Uno de los primeros problemas que tuvo el cine, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, fue descubrir sus propias posibilidades expresivas. Si bien ya en 1903, con Asalto y robo a un tren de Edwin S. Porter, aparece el montaje como posibilidad característica del lenguaje cinematográfico, su consolidación llevará tiempo. Antes de que en la Unión Soviética revolucionaria gente como Serguei Eisenstein, Vsévolod Pudovkin o Dziga Vertov teorizaran sobre el montaje como lenguaje expresivo específico del cine, curiosamente estudiando el cine norteamericano de figuras como D.W. Griffith y su racista El nacimiento de una nación (1915), la gran tentación de los primeros realizadores cinematográficos era prácticamente hacer teatro filmado. Y si bien categorías como “convivio” aún no se habían acuñado, tanto espectadores cómo actores y actrices sentían que algo no funcionaba en el hecho de “actuar” una “obra” ante una cámara o “verla” de forma continua en una pantalla, cuando además eran necesario intercalar subtítulos que detenían constantemente la acción. Hasta que el montaje no hace su aparición triunfal en películas como El acorazado Potemkin (Eisenstein, 1925) o La madre (Pudovkin, 1926) la subordinación del cine al teatro fue un freno del desarrollo del cine y sus posibilidades expresivas.
Con el párrafo anterior no pretendemos ni anular el valor de cineastas como Theo Angelopoulos, que apelaba centralmente a largos plano-secuencias, ni introducirnos aquí en el terreno de nuestro compañero de semanario Amilcar Nochetti, quien es el especialista en cine. La idea es llamar la atención sobre la proliferación del “teatro filmado” como forma de sustituir la experiencia teatral ante la coyuntura actual que impide la “convivio” entre los cuerpos de actores y actrices en el escenario y de espectadores en la platea, más allá de cómo se configuren los límites entre ambos espacios. Parece retroceder a tiempos en que no se sentían satisfechos ni quienes venían del teatro, ni quienes buscaban algo nuevo en el cine.
El rock y una amante interestelar cósmica
Resulta entonces mucho más estimulante buscar otras alternativas para sustituir la posibilidad de experimentar un espectáculo teatral, y una forma interesante son los llamados Microciclos que la Sala Verdi propone en su sitio web en el marco del programa Desde Casa de la Intendencia de Montevideo. En estos microciclos se presentan trabajos sobre algunas de las propuestas que han pasado por el escenario de la Verdi, y se justifica la idea a partir de “instalar la reflexión acerca de los procesos creativos y de investigación que resultan en un espectáculo”. Lo valioso entonces pasa por descubrir qué hay detrás de algunos espectáculos, cómo se concibieron algunos diseños o qué se buscaba con algunas propuestas. Y también ver cómo se disparan reflexiones acerca del teatro en sí, dentro de los distintos signos que lo componen, o acerca del vínculo entre arte y sociedad.
Hoy nos detendremos en una de las dos obras de los microciclos (Dados tirados, escrita y dirigida por Anthony Fletcher) porque es un espectáculo que vimos y comentamos en estas páginas (ver Voces N° 637). La propuesta se articuló como una charla a distancia en que participaron el propio Fletcher; Claudia Sánchez y Lucía Acuña, responsables del diseño de la iluminación y la escenografía; y Luis Pazos, quien encarna a los tres personajes de la obra. Cada integrante del equipo plantea una pregunta al resto, y desde allí se disparan reflexiones que muchas veces trascienden el espectáculo en sí. Y esto aparece ya al comienzo, cuando Fletcher le pregunta a Sánchez sobre el espacio en que se trabajó (el subsuelo de la Verdi) y el vínculo con los sótanos del Soho de Londres donde comenzaron varias leyendas del rock. Más allá de lo adecuado del espacio a la propuesta, es interesante ver cómo Sánchez establece una analogía entre aquellas cuevas londinenses y muchos espacios rockeros de nuestra ciudad. Espacios como el Tundra actual, Amarcord, o el Taj Mahal de los noventa, o cuevas como en las que tocaban las bandas montevideanas de los sesentas, quizá no se distanciaban tanto de espacios similares de Londres. Claro, las probabilidades de convertirse en Los Rolling Stones son más altas en las metrópolis que en la periferia, y esto a pesar de que grupos montevideanos como Tótem fusionaran ritmos latinos con rock antes que el mexicano Santana instalado en los EE.UU. Vinculado a esto, Acuña le pregunta a Fletcher por el disparador de la historia, y aunque parezca extraño tiene que ver con la analogía entre los espacios urbanos Soho y Ciudad Vieja, y el espíritu más “libre” y “naíf” que Montevideo mantiene, según Fletcher, para la experimentación artística respecto a la Londres de la actualidad.
Otro par de ideas que se entrelazan surgen de la pregunta de Sánchez hacia Pazos sobre cuál de los tres personajes de la obra le gustaría ser en la vida real. El actor responde que Cordelia, y la define como una : “especie de amante interestelar cósmica que atraviesa el tiempo y el espacio vinculándose con muchas personas distintas, compartiendo su esencia fulgurante y encandilando a los otros”. Además del hallazgo en sí mismo de esa forma de caracterizar al personaje más potente de la obra, esa caracterización tiene mucho que ver con el diseño musical de Martín Buscaglia, quien compuso una música cercana a la psicodelia de los sesentas, y también con el diseño de iluminación. Cuando Pazos le pregunta a Acuña sobre cual es el hallazgo más valioso del diseño ésta no duda en responder que el “efecto del espejo infinito” creado en conjunto con Sánchez. Y justamente el efecto de ese espejo que abre el espacio hacia el infinito tiene que ver con esa suerte de salto temporal espacial que propone la obra, y en el que esa Cordelia “amante interestelar” se mueve a placer.
Hay mucho para pensar a partir de un espectáculo teatral, y esta posibilidad que se abre ante la imposibilidad de que las obras se puedan experimentar no debería perderse. Tanto creadores y creadoras como público podríamos aprovechar este momento para intentar sostener los espacios de reflexión sobre lo que proponen las artes escénicas más allá del momento del “convivio” puntual. Al menos es lo que nos interesa desde estas páginas. Por ahora solo queda recomendar entrar a la web de la Verdi y buscar los microciclos, que ojalá se sigan produciendo.
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