Matáte amor de Ariana Harwicz por Roxana Rugnitz

Una historia atrapante en un tejido poético que corta el aliento, explota en la escena gracias a la poderosa conjunción de una escritora, una actriz y una directora. Hablamos al respecto con Érica Rivas, que regresa al teatro Galpón de Montevideo.

En el tiempo en que los mitos se derrumban, el teatro vuelve a ocupar ese espacio en el que hacer, decir, mostrar tiene un sentido político.
Matáte amor nos permite asistir a la poderosa alianza entre un singular grupo de talentosas mujeres. Se trata de la primera novela de la escritora argentina Ariana Harwicz, representante del nuevo boom latinoamericano, esta vez, en cuerpo de mujeres.
La obra presenta el universo privado de una mujer casada y con un hijo, pero sola, en un territorio distante, ajeno, en un bosque que remite a lo primitivo y que aun así se estructura como un espacio con las mismas pautas sistémicas. El hilo de pensamiento del personaje revela todo lo que puede provocar la vida cotidiana de un género atado a la función de ser mamá y esposa. El texto nos va metiendo en un círculo de ideas que apuntan, de forma brutal, a una realidad tan secreta que no ha sido capaz de salir del ámbito del pensamiento individual, hasta ahora,
Comencé por preguntarle cómo surge la idea de la obra y lo que supuso el proceso de montaje para ella, como actriz.
E.R- La novela la leí en cuanto se editó. De inmediato la sentí como una revelación, es algo que no me pasa seguido. Fue amor a primera vista, “a primera leída”. Lo entendí como un texto disruptivo, por un lado, por lo que dice, la temática, claro, pero también porque en esa lectura solitaria, sentí que el texto me hablaba de una manera especial. Como está escrito en primera persona – es un soliloquio de una argentina en otro país- enseguida me generó muchas imágenes. Entonces fue inmediato pensar en volverlo un texto escénico que merece ser dicho”
El relato de Erica me hace pensar en el primer instante de encuentro con un texto que no fue escrito para teatro y, aun así, algo de la naturaleza actoral, supongo, impulsa los resortes escénicos.
Me contacté con Ariana enseguida. Ella es una mujer interesante, joven y multifacética. Estudió cine, se interesó por la dramaturgia, así que era natural su incorporación al proyecto desde la adaptación de un texto. Luego se sumó Marilú Marini, a cargo de la dirección de la obra. Su visión fue clave, porque desde la puesta consigue acentuar lo que la obra ya propone.
Le pregunto sobre el proceso de ensayos, y cuáles fueron las dificultades de trabajar desde el humor las honduras de un tema complejo.
El humor ya está integrado en el texto, junto con la capacidad de ir de lo más profundo, que el discurso del personaje plantea, al chiste que, de repente, lo saca de la solemnidad de la escritura para que no se quede solo en el virtuosismo. Como escritora, Ariana es muy virtuosa. Tiene una forma de escribir que juega entre lo bello y lo terrible y además sabe usar de manera inteligente el humor, en momentos claves. Te diría que el suyo podría caber dentro de lo que es el humor de corte popular, cosa que me fascina, porque no se queda solo en algo para entendidos.
El texto se mantiene igual desde el estreno y la puesta en escena está pensada como un recorrido coreográfico – desarrollado junto a Diana Szeimblum- con sus límites, claro, y sus posibilidades espaciales, porque estoy sola en un escenario vacío. El mecanismo que propuso la directora, me parece fundamental, porque tiene la posibilidad de encararse desde distintas poéticas que son proyectadas a partir de la representación de maneras diferentes y eso hace que se mantenga vivo, porque siempre se puede encontrar algo nuevo.
Le propongo pensar en ese abismo que muestra la novela: de la madre abnegada – como expectativa del rol- la mamma del tango a ese ser humano consciente de ser borrado frente al deseo del otro- varón, marido, familia- como artilugio para sacudir la modorra y recuperar la visión crítica del lugar que hemos ocupado las mujeres.
El texto me corrió de lo que venía leyendo hasta el momento. Esas lecturas sobre la temática, que nos atraviesa a todas las personas que maternamos, y que hasta entonces habían sido más de corte teóricos. Las mujeres hemos sido más una especie de soldado, hemos cumplido con la función esperada en relación al lugar que nos han impuesto históricamente. Nadie cuestiona ese “amor incondicional” que tenemos que sentir, instantáneamente, no se problematizan los vínculos en general, no se puede sacar a la luz el entramado más sutil de lo que eso puede provocar, como por ejemplo todo esto tan impuesto en nuestro cuerpo y en nuestra psiquis. Todo eso lo vivimos aisladas, en silencio, hasta el punto que a veces el recurso de escape llega a ser la locura.
Por eso el texto es complejo y provocador, porque pone el foco en esa mujer sola, extranjera – todas podemos identificarnos con ella, siendo parte de un mundo que no nos incluye-. ¿Qué supone parir un hijo? ¿Por qué la asaltan esas imágenes horrorosas que hay que mantener veladas?, esas sensaciones privadas de lo que no se puede hablar ni siquiera entre nosotras, porque enseguida nos invade el miedo, la culpa, el juicio, todo eso representa una enorme injusticia de la que no se habla. El personaje se encuentra en esa doble soledad, como extranjera y como mujer, inmersa en ideas que rompen con los patrones conocidos, cuando habla de la maternidad de una manera descarnada, e insisto desde una disrupción que no la he encontrado antes en otros textos. Para mí esto es parte de la militancia, porque necesitamos desmitificar ese tipo de maternidad naturalizada por el sistema, al igual que tantas otras cosas que debemos sacar a la luz, para poder tener un mundo más justo, más empático y más saludable.
En algún momento de la conversación, también apareció el humor en su relato. Me cuenta que algunos varones se le han acercado para comentarle que fueron ellos quienes se identificaron con el personaje. Me reí, parecía algo absurdo y al mismo tiempo tan obvio. ¿Cuántos íntimos sacudones habrá provocado esta obra?
Desde ese lugar que entiendo el compromiso del activismo. Lo entiendo así porque me tocó, quizás solo por suerte, ser una actriz popular. El teatro es, debe ser, un lugar de encuentros y quiebre, donde se generan preguntas que mueven. Y desde ese lugar, creo que tengo una responsabilidad en lo que hago con mi oficio y este texto tiene el sello de lo que quiero decir en este momento. Contiene algo que para mí es importante: es bello y útil al mismo tiempo.
La lectura de la novela me llevó a algunas intertextualidades, no porque el texto sea un regodeo intelectual, todo lo contrario, tiene el valor enorme de ser tan complejo en el contenido, pero simple en la forma de decir.
En la novela de Ariana, el personaje dice que tiene que comprar una torta para su niño para celebrar algunos meses de nacido. Resalta, em su discurso, el comportamiento naturalizado de las madres que cocinan ellas mismas la torta en oposición al personaje que la va a comprar, sin entender por qué es necesario hacerlo. Esa escena me remontó a la película Las horas (2002), dirigida por Stephen Daldry, exactamente al momento en que el personaje de Laura Brown /Julianne Moore, está haciendo el pastel de cumpleaños para el marido. Le pregunto si entiende que ese vínculo son más que una coincidencia, las señales de un tiempo.
La verdad es que no me di cuenta de esa relación y no sé qué pensará Ariana al respecto, pero ella estudió cine, y aunque no se trate de una referencia directa, a estas alturas de la historia estamos a un nivel tal de automatización de la maternidad que no me parece nada raro que estemos necesitando decir lo mismo. Eso que surge desde la novela y que es arriesgado por la temática, por la forma, nos habla directo a todas las personas. Rompe con una forma de construirnos en la maternidad que ha sido tan injusta y desde ese lugar nos permite pensarnos juntas, como mujeres. En escena, el texto se vuelve muy cercano. Salimos de nuestras casas, nos encontramos, nos vemos, y hablamos de lo que nos está pasando. Esto para mí, es un acto profundamente revolucionario porque estamos discutiendo estructuras muy fuertes que han sido instaladas hace demasiado tempo, sobre temas concebidos como sagrados: ser madres, ser esposas, ser extranjeras más allá de lo territorial, porque existimos em un mundo que no fue construido para nosotras y dentro de esa extranjería buscamos alguna forma de salirnos de esa prisión, entonces encontrarnos en ese lugar tan especial que es el teatro, sabernos juntas y reírnos, nos salva.
Érica lo ha dicho todo y más. A veces un momento, un encuentro y las palabras ciertas pueden descongestionar estos tiempos de confusión y dolor. A veces una obra también.
Por ahora la cita es en el Teatro Galpón los días 27 y 28 de febrero. La oportunidad de ese encuentro al que remite Érica, pero también la posibilidad de verla en escena, de dejarnos maravillar por su talento que siempre asombra: el de una actriz potente, que atraviesa la cuarta pared y nos arrasa y el de un ser humano comprometido desde su rol, con la realidad.