El papel de la mentira en la política sigue en el primer plano, y al caso Astesiano se sumó el del ministro de ambiente, Adrián Peña. La denuncia periodística de un título universitario inexistente terminó con su renuncia al cargo ministerial, en un episodio donde vale la pena analizar los conceptos, las sensibilidades y las acciones de actores políticos y periodistas. Atendiendo a ese fin, aquí no se aborda ni se enjuicia una situación personal, sino que interesan los aspectos conceptuales.
Mentira y castigo
En el ámbito partidario, integrantes de Ciudadanos en el Partido Colorado y otros en la coalición de gobierno, reconocieron la mentira del entonces ministro, pero enseguida se indicó que hubo “castigo” (la renuncia al ministerio). Agregaron que cumplida esa “pena”, no había inconvenientes en que Peña regresara a su banca en el Senado. Por ejemplo, el diputado Ope Pasquet sostuvo que esa mentira fue un error “personal y banal”, y que la renuncia fue “justa y suficiente” para resolver el asunto (1).
En ese encadenamiento, la mentira es tomada como un acto aislado disociado de la condición personal; hubo una mentira pero no estaríamos ante un mentiroso. Por lo tanto, se aplica una pena o castigo frente a un acto específico, que en este caso fue abandonar un cargo ministerial, y al hacerlo se extinguirían los problemas, lo que implicaría que el mentiroso deja de serlo. Ese razonamiento, defendido desde el Partido Colorado, sería análogo a considerar que una persona fue culpable de un accidente automovilístico, por el cual cumple un castigo de pagar los daños a un damnificado, y que al hacerlo desaparecen los antecedentes de si ese individuo es un buen o mal conductor. Por lo tanto, al pagar el castigo el mentiroso deja de serlo.
Bajo esa postura se acepta el regreso al Poder Legislativo, lo que a su vez tiene otras implicancias. Se hace inevitable preguntarse si para muchos políticos estaría mal mentir en el Poder Ejecutivo pero sería tolerable convivir con mentirosos en el Poder Legislativo. Otra vez Ope Pasquet lo justifica a su modo, sosteniendo que habrían “faltas” (en este caso, la mentira) de distinta gravedad, donde unas son “banales” y no tendrían consecuencias, y otras serían más graves, como la de Carolina Ache en el caso Marset. En paralelo, otra distinción se debería a si se confiesa o no el pecado; el que confiesa es perdonado.
Sin embargo, la tarea legislativa se basa en buena medida en ideas y conceptos que se esgrimen como verdaderos, que requieren certezas para negociar dentro del propio partido y con otros partidos, y sinceridades en los intereses que se defienden. Si en cambio, se acepta una política donde se repite la mentira, entonces no habrá certezas sobre la veracidad acerca de lo que, pongamos por caso, se dice o se vota en la cámara, siempre estará la duda que un acuerdo político sea traicionado al día siguiente, o que el legislador en vez de representar los intereses de sus votantes esté favoreciendo a personas con poder o empresas.
Fantasías y engaños
En paralelo a estas consideraciones debe advertirse sobre otra situación común. Es frecuente que un político defienda un desempeño en sus tareas, unos indicadores y unas ideas, que para muchos otros no son acertadas o reales. Por ejemplo, sostener que se reduce la criminalidad cuando para buena parte de los analistas, e incluso la población, la violencia está en franco aumento. Por lo tanto, estamos ante el auto-engaño, y eso de alguna manera hace desaparecer la mentira en tanto no habría una intención en sostener falsedades, sino que simplemente se cree en una fantasía propia.
Hannah Arendt, en su clásico sobre la mentira en la política, advierte que el autoengaño “presupone una distinción entre verdad y falsedad, entre los hechos y la fantasía, y por lo tanto un conflicto entre el mundo real y el engañador engañado que desaparece en un mundo enteramente desconectado de los hechos” (2).
Esta no es una cuestión menor porque habría que considerar si el auto-engaño no se está extendiendo, como sucede por ejemplo en las áreas de seguridad, educación o asistencia social. Incluso en la temática ambiental, cuando Peña era ministro, ofrecía declaraciones a la prensa que parecía como si los controles ambientales se hubieran instalado por primera vez bajo su gestión, como si antes hubiera existido un vacío (lo que no es cierto). Como la prensa no reacciona ante muchas de esas exageraciones, se alimentan condiciones por las cuales no habría mentiras sino actores políticos convencidos que sus mundos imaginados son reales.
Como advierte Arendt, “el engañador engañado pierde todo contacto, no sólo con su audiencia, sino con el mundo real”, pero esa realidad fatalmente lo terminará atrapando, ya que “puede apartar su mente” de la realidad “pero no su cuerpo”. Lo que se dice es que se podrá fantasear con indicadores de pobreza que mostrarían que se reduce, que habría menos crímenes, o que el agua está más limpia, pero el cuerpo “sabe” y “siente” que hay mas pobreza, mas violencia, y mas contaminación.
Lidiando con la mentira
La política necesita de la veracidad porque si ésta no prevalece, se canibaliza a sí misma, ya es que se vuelven imposibles los acuerdos y consensos. Pero también es necesario admitir que la mentira siempre está presente en la política en toda su historia. En la actualidad se la observa bajo diferentes expresiones como las exageraciones, picardías, y también como falsedades estridentes.
Esas sombras de las mentiras en la política nos rodean, con situaciones aún sin castigo, confesión o resolución. El actual presidente, Luis Lacalle Pou insiste en que él no miente, pero para muchos que siguen la coyuntura, como el caso Astesiano, parecería que al menos no se dice toda la verdad.
Bajo esas condiciones todo se agrava porque enarbolar las denuncias de mentiras se vuelve un fin en sí mismo. Unos y otros se atacan de mentirosos. Por ejemplo, desde el Partido Nacional, Laura Raffo llama a “combatir la mentira” del FA por hacer “circo”; Fernando Pereira denuncia que el “gobierno se está acostumbrando demasiado seguido a convivir con la mentira”; y hace unas pocas horas atrás, Martín Lema, ministro de Desarrollo Social, sostuvo que el FA “festejó su cumpleaños mintiendo”.
Ante esos debates, donde no hay ideas sustantivas sino simples acusaciones, muchos concluirán que estamos en manos de mentirosos de uno y otro lado. Una triste imagen de la política uruguaya.
Es cierto que la mentira es una condición que no puede erradicarse de la política, ya que es inherente a la condición humana. Entonces, el desafío está en cómo lidiar con ella de una manera efectiva, lo que no se agota en esas repetidas acusaciones mutuas y algunas reacciones ocasionales, dejando muchos flancos abiertos, sin hincarle los dientes a este problema.
Notas
1. Declaraciones de O Pasquet, por ejemplo en: Ope Pasquet: “Adrián Peña reconoció que mintió, Carolina Ache no”, Subrayado, 1 febrero 2023.
2. La mentira en política, en Crisis de la República, H. Arendt, El Cuenco de Plata, Buenos aires, 2015.
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