Las visiones de Wood por Jorge Alastra

Qué tanto rodeo

no escondo nada en la sombra

y lo que me falta me sobra

(“Moro Viejo”, Guillermo Wood)

El medio musical uruguayo ha tenido una serie de cambios notorios desde la aparición de Internet, con todo lo bueno y todo lo malo que esto significa. Pero al mismo tiempo de este viraje cultural mundial, nuestra música popular pasó a tener una revalorización social de formas que habían sido históricamente ignoradas (y hasta despreciadas), por buena parte de la sociedad. Géneros que eran importantes, valiosos, para los sectores más populares. La plena, por ejemplo. Y luego, los derivados de ritmos caribeños que fueron asimilados, “uruguayizados”, y agrupaciones como las charangas o los de música melódica internacional. Se puso de relieve –traspasando las clases sociales– el fenómeno de la murga y el candombe, apreciados, en general, por los “de abajo”. En otro espacio temporal, la canción uruguaya que me tocó disfrutar en mi adolescencia provenía de otro costado. Obras –músicas y textos– donde la originalidad y la ruptura eran la norma. Originalidad en cuanto a no copiar abiertamente lo que llegaba de afuera; en resistir las reglas de difusión y penetración imparables (iba a escribir “imperiales”). Y por algo aquello que escuchaba en mi adolescencia no era popular; o solo un cúmulo de aquellos artistas logró serlo. Otros tuvieron que esperar décadas para ser reconocidos por el gran público. Hoy existen pocas posibilidades de encontrarse con trabajos novedosos, valientes y atractivos en lo artístico. En este momento, se busca generar público a través de las reglas claras del mercado; reglas bastante injustas y hasta perversas. Si al público sólo se le da solo dulce de leche, cuando prueba membrillo no lo quiere, porque no lo desea. Y por esto es que, desde hace años, todo suena más o menos parecido. Ante este panorama gris, existen, por suerte, los artistas. Los artistas que se empecinan en crear en cualquier época de la historia, aunque esto signifique quedar a un costado del gusto masivo.

Conocí el trabajo de Guillermo Wood (Montevideo, 1985) hace bastante poco. Tiene un acumulado importante de obra en seis discos. El último de ellos, “Visiones” (2024) llamó mi atención. Es un trabajo muy breve, de solo siete canciones. Producido de manera independiente y con escasos recursos de producción. Mejor dicho: comparado con los que hoy se “sugiere” para competir en el mercado. Abre el álbum con una balada envolvente y sugerente. La forma de emitir la voz de Wood es como la de alguien alejado a la cosa; como un testigo involuntario de lo que se está relatando. El arreglo intimista logra dejarse llevar y rinde. La incorporación del timbre de trompeta (Belén Algorta) es tan inesperada como lograda. Hallazgo musical que sumerge la canción en más introspección, cuando estamos acostumbrados (mala costumbre) a escuchar este instrumento en otro territorio. La brisa melancólica de “Invocación” dice: “las cosas duran/ demasiado o no lo suficiente/ estoy ahora caminando contigo y tus visiones/ como una sombra entre la gente”. Continúa “Elementos”, canción de corte bucólico con un arpegio sobre el que cabalga toda la canción. Es interesante el contraste entre el guitarrón (Marcos Alejandro) y el contrabajo (Andrés Pigatto) y el sobrio – y creativo– diseño de Antonio de la Peña, quien hace una labor formidable en todo el álbum. “Pienso a veces que soy/ una piedra en la cañada/ que doy, que doy el paso a tu pisada”. Los textos de Wood tienen una particular extrañeza. Hablan de paisajes que podemos reconocer como nuestros, pero la música que los cobija y el entorno espiritual nos sugieren otros; praderas británicas quizá, pero aun así –y esta es la rareza-, los entendemos como locales. “Moro Viejo” debe ser lo mejor del disco. Una balada en 12/8 que va cabalgando como ese moro que cuenta su periplo, como un “aparecido” en medio de la desolación campera. La tensión que produce el arreglo es inquietante. “Mi nombre es Flores/ el Moro Viejo/ este es mi cuchillo/ este mi pellejo/ (…)/ esta es mi yegua baya/ yo ando solo”. “Urutaú, Urutaú”, alcanza el clímax donde la voz de Wood se sumerge en el paisaje, o mejor dicho: es el paisaje. “Salinger” es un homenaje al escritor estadounidense más enigmático de todos (J. D. Salinger, 1919-2010). El texto nombra a varios personajes del cuento “Un día perfecto para el pez banana”, como el suicida Seymour (Glass), con toda su carga melancólica y contemplativa. La música tiene una conexión –quizá no casual– con el Lennon de Plastic Ono Band. “Última luz” es un estado de ensoñación donde la música logra imponer un clima aletargado, con un lejano y sombrío acercamiento a Davis, logrado por la trompeta (con sordina) de Belén Algorta. Cierra el álbum otra canción desoladora, misteriosa. Con un texto angustiante, tenso, “Renuncia” dice: “Qué voy a decirte que ya no sepas/ es solo una palabra pero quién la pronuncia/ y quién arrastra su sombra y se aleja/ pedregullo de la renuncia// Volverán/ yo sé que volverán/ el pie sobre el suelo hundido/ mientras nosotros sigamos vivos”.

“Visiones” es un trabajo introspectivo, grisáceo, por momentos angustiante pero valiente. Es que para crear belleza hoy por hoy, hay que ser valiente. Quien se sumerja en él obtendrá su recompensa interior, porque está dirigido a ese lugar, donde pareciera que nos costara quedarnos por un momento. Escuchar atentamente este trabajo es reconocer que existen muchos estados y realidades en nuestra música, que siempre nos dará sorpresas y satisfacciones.-

https://guillermowood.bandcamp.com/album/visiones
  1. Ilustración: Oscar Larroca
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