfectamente puede imaginar en la platea de una sala teatral montevideana. Tres mujeres jóvenes, profesionales, “progresistas”. Tres mujeres que despiertan en el desorden post-fiesta de una casa de “diseño” y que intercambian sobre su realidad presente que parece contrastar con un pasado menos favorable. Se destaca el discurso, en lenguaje inclusivo, del personaje que interpreta Etelvina Rodríguez, un discurso que tiene como eje, ahora sí, la “denuncia” de la subordinación de la mujer, de la  obligación de hacerse cargo de las tareas domésticas, siempre junto al recuerdo de venir de un lugar del interior y de lo que le ha costado el “ascenso” (no lo dice así pero lo sugiere) a ser una profesional y candidata a algún puesto parlamentario (gran parte de sus parlamentos son discursos electorales). El personaje despliega una serie de categorías que intentan dar cuenta de esa situación de subordinación social de las mujeres, pero empieza a hacer agua cuando se contrasta con la propia práctica de esas tres mujeres, mujeres que contratan a otras mujeres para que realicen tareas domésticas, lo que de alguna forma ha posibilitado que tengan el tiempo para desarrollar su actividad profesional. De esa forma, ya en el primer acto, la obra se ha desplazado desde las diferencias de género, diferencias que ocultan la imposición a las mujeres de ser las responsables de las tareas domésticas, a las diferencias de clase que llevan a que muchas mujeres puedan desarrollar su vida profesional rompiendo el “techo de cristal” pero tercerizando las tareas domésticas en otras mujeres. Estas últimas seguramente tengan duplicada su tarea, realizando trabajo doméstico no remunerado en su hogar y trabajo doméstico remunerado, pero muchas veces precario, en casas de personas de mejor poder adquisitivo.

El primer acto ha puesto sobre la mesa los límites de algunos discursos que denuncian subordinaciones estructurales de género para ciertos sectores sociales, un discurso muy presente en el sector social al que pertenecemos la mayor parte de quienes asistimos al teatro (y no tan presente en el sector social de quienes trabajan en el servicio doméstico), y de alguna forma, con la honestidad de haber puesto sobre la mesa esas contradicciones (los claudios y las claudias de la platea tendríamos que pensar en nuestras contradicciones expuestas más que en señalar las de terceros) la obra sí se detiene en representar a trabajadoras domésticas. En el mismo espacio, y en una transición que da continuidad al no hacerse cargo de la propia mugre (con momentos casi de suspenso) la obra pasa a un barrio privado, con solo una de las actrices manteniendo su caracterización. Lo interesante de que Camila Sanson permanezca como dueña de casa es que genera la sensación de que bien podría ser la misma mujer y la misma casa del primer acto. Y otro aspecto relevante en la transición es el vestuario, que determina en sí mismo el lugar social de las mujeres que habitan la obra. Este segundo acto es el que, a partir de relatos-testimonios que los personajes intercambian, sí señala directamente el abuso y el trato muchas veces más cercano al de “sirvientas” que al de trabajadoras asalariadas. Un trato que, cuando asoma cierta intimidad personal, vuelve más perverso el vínculo entre personas que mantienen una relación de poder claramente asimétrica.

El último acto tiene algo de serie futurista (Black Mirror). Ahora es sólo Natalia Burgueño quien permanece representando a una empleada doméstica, mientras los otros personajes piensan en cómo promocionar una empresa que vende servicios domésticos mediante una app. La forma en que el “mercado”, a través de los likes que se otorgan a la tarea realizada, presiona directamente a las trabajadoras es brillantemente proyectado en la obra. También queda nítidamente ilustrado el que cuando lo que se ofrece, y se valoriza o desvaloriza según la opinión de terceros, es la “fuerza de trabajo”, el que queda atado a los caprichos del mercado desregularizado es el cuerpo de la trabajadora.

Nuevamente, la utilización de un mismo diseño escenográfico para los tres actos da una continuidad a las historias que enreda los discursos “críticos” en la misma maraña de prácticas que esos discursos denuncian. Como han dicho las propias creadoras, aquí hay más grises que blancos y negros. El trabajo de las tres actrices, que pasan de un acto a otro apenas con un cambio de vestuario, invita a ver la obra en sí mismo. Más allá de todo lo que puede hacernos reflexionar, Doméstica realidad es una exposición de excelentes actuaciones. Y si faltaba algo las particulares melodías compuestas especialmente por Patricia Turnes para este espectáculo quedan resonando y reiterándonos “el conflicto aún no resuelto de las mujeres y el espacio doméstico”. Excelente espectáculo.

Doméstica realidad. Dramaturgia: Natalia Burgueño, Etelvina Rodríguez, Camila Sanson, Florencia Dansilio y Sofía Espinosa. Dirección: Florencia Dansilio. Elenco:  Natalia Burgueño, Etelvina Rodríguez y Camila Sanson. Funciones: jueves y viernes de octubre a las 20:00. S

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.