Una mujer fantástica, Chile/Alemania/España/USA 2017. Dirección: Sebastián Lelio. Libreto: el mismo y Gonzalo Maza. Fotografía: Benjamín Echazarreta. Música: Nani García y Matthew Herbert. Con: Daniela Vega, Francisco Reyes, Luis Gnecco, Aline Kuppenheim, Nicolás Saavedra. Estreno: 15.03.2018. Calificación: Regular.
Sebastián Lelio venía de realizar una estupenda película (Gloria), pero con ella parece haber aprendido bastante de marketing. Porque lo que acaba de lograr con Una mujer fantástica es todo un récord dentro del cine chileno: Oso de Plata al guion en Berlín, un galardón en San Sebastián y dos en Lima, tres Fénix y otros tres premios en La Habana, el Goya español y el Oscar de la Academia. Lo que motivó tanto entusiasmo festivalero es la historia de la joven transexual Marina (Daniela Vega), cuya veterana pareja muere repentinamente al iniciarse el film. A partir de entonces, durante las 48 horas que van del deceso al entierro de su pareja, deberá enfrentar los prejuicios y la discriminación de los deudos de la víctima, que era un marido y padre ejemplar hasta que Marina –según ellos- lo desvió. La joven también debe soportar las sospechas que la policía tiene sobre ella, pero el libreto no aclara los motivos de tanta persecuta, por lo cual la explicación habría que hallarla en el carácter “diferente” de Marina, que según la película en chileno parecería ser sinónimo de anormal.
Por más atractiva que parezca la propuesta, desde el inicio Una mujer fantástica da la sensación de haber sido hecha para seducir a la prensa, ganar premios y ubicarse a la vanguardia del discurso políticamente correcto. Es decir, atacarla puede resultar muy riesgoso en estos momentos, mientras que llenarla de premios y ponerla por las nubes como hecho artístico asegura a jurados y periodistas un sitial de honor entre los que defienden los derechos de las minorías sólo cuando está de moda hacerlo. Disculpe el lector mi falta de tacto, pero a mi entender Una mujer fantástica es un globo inflado.
Como película tiene serias debilidades de dirección y libreto. Hay un comienzo muy flojo, donde el dramatismo que debió desencadenar la repentina muerte del hombre falta a la cita. Más tarde, el empeño de la familia por evitar el escándalo que acarrearía la presencia de Marina en el sepelio tampoco se plasma con intensidad. Y en el medio de esas dos situaciones de riesgo el libreto navega por una meseta insalvable, donde las escenas se suceden sin aportar nada nuevo al tema. Una de ellas resulta lamentable por gratuita y manipuladora: la violencia física que los hijos y sobrinos del fallecido ejercen sobre Marina deriva en un secuestro que, dos minutos más tarde, se liquida sin solución de continuidad. Si ese episodio no existiera, el film sería exactamente igual. Hitchcock y Eisenstein hubieran odiado a la película en ese momento.
Tampoco Una mujer fantástica brilla en su costado formal porque no presenta nada rupturista ni novedoso que justifique tanto interés. Entonces, cuando todo falla, sólo quedaba apostar a un tour de force del personaje protagónico y, aunque me crucifiquen los políticamente correctos, en mi opinión Daniela Vega es otro fracaso. En una historia jugada por entero a ella, lo único que hace es interpretarse a sí misma. Eso no es actuar: Daniela no transmite emociones ni cambio alguno a lo largo del film, sino que se limita a realizar lo que el libreto y la dirección le demandan.
A Una mujer fantástica le sobran lugares comunes, tosquedades narrativas y varias situaciones patéticas, que asombran en alguien que supo ser tan certero en Gloria. Por otro lado, la película pretende mostrar una realidad muy incómoda y amenazante, pero lo hace en forma tan liviana y “limpia” que no provoca ni ofende a nadie. Por eso gusta a todo el mundo, gana premios y hace saltar las taquillas. Si hasta el título parece un operativo de marketing: ¿alguien puede decirme qué tiene de fantástico Marina? No estoy acusando a los responsables del film de deshonestidad, pero sí de conformismo, porque lo único que se consigue con este tipo de enfoques es fomentar el rechazo de un tema que merece otro respeto. Para ello hay que tener el coraje de hundir el escalpelo hasta el hueso y embarrarse un poco más en los charcos de la realidad, y no en las red carpets del glamour.
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