Algunas apreciaciones sobre “La hermana de la Coneja” de Raúl Castro y Jaime Roos
No debe existir canción popular más atacada y refutada —desde distintos ángulos artísticos o políticos— que “La hermana de la Coneja”, de Raúl Castro y Jaime Roos. La milonga-balada apareció en 1986 en el álbum 7 y 3 de Roos. El tema elegido por Castro (utilizando la forma de la décima) es el de una joven humilde, la “hermana de”, que tiene un amorío y una relación sexual de una noche con un joven apodado Tito. Ambos son adolescentes, ella aún es virgen, y el ritual se consuma en un lugar frío y distante: “en un depósito sucio”. Producto de ese encuentro, casi clandestino, la adolescente queda embarazada. Enseguida la trama de la milonga toma ribetes dramáticos. La chica está en medio de una encrucijada y entonces Tito consigue el dinero necesario para el aborto, que se llevará a cabo casi en las mismas condiciones sórdidas y penosas que el acto amoroso. Como si el destino de clase fuera indiferente ante la vida y la muerte de ambos. Los jóvenes son responsables del hecho y a su vez, las víctimas. La chica atraviesa la parte más difícil. Debe deshacerse del bebé de forma violenta; y aquí el autor hace un paralelismo con la suerte de muchos compatriotas que viven por fuera de la sociedad, que son invisibilizados o expulsados del Paraíso. Una vez consumado el hecho, los jóvenes no volverán a cruzarse. Hasta aquí el dramatismo es cuasi teatral, shakesperiano, y remite a un Romeo y Julieta barrial. El viaje desde el amor a la muerte —sin escalas—es casi idéntico. Pero en la segunda parte comienza otra historia. El último verso de la tercera estrofa es muy elocuente: “Más hamacado que un tren”. La “vida número dos” de la joven, a partir de ahí, estará marcada por los vaivenes naturales, los golpes, lo azaroso. Aunque el destino la llevará a ser alguien que ascenderá socialmente. Ya no será la “hermana de”, sino la “señora de Tal”. No conocemos su nombre (ni el de su hermana) ni sabemos cómo es físicamente. Y es que no podría tener nombre porque está estigmatizada desde el nacimiento. Es una X. El de “Tito” tampoco lo sabemos, apenas el mote, porque también carga con un estigma.
El machismo atávico hará ver que Tito es el campeón en esta historia, sin pensar que es otro desterrado, otro al margen, y que será olvidado rápidamente, hasta por la propia pluma del poeta. Luego de que sabemos que ella ha cambiado de clase social, por fin se ofrecen pistas. La mujer sin nombre proviene de “Playa Pascual” y ahora se pasea por el Este paquete; tiene hijos que van al colegio y habla en una jerga tilinga: “regio” y “chicos” (“Bate “chicos” y “colegio”/ Te la trabaja de “regio”/ Y anda en checo bien debute/ Con goma en lugar de yute/ Y sin preguntar los precios”). El remate de la estrofa contiene una hábil expresión, donde el autor deja en claro cómo ocurre la metamorfosis. Es un verso notable que transmite la naturaleza de su drástico cambio socio-económico. Entonces la mujer sin nombre, en cierto momento, ya no es ella. Ni es “la hermana de” ni la “señora de Tal”. Ahora es una desclasada. Es una paria entre oropeles. La canción no trata de un ataque de género desde un tonto machismo de mostrador. Se está hablando de otra cosa. Esta mujer, decididamente, es otra víctima. Castro encarna al cuerpo social que piensa y juzga de esta manera. No lo afirma el poeta. Lo hacemos todos. Sugerir que esta canción es basura machista, y quedarse solo en eso, es contentarse con ver una porción del drama. Es histórico que la mujer sin nombre deambula en muchas milongas y tangos clásicos (y boleros). Pero convengamos que en muchas de esas citas es amada, idolatrada, imaginada. Y el varón “bien macho” es capaz de llorar como un niño detrás de su abrazo. No todo es un ataque furibundo a su condición de mujer. En el final, en la última estrofa hay algo que no encaja, por la forma en que Castro decidió cerrar la historia. Es como si la misma naturaleza del esnobismo de la segunda parte de la canción le hubiera ganado la pulseada (“Ahora sí que se divierte/ En pavada de colchón/ Pelo corto “à la garçon”/ Y lentes con cadenita/ Recurre al sicoanalista…”). No sé si la mujer sin nombre recurriría a un psicoanalista, porque sería sumergirse en el infierno que, sin dudas, quiere sepultar. El desenlace es la zona de conflicto. (…) “Pero la marca una sombra/ Que nunca pudo esquivar/ ¡Cómo la vino a quedar!/ Allá…Por la Ciudad Vieja”. El comentario de boliche o de cancha de fútbol (de índole de clase no privilegiada) lo traslado a la burguesía. El pago por el ascenso inmerecido es el desprecio. La mujer sin nombre proviene de una cuna innoble y guarda un terrible secreto. La canción la denuncia. Pero es la voz de la sociedad toda la que la condena.
Ilustración: Óscar Larroca
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