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Mundial 2030: ¿Sueño o delirio?  

Mundial 2030: ¿Sueño o delirio?   
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Se está planteando la idea de que el año 2030, Uruguay sea coorganizador del mundial de futbol por el centenario del primer campeonato.

Más allá de la maravillosa quimera de realizar en este país futbolero un nuevo mundial, cuanto tiene de asidero real esta posibilidad. Mirando los últimos mundiales y la inversión que implicaron para los países organizadores, vemos que no fue un muy bueno negocio ni para Sudáfrica o Brasil. ¿Debe ser una causa nacional el mundial 2030? ¿Hay otras prioridades para invertir, antes que los estadios? ¿Tenemos capacidad como país para recibir la afluencia de turistas que conlleva un campeonato del mundo? ¿Es rentable? ¿Es realista?

 


¿No seremos capaces de trabajar seriamente a escala nacional? Por Max Sapolinski

Como suele suceder cada vez que se instala una idea que salga de los cánones habituales, la propuesta de que Uruguay coorganice con Argentina el Mundial de Fútbol del 2030, abrió todos los canales de la polémica.

La convocatoria de Voces a opinar sobre el tema, me obligó a sentar posición sobre un tema al que venía prestándole atención y reconociendo en las diferentes posiciones planteadas hasta el momento aspectos positivos y negativos.

Si bien cualquier opinión sobre el tema estará cargada de un fuerte ingrediente emocional, creo que podemos perfectamente incorporar el componente racional que toda decisión de este tipo requiere.

Lo cierto es que hace cien años, nos sentíamos capacitados como para organizar el primer mundial de fútbol. Se me podrá decir que el nivel de exigencia no tenía comparación a los exigidos en la actualidad, que participaron de aquel tan sólo trece selecciones, que no existían requerimientos de comunicaciones e infraestructura como los actuales y demás argumentaciones de similar índole.

Pero también podremos argumentar que por aquel entonces la sociedad uruguaya, confiada en su capacidad, ajena a preconceptos y pensando en el futuro, no sólo construía el Estadio Centenario en nueve meses, sino que había inaugurado el Palacio Legislativo, construía la Rambla Sur y mantenía niveles de excelencia, aparte de constituirse en vanguardia de adelantos sociales en América. Existía confianza en el potencial del país e incluso se lograba dejar atrás la crisis de principios de los años 30 para construir, alcanzado el orden institucional resentido, el “país del optimismo” en que se constituyó Uruguay en la década del 40.

¿Son suficientes los ejemplos del pasado para afrontar tan complejo desafío? Sin duda que no. Analicemos brevemente las atenuantes para la posición pesimista. No se trata de organizar un mundial en toda su extensión, para lo cual una economía como la uruguaya naufragaría irremediablemente. En el mejor de los casos la organización determinaría que nuestro país sea sede de una docena y media de partidos. La existencia de los estadios implica que sólo se requeriría la adecuación de los mismos a las normas exigidas. Seguramente se necesitará alguna obra de infraestructura. Esas necesidades ya se encuentran en el inventario de pendientes que tenemos y que los próximos años deberán solucionar.

Hay sí algunos aspectos sin los cuales embarcarse en la empresa sería temerario. El primero de ellos es una planificación adecuada. Este es un aspecto que ha dejado múltiples dudas en los últimos años del quehacer gubernamental, encarando obras que debieron ser suspendidas o que demostraron ser inútiles y prescindiendo de otras que son indispensables.

El otro elemento a ser considerado, es la lucha contra la corrupción. Los últimos sucesos han abierto diversos cuestionamientos sobre el tradicional orgullo uruguayo de ubicarse por fuera de la corrupción que es flagelo de otras sociedades.

Ambos factores, la falta de una buena planificación y la corrupción, fueron fundamentales para los problemas, pérdidas y conmociones sociales que se generaron en la organización de los últimos campeonatos mundiales de fútbol.

Hace poco más de una década, en alguna campaña electoral, nos preguntábamos entre risueños y soñadores, por qué no era posible que conciertos como los de los Rolling Stones pudieran llegar a nuestras costas. Parecía imposible lograrlo. Hasta que el esfuerzo de productores serios, que confiaron en nuestro país y trabajaron seria y planificadamente, hicieron realidad la concreción de diversos eventos de nivel internacional. Así es que vinieron los Rolling, Paul McCartney, el Cirque du Soleil y tantos otros.

¿No seremos capaces de trabajar seriamente a escala nacional? Quiero creer que todavía somos capaces de encarar emprendimientos que colaboren con el sentimiento nacional con una planificación que nos depare beneficios, tanto a nivel de ingreso de divisas (turismo, posicionamiento internacional), como de una infraestructura imprescindible.

Como dijera Mark Twain: “Un hombre con una idea es un loco hasta que triunfa”.


“El baño del Papa” por Jorge Pasculli

Cuando recibí la invitación del querido Voces para escribir sobre este tema, enseguida me apareció la gran película uruguaya que he visto varias veces. Hecha, como todo el cine nacional, con escasos recursos materiales pero con enorme amor y talento, retrata con claridad y entrañable afecto un hecho real acontecido en Melo con motivo del anunciado viaje del Papa a esa pequeña ciudad. “Describe tu aldea y describirás el mundo”, la película refleja la desventura que golpeó a centenares de melenses que quisieron “salvarse” preparando comida, souvenirs, alojamiento y hasta un baño para las “decenas de miles de personas que llegarían de todos lados” con motivo de aquella inusual visita que pasó como una ráfaga y que dejó un enorme “clavo” a quienes se endeudaron pensando en sacarse el “cinco de oro”. Por algo somos uno de los países con más “timba” en relación a nuestra población.

Algo similar pasó en 1980 con el Mundialito del 80 donde también mucha gente invirtió pensando en los miles de turistas que llegarían de todo el mundo.

Más cerca, en 1995, Uruguay fue sede del sudamericano y debió construir tres estadios, Maldonado, Rivera y Paysandú, para poder organizarlo. Estadios que quedaron enormes y vacíos después para la actividad local permanente, con un costo de mantenimiento muy alto después. Es que a la FIFA y a la Conmebol lo único que les interesaba era su negocio a la hora de determinar sedes para Campeonatos internacionales. Son sonados los múltiples casos de compra de votos para elegir esas sedes y toda la maquinaria de coimas que se adueñaban de la construcción de infraestructura para los países “favorecidos” de ser anfitriones. Son muy elocuentes los pésimos negocios que les significó a la mayoría de esos países “favorecidos” ser organizadores. Incluso para países muy poderosos. Cuanto más los hacían gastar más coimas para los “distinguidos” dirigentes…

Por supuesto que para nuestro pueblo sería muy lindo ser uno de los anfitriones del Mundial 2030. Se cumplen 100 años del primer mundial que organizó y fue campeón Uruguay, para el que se construyó el Estadio Centenario en menos de un año. Pero debemos actuar con suma responsabilidad y prudencia. Ser una subsede, aprovechando lo que ya tenemos de infraestructura y mejorándola un poco es una cosa y co- organizar un Mundial es otra muy distinta. Si se trabaja bien puede servir como difusión de nuestro país, favorecer el turismo, sus actividades, industrias, inversiones, etc. Pero debe encararse como un proyecto que –por lo menos- se autofinancie. Son otros tiempos y otros requerimientos cien años después, aunque la pasión sea la misma. El costo de este “cinco de oro sorpresa” puede ser demasiado alto si nos embalamos alegremente como aquellos ilusos protagonistas de la película. Que fue verdad.


Ni un Joule en el mundial por Alejandro Sciarra

La experiencia uruguaya en organización de un mundial de fútbol se remite a 1930 y trece equipos. Hoy son cuarenta y ocho y algún que otro cambio de realidad.

Si organizar una Copa Mundial es un sueño, o un delirio… ¿Quién no tiene sueños delirantes? Claro que hospedar un mundial es un sueño.

Pero Uruguay no cuenta hoy en día con un sólo estadio que cuente con las condiciones requeridas por la FIFA para un encuentro mundialista. Todos los estadios requerirían inversiones verdaderamente importantes. Ni cuenta hoy con la capacidad hotelera (Montevideo cuenta con trece mil camas y la FIFA exige sesenta mil solo para delegaciones), ni con capacidad de transporte aéreo suficiente (FIFA exige que los traslados de selecciones entre sedes  sean por aire).

Sin ánimo de entrar en análisis de costos y simplemente para tener una referencia, Alemania (que ya contaba con una infraestructura demencial) debió gastar en 2006, entre 48 y 280 millones de euros en la remodelación de cada uno de sus estadios (sólo en estadios). Si queremos habilitar cuatro estadios en distintas ciudades, porque debemos tener una sede por ciudad, el costo será y no tengan dudas, de varios cientos de millones de dólares. Y esto sin empezar a hablar de mejoramiento de espacios públicos, seguridad, transporte, recursos humanos y demás. Recordemos que Uruguay tiene un PBI de aproximadamente 52.000 millones de dólares. Co-organizar un mundial con Argentina nos costaría al menos US$ 1.000 millones. Hablamos de reventarnos casi el equivalente de un 2% del PBI en un mes de fútbol. Y de qué hacemos con esos estadios después, ni hablemos…

Pero más allá del esfuerzo económico que supondría, asumo que si queremos organizar un evento de esta magnitud, queremos además, que resulte de calidad. Y acá va la opinión personal que supongo el Editor pretende. No contamos con idóneos. En 2010, en Zurich, Blatter anunció a Qatar como sede del mundial del año 2022. Doce años antes.

Uruguay empezó con este bolazo, para variar, con una “cumbre” Mujica-CFK en 2011. ¿Saben cuánto se avanzó? Exacto. Eso que están pensando.

No hay gente con experiencia en el tema trabajando ya en esto. ¿Alguien está negociando ya mismo con las marcas, para que comiencen a poner la plata, o la idea es sacarla del bolsillo de la gente? Porque si esto no se empieza con tiempo, y piensan ir cuatro o cinco años antes a pedirle a CocaCola, a Adidas, a Nestlé que desembolsen sus millones de golpe… Tengamos en cuenta que la fiesta nos costaría más que la capitalización de ANCAP.

Festejar está bueno. Pero si tengo que decidir entre la educación de mis hijos y tirar la casa por la ventana por mi cumpleaños, mejor festejo en familia.

Y cuando escucho a Vázquez soñar con ser sede del mundial, y lo veo poniendo así sea solamente “un Joule” de su energía en esto, sueño con que vaya a poner ese Joule en la lucha contra la droga que está destrozando generaciones, o en la educación, porque si un 80% de los uruguayos no termina el liceo, la crisis educativa es de proporciones catastróficas.


Construir el 2030 por Daniel Daners

2030, Bicentenario de la Jura de la Constitución, Uruguay aún reconoce en el deporte una de las fuentes de buena parte del contenido emocional, cultural y épico que lo consolidaron como nación a principios del siglo XX.

2017, en los últimos años los uruguayos construimos el derecho de pensar, imaginar y proyectar nuestro Uruguay del Bicentenario.

En 2005, los celulares eran teléfonos móviles, no computadoras portátiles, dentro de 12 o 13 años seguramente los smartphones serán piezas de museo; las herramientas cotidianas serán diferentes, los procesos constructivos harán milagros, los sistemas de transporte o de comunicación serán de 7ª o 10ª generación, las energías serán más sostenibles, tendremos conquistados nuevos derechos y los sistemas productivos habrán incorporado la automatización hasta niveles insospechados, habremos evolucionado en todos esos aspectos -y más- y no nos sorprenderán, por cotidianas, cosas que hoy nos parecen de ciencia ficción. Pero habrá cosas que seguirán presentes, incambiadas, tozudas, nos seguiremos emocionando con el recuerdo del mariscal Nasazzi, del Negro Jefe o de la selección del Maestro en Sudáfrica 2014.

El deporte, el arte y las manifestaciones culturales de todo tipo fueron, son y serán seña de identidad, de emoción y de construcción colectiva.

2017, Uruguay está en condiciones de pensarse con sensatez y solidez, a largo plazo, porque ha transitado el mayor período histórico de crecimiento continuo, porque consolidó su condición de país serio, con instituciones sólidas y creíbles, porque construyó e hizo funcionar herramientas de gestión y legislativas (dos ejemplos a beneficio de inventario: el Sistema de Planificación Estratégica de OPP y la Ley de Ordenamiento Territorial y Desarrollo Sostenible) que permiten mediante indicadores de contexto, evaluación de resultados y metas de gestión, desarrollar, monitorear y controlar programas, productos, proyectos transversales, con lógicas de gestión horizontales; establecer políticas de estado transparentes, accesibles y sustentables; ordenar la planificación territorial según criterios de sostenibilidad, articulación, coordinación interinstitucional, democratización de accesos y servicios, etc.

En 2030 Uruguay podrá ser un centro logístico regional; nodo de promoción de la cultura, el turismo y el deporte; podemos ser centro tecnológico y de servicios, con desarrollo sostenible y planificado que proteja el ambiente y haga de la biodiversidad cuidada una bandera, promoviendo la conservación y el uso sustentable de los recursos naturales y culturales; tendremos la chance de haber desarrollado la infraestructura de transporte de personas y bienes, con un sistema de conectividad transversal coordinado; habremos consolidado el sistema nacional en red de infraestructuras y equipamientos deportivos; la matriz energética tendrá la mayor diversificación y sustentabilidad posible; las generaciones nativas digitales (Plan Ceibal y posteriores desarrollos mediante) seguirán siendo pioneras en tecnología de la información; la democracia económica y social se habrán desarrollado a la par de la democracia política.

En 2030 los hitos urbanos, culturales y deportivos serán nodos de una red territorial articulada, moderna y sostenible; a escala metropolitana tendremos el Teatro Solis, el Auditorio del Sodre, la nueva 18 de julio, el Parque Batlle –reafirmando su destino original de núcleo urbano recreativo- con el Estadio Centenario como centro y todos sus equipamientos deportivos y recreativos reformulados, el Antel Arena, el Campeón del Siglo y el Parque Central, el Hipódromo, centralidades articuladas por una nueva red vial multimodal que conjuga: puerto, aeropuerto y transporte terrestre (ferroviario y carretero). Las actividades que se instalen tendrán como soporte el potente sector turístico (en todas sus variantes), las telecomunicaciones y los servicios; además de las certezas jurídicas, la seguridad y la transparencia de un país que mantiene su tradición republicana.

Las grandes manifestaciones deportivas son hitos que propician el crecimiento transformador de los países y alimentan pactos sociales no escritos que nos mejoran como sociedad; el deporte es una herramienta de desarrollo fantástica que impacta en gran cantidad de actividades económicas y culturales que conforman cadenas de valor diversas interrelacionadas.

En 2030, Uruguay coorganiza el Mundial de Fútbol y renueva su esencia heroica, indomable, abrevando en aquellos años en los que la épica deportiva nos hizo reconocidos en el mundo.

En 2030, Uruguay festejará el Bicentenario de la Jura de la Constitución homenajeando al Uruguay Campeón del Mundo de 1930.

Tenemos derecho a soñar en grande. Hagámoslo.


Oportunidad y riesgo por Isabel Viana

Recuerdo el canto: primero fue el 24/ el 28 después/ y con el triunfo del 30/ logramos llegar a tres…/ Se cantaba en el ’50, momento de Maracaná y de la fijación de la gloria futbolera como uno más de los símbolos nacionales. Sabemos cómo Maracaná se ha transformado en un símbolo del mirar para atrás del país.

En plenas instancias de grave depresión económica mundial, nuestro pequeño país fue internacionalmente conocido en virtud de su futbol. No era el único mérito que teníamos: también éramos “la Suiza de América”, país donde la democracia se mantenía estable, laico, con enseñanza primaria gratuita y obligatoria, primer país en la región con derecho a voto femenino (1927). Y además tuvimos la hoy asombrosa capacidad de  profesionales y operarios del país para construir un estadio mundialista en meses.

Las adhesiones al futbol son lazos de pertenencia. La  actividad ocupa cada vez más tiempo la atención colectiva y los espacios de interacción social.

Escape perfecto ante cualquier tipo de contrariedades o descontento, es un vehículo de huida de la realidad. Ocupa un tiempo mayor en los noticieros y se ve y escucha futbol nacional o extranjero: da lo mismo mientras en nuestras pantallas haya 22 personas corriendo detrás de una pelota. La fuerza de la imagen se suma a la de la escucha: habrá un relator que simultáneamente nos cuenta acerca de lo que estamos viendo, y a veces, otro, emitido por una radio, que lo cuente “con emoción”, que llega a su máximo cuando en la mini palabra “gol”  – la pelota entro en uno de los dos arcos – la “o” se extiende tanto como dura el aliento del relator.

Después, el tema ocupa la atención, se repiten los relatos y los comentarios en todos los ámbitos: que se vio y dijeron los actores (jugadores, técnicos, jueces, líneas y otros mirones). La  pasión de pertenencia en torno a los clubes llega la extrema violencia de la muerte.

Ante esa realidad, el planteo presidencial de Uruguay protagonista de los 100 años del Mundial del ´30, satisface, sin duda esa peculiar forma de patriotismo futbolero y sin duda obtendrá apoyo de quienes ven en el fútbol su de espacio social de pertenencia.

Los recientes ejemplos de Sudáfrica y Brasil demuestran que el esfuerzo no es hoy redituable económicamente y que posterga la atención a necesidades obvias de las sociedades que reciben a los mundiales. Son inversiones para una sola vez. Uruguay tiene estadios casi sin uso construidos para la Copa América 1996. El mundial ¿es una apuesta a la llegada masiva de hinchas? ¿Es esto deseable? ¿Implica desarrollo turístico? ¿Son inversiones  sustentables? Aunque sólo sea la reforma (dicen que total) del Estadio Centenario, ¿es deseable?, ¿responde a prioridades nacionales de gasto?

Organizar una actividad de carácter mundial es siempre una oportunidad, si ocurre en un contexto de crecimiento nacional con bases sólidas. Puede fortalecer la imagen-país. Tiene  enormes riesgos, no sólo por las inversiones públicas y privadas requeridas. Creo que los mayores riesgos – podemos no ser los campeones – puede ser la desesperanza, el sentir que los carriles elegidos para el futuro del país son cortoplacistas: terminan con pena y sin gloria en deudas y vacíos en los fondos disponibles para hacer lo que sí es necesario y para la construcción permanente de lo colectivo.


¿Y por qué no? por Sergio Silvestri

Uruguay respira fútbol. El estado de ánimo de los uruguayos muchas veces depende del fútbol. Los temas de conversación más comunes de los uruguayos son las críticas al gobierno de turno, el estado del tiempo y el fútbol.

La organización del Mundial 2030 es una oportunidad para que un país que vive el fútbol, como lo hace Uruguay, celebre 100 años de primer campeonato de Mundo, que no sólo se jugó en nuestras canchas sino que se ganó en forma incuestionable ante Argentina, por ahora y oficialmente, nuestro único socio en esta aventura.

Ahora bien, todos los puntos a favor que tiene el mayor evento deportivo y televisivo del mundo actual y que se lleva bárbaro con nuestra idiosincrasia, desde lo sentimental y pasional, tiene un elemento dificil de controlar en los últimos tiempos: la corrupción.

Los mundiales de fútbol modernos mueven millones, en la moneda que sea, y la FIFA, su “dueño”, viene saliendo de escándalos, fraudes, coimas y manejo de fondos por parte de dirigentes corruptos. Esto último habrá que chequearlo en breve seguramente, y ahí poder confirmar si las nuevas autoridades son diferentes a los “históricos” que cayeron aquella madrugada del 27 de mayo del 2015 en un lujoso hotel de Zurich, en Suiza.

Qué los mundiales sean organizados por más de un país, no es nuevo. Japón y Corea del Sur lo hicieron en el 2002. Ahora Uruguay y Argentina alzaron su mano para el 2030, pero ya se maneja la postulación de México, Canadá y Estados Unidos 2026.

El Presidente Tabaré Vázquez manejó dos conceptos claros sobre esta posibilidad, uno de ellos es que “sin Uruguay no se festeja en 2030” y el otro más reciente, donde expresó que “hay que concebir los mundiales de fútbol más allá de las fronteras de los países, porque cada día es más difícil para países pequeños organizarlos y por eso deben unirse con otros”.  Sin embargo puntualizó que aún no ha hablado con el presidente de Paraguay, Horacio Cartes.

Este negocio de organizar un Mundial de Fútbol no se puede globalizar ni comparar con otras experiencias, si hay que admitir que hoy existen nuevos parámetros y necesidades básicas que cubrir.

El Mundial de Fútbol dejó de ser sólo una competencia deportiva para convertirse en una atracción turística, que mueve durante un par de meses a miles de personas de distintas partes del mundo. Por eso la FIFA cada cuatro años amplía la nómina de países participantes, aspecto que si bien nos da mayores oportunidades de estar ahí,  siempre es discutible si lo pensamos desde la calidad y exigencia “futbolera” que nos caracteriza.

Somos un país chico, es verdad, por eso hay que tranzar con Argentina y quizás sumar a Paraguay o Chile, pero creo que es viable captar inversión privada que colabore con el financiamiento público para lograr tener algunas sedes en 2030.

La visión de algunos empresarios como por ejemplo Orlando Dovat, Presidente de ZonaAmérica y vicepresidente de “Iniciativa 2030” va en esa línea.

A Uruguay este Mundial le puede dejar aspectos muy positivos, la remodelación del Centenario, que cumplirá 100 años, dos o tres estadios FIFA, una actualización en hotelería, gastronomía, espacios públicos, transporte interno y conexiones internacionales, y lo más importante, la clasificación directa a la Copa, sin sufrimientos ni calculadora.


Mundial de Futbol: Negocio redondo, como la pelota. por Ian Ruiz

Desde siempre, como fanáticos del principal deporte y negocio a nivel mundial o por optimistas de más, hemos pensado que recibir un mundial de fútbol, puede dejar a Uruguay grandes ganancias económicas o el desarrollo como país al oficiar de sede, como una benevolente herencia.

La realidad nos muestra que la gestión pública y privada tiende a cambiar. La visión del negocio del futbol y el deporte hoy es diferente a décadas pasadas, y en un mundo que cambia constantemente, nos indica que para 2030 toda realidad será distinta a la de ahora. Pensar hoy en organizar un mundial a celebrar dentro de más de una década, no debería ser prioridad, habiendo necesidades como país para atender en el corto plazo.

Hechos de corrupción en el organismo rector de este deporte y errores administrativos en fondos públicos tanto en Argentina como Uruguay (posibles países sedes), hace entender a la población de ambas orillas que a pesar de lo que digan los políticos, no generará grandes beneficios económicos. Pero en América Latina siempre es atractivo hacer un negocio de magnitudes.

Pese a la controversia que suele generarse en la sociedad, en parte, ser sede podría tener algunos efectos positivos a nivel socioeconómico en Uruguay si es correctamente planificado.

El esfuerzo realizado se debe traducir en inversión privada en restaurantes, así como en otros negocios asociados al turismo. Uno de los requisitos de FIFA es por ejemplo, poseer una capacidad hotelera estimada en 60.000 plazas para delegaciones y el hecho de que se apruebe el proyecto del presidente de la Federación Internacional de Fútbol, el suizo Gianni Infantino, que establece realizar el torneo con 40 equipos, hará que esta condición y otras se incrementen, así como la visión que deberá tener el Ministerio de Turismo y Deportes.  La realidad nos hace ver que Uruguay carece de toda infraestructura exigida por FIFA para ser sede de una Copa del Mundo.

Asimismo, trabajar en ese último punto será clave para mejorar la urbanidad, incrementar el empleo, subir los ingresos fiscales, al igual que para lograr una mejor proyección internacional del país direccionada a aumentar el flujo del turismo y los negocios a futuro. La estrategia obliga a que nuestro país trabaje cada proyecto como marcas-ciudades o marca-país, como lo ha hecho en las últimas décadas, pero con una apuesta mayor.

Diversos estudios no han encontrado efectos realmente positivos en materia de macroeconomía o empleo.

La Fifa cuando ofrece un Mundial lo hace con una reglamentación poniendo un contrato en que el 95% de lo que genere el evento entre a sus arcas y el 5% de las ganancias sean para el país anfitrión. El que si se lleva un negocio redondo, es la Federación Internacional del Fútbol. Para el país, solo le queda el desafío de planificar muy bien sus limitados recursos e inversión para sacar el mayor de los provechos para atraer turismo, crear mayor conectividad y facilitación del transporte aéreo y urbano, mejorar el comercio, consumo y las ventas.

El caso es que Uruguay deberá poner sobre la mesa, millones de dólares en organizar el evento, lo mismo Argentina. Un monto que saldrá de la mayoría de los bolsillos de los contribuyentes, y que seguramente puedan causar algún descontento en una población que querrá invertir ese dinero en mejorar servicios públicos, inversión social, educación y salud, a que en un certamen de fútbol poco duradero y pequeño para la economía del país. Uno de los mayores temores que nacen, es que podría hasta incrementar la deuda económica y ocasionar dificultades en cuanto la infraestructura. Muchas de las obras públicas, se planearan en base a las necesidades del evento y no de la población. Por lo tanto, y como ya ha ocurrido en otros países, finalizado el mundial, muchas de esas obras carecerán de uso.

Los únicos sectores que más podrían beneficiarse son los que tienen que ver con el Turismo, allí el gran interés de la cartera en hacer posible el Mundial 2030. Pero hay que ir más allá y analizar que en otros sectores los efectos serán negativos, llámese interrupciones en el tráfico y pérdida de días laborales.

Ser organizadores de esta clase de evento deportivo, no debería ser una excusa política para transmitir al mundo la calidad de gobernantes y ganarse una imagen pública.

Lo acontecido en Brasil, debería ser tomado en cuenta, en el sentido de no subestimar los costos y sobrestimar los beneficios. Más que apostar a un mes, se deberían aprovechar los escasos recursos en obras que luego tengan impacto económico e incluso social que perduren por varias décadas.

Cierto es que el Congreso de la FIFA decidirá la sede de la Copa del Mundo 2030 en el año 2024 y es dudoso que Uruguay, en siete años, pueda mejorar lo que no ha hecho en décadas. Pero quizá, sirva como excusa para que el gobierno ponga en marcha proyectos que se necesitan como país.


Por un mundial norcoreano por Fernando Pioli

La idiosincrasia latinoamericana en general y uruguaya en particular está dibujada en torno a una especie de designio que retumba en los rincones de nuestros espíritus y que resuena al son de estas palabras: NO SE PUEDE.

El origen de esta automutilación de nuestra capacidad de desear lograr cosas (o de desear a secas)  hay quien lo rastrea hasta el estilo de gobierno de la corona española, seguramente matizado con el perfil conservador y de falso egoísmo que tiñe el alma latina con que nos construimos socialmente.
En el caso de la intención de conmemorar el centenario de la organización de la primer Copa del Mundo (que no es lo mismo que Campeonato Mundial, como se han encargado de repetirnos los totos da silveiras, sergios gorzys  y doctores etchandys de nuestra conciencia futbolística) organizando el torneo oficial máximo de la FIFA en su edición 2030 no es más que un nuevo capítulo de esta historia. Es decir, nuestra primer reacción psicológica ante esta posibilidad es NO SE PUEDE.

Lo que ocurre en este caso, es que ante la autocrítica saludable que busca  protegernos de esta especie de complejo de castración que nos condena a la sensación de impotencia, es que en este caso debe sumarse al prejuicio irracional el dato proveniente de la realidad. Es decir, efectivamente NO SE PUEDE.

No se puede ser organizador de este torneo en las condiciones actuales, salvo en sociedad con algún país que comparta los gastos, pero más aún la organización. Casualmente tenemos un socio ideal desde el punto de vista de la oportunidad histórica, dado que Argentina comparte con nosotros ser los promotores de la tradición futbolística en el continente en los albores del siglo XX, además de ser los protagonistas de aquel primitivo (en varios sentidos de la palabra) mundial.

El problema con ese socio es que es Argentina. Si a la impotencia uruguaya le sumamos la imprevisibilidad argentina estamos ante una bomba que puede explotar en nuestras caras.
Ahora bien, si nos ponemos en plan de viejos asustados mejor no hagamos nada. Ahora, si nos ponemos en plan adolescente aventurero y con altas dosis de impulso autodestructivo, hagámoslo.

Bueno, opino que hay que tratar de hacerlo. Eso sí, si vamos a hacerlo, por favor vamos a hacerlo bien. Sin mirar atrás ni tomar prisioneros. Nada de autocomplacencia ni reproches por lo bajo. Espero que no se malinterprete, pero algo de actitud norcoreana no nos vendría mal en este caso e ir por todo.

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