“Allá va cielo y más cielo, / cielito de la mañana… / Después de los ruiseñores/ bien puede cantar la rana” (Bartolomé Hidalgo)
Dice la profesora Susana Zanetti sobre los versos de Bartolomé Hidalgo que: “Quizá por estar esta rana más cerca del suelo pudo expresar la lucha revolucionaria en un plano más concreto y real, en el que ingresan tanto los triunfos como los desastres, los aciertos como los errores, y los generales, tanto como los sufridos soldados de la independencia, mal alimentados y peor pertrechados”.
Como se sabe, Bartolomé Hidalgo (1788-1822) fue el primer poeta que logró expresarse tomando el sentir y el lenguaje popular del Río de la Plata. Por eso sus cielitos los cantaban las tropas de Artigas sitiando Montevideo en 1813, mientras que los poetas académicos que hacían que San Martín peleara auxiliado por Apolo y Minerva redactaban loas a los generales en los periódicos que leía el patriciado. Hidalgo murió pobre, pero su obra pisaba el mismo terreno que el pobrerío al que pertenecía, representado en parte por sus personajes Chano y Contreras. Hoy sin embargo su nombre se recuerda como el primer poeta oriental, mientras que pocos recuerdan a quienes tocaban la lira para elogiar generales masones.
La separación entre cultura “académica” y cultura “popular” no es lineal, pero recorre los siglos y las manifestaciones culturales. Donde más se ha teorizado es en la música,y algunos musicólogos rioplatenses como Carlos Vega y Lauro Ayestarán crearon la categoría “mesomúsica” para referirse a la música “popular”, y se dedicaron con seriedad y profundidad a estudiarla. Ayestarán, por ejemplo, investigó formas folclóricas como los cielitos de Hidalgo, y se dedicó a grabar desde acordeonistas de la campaña hasta tambores y coros de murga en los años cincuenta y sesenta, cuando eran considerados géneros musicales “inferiores”, más de las “ranas” que de los “ruiseñores”.
Por varias razones que no vienen al caso algunos géneros populares fueron adoptados por clases medias y de a poco se alejaron de los barrios. Pasó con el tango, pero también con algunos fenómenos carnavaleros como la murga. Hoy en día a veces pareciera que hay más jóvenes que quieren ser murguistas en Malvín o en el Buceo que en Paso de la Arena o en La Teja. Por supuesto que esto no significa que el tango o la murga dejen de ser “mesomúsica” pero sí pasa que, y esto a pesar del valor que siguen teniendo como fenómenos de música popular, hoy hay más ruiseñores que ranas cantando tangos y murgas. Las ranas (como llamó Rosencof a los habitantes de los pueblos de ratas) cantan en otro ritmo.
Un fenómenos clave de la música popular uruguaya es la llamada música tropical, desde siempre subestimada y considerada como de escaso “valor”. Y desde los orígenes el parodismo carnavalero ha evolucionado en paralelo con este fenómeno musical. Solo mencionar que Pinocho Sosa, actual director responsable de parodistas Zíngaros, integró Karibe con K y Sonora Palacio, seguramente los dos grupos más populares de “la tropical” de los noventa, alcanza para recordarlo. Pero junto con integrantes tanto coreografías como vestuario han evolucionado con lógica similar en la música tropical y el parodismo. Esto desde siempre dio un carácter sumamente popular a la composición del público de este género carnavalero. Y esto ha incidido muchas veces en la poca consideración artística hacia el parodismo, algo lamentable en tanto es una manifestación carnavalera con un gran potencial para burlarse del poder y las clases altas, algo esencial en los fenómenos satíricos populares desde las comedias de Aristófanes.
Es verdad que se le ha cuestionado al parodismo el ser un fenómeno conservador, pero esto no es mella de su potencial, simplemente es una constatación de una forma de hacerlo que limita su desarrollo. Los mineros encerrados en un pozo en Chile fueron hábilmente explotados por Momosapiens en 2016 para burlarse tanto del poder como del racismo popular. Un poco antes, en 2013, La troupe había realizado una gran parodia de Ciudad de Dios y desde allí disparaba sobre los prejuicios hacia barrios de la periferia montevideana. El año pasado Aristophanes tuvo uno de los momentos más altos del carnaval recordando un operativo policial hacia trabajadores tacuruses que fueron tratados como delincuentes al ir a cobrar su salario.
Sin embargo los espectáculos de parodismo más politizados en general no eran los más celebrados en el concurso, lo que se quebró este año. Los muchachos no solo ganaron en su categoría, sino que, como se supo la semana pasada, fueron considerados el mejor espectáculo de carnaval en 2020. Y esto desde un lugar de afirmación de la subvaloración que en general tiene el parodismo incluso para sus colegas carnavaleros. Ya desde el título del espectáculo, Terraja, pasando por la reivindicación de la música tropical, Los muchachos hicieron un espectáculo poderoso, que nunca obvió el señalar los prejuicios de los sectores sociales altos hacia los pobres. La princesa y el mendigo le permitió a los libretistas (Maximiliano Xicart, Martín “Pollo” Perrone y Cristian Ibarzabal) desplegar con gran capacidad, y mucho humor, las visiones cruzadas de un sector social sobre el otro. Pero si prejuicio hay en todos lados, los que tienen el poder de decidir sobre la vida de los otros están en uno solo, y la desigualdad fue señalada casi sin apelar a efectismos. Por supuesto, hubo parodia explícita al poder, y la imitación que realizara Gastón González de Lacalle Pou va a ser recordada por muchos carnavales.
La segunda parodia fue clave en tanto propuso un reconocimiento a la música tropical, lo que no dejó de ser en gran medida un reconocimiento del parodismo hacia sí mismo. En la parodia desfilaron personajes de la música tropical que también han sido, y son, protagonistas del carnaval. Y sin autocomplacencia, señalando algunas contradicciones y vicios del medio, nunca dejaron de presentarse matizados por el filtro “terraja” con el que los percibe el resto de la sociedad. Pero sin pararse desde el orgullo del estigma, un peligro siempre latente, pasaron por arriba del prejuicio señalando que terraja es solo “una palabra”.
El parodismo es una de las categorías más teatrales del ya de por sí teatral carnaval montevideano. Una categoría que aquí nos gusta llamar “mesoteatral” y que en este 2020 dejó en claro su potencial artístico y su capacidad para reírse del poder. Y eso es lo mejor del carnaval, la capacidad que tiene de reírse del poder y de permitir expresarse más a las ranas más que a los ruiseñores.
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