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¿Museo nacional o centro cultural? por Nelson Di Maggio

¿Museo nacional o centro cultural? por Nelson Di Maggio
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Todo cambia en los veloces tiempos actuales. Las viejas fábricas o estaciones de ferrocarril a museos: con inteligencia en la Modern Tate de Londres o discutible solución en el Museo d’Orsay de París. Montevideo es la única capital del mundo occidental carente de una arquitectura museística adecuada. Faltan lugares que admitan los nuevos lenguajes —videos, instalaciones—. En especial, es preciso crear espacios funcionales adaptados para guardar y conservar donaciones de obras de artistas fallecidos o de colecciones particulares. El patrimonio nacional ha perdido y corre el riesgo de perder obras de valor histórico inestimable por esas ausencias y limitaciones inadmisibles.

El Museo Nacional de Artes Visuales (mnav) ha cambiado. Llegó a perder, durante varios meses, su identidad emblemática con la eliminación del color de la fachada y de la totalidad de la colección permanente para hospedar a un solo artista. De Ripley (Ripley’s believe it or not!). Desde hace años desplazó la colección histórica permanente, su elemental e irremplazable cometido, por la programación de muestras temporarias no siempre del nivel propio de la principal pinacoteca, admisibles y apropiadas en una galería o institutos culturales que hasta justificarían y exaltarían su interés.

Después de El jardín de Boris (2006), compleja e intensa experimentación; de las incursiones felices en el terreno del video o la irónica dimensión política en Ghierra Intendente (2015), Esos lugares existen, muestra que estuvo hasta hace pocos días en la sala mayor del museo, sorprende por el retorno al dibujo preciso, minucioso, de paciencia benedictina, hiperbarroco, de trazo frío y sereno, de imaginarias arquitecturas, similares pero diferente de las sensibles polis barriales porteñas del argentino Rep exhibidas en el Centro Cultural de España; produce, sin soslayar su laboriosa ejecución, un cierto desconcierto. El montaje descuidado —marcos de diferente color y tamaño— se aleja del rigor del artista. Más atractiva y de claridad conceptual es la obra presentada en el 49.o Premio Montevideo de Artes Plásticas en su rescate de viejos marcos de edificios demolidos.

Que la prescindente BienalSur, en su segunda edición, organizada por el desconcertante Aníbal Y. Jozami de la untref argentina, envíe un video menor de una artista mayor, parece un mero recurso para adquirir, al agregar otro país, el interés del escaso público.

Costigliolo, la vida de las formas ocupa la planta baja del mnav. La pereza imaginativa impuso utilizar los paneles en disposición oblicua de la exposición anterior y obliga al visitante, habituado a entrar del lado derecho como corresponde, a comenzar el recorrido por el final. Una arbitrariedad. Porque José Pedro Costigliolo (1902-1985), uno de los mayores creadores uruguayos y figura principal del arte geométrico junto con María Freire y Antonio Llorens, merecía la sala mayor y una presentación diferente. Las numerosas obras —pertenecientes a la Fundación Atchugarry en su gran mayoría, entidad organizadora de la exposición, de colecciones privadas y del mnav— ofrecen un recorrido fascinante de la trayectoria, desde sus luminosos y fuertemente cromáticos lienzos, poco difundidos, su esplendor de los años 50, la década dorada de la cultura nacional, consagrado en la memorable Galería Salamanca, 1954. Su empecinado empeño en mantener una línea de rigor de concepción geométrica, con tanteos momentáneos por el irresistible vendaval del expresionismo abstracto, lo conduciría a nuevas formulaciones en los sesenta y setenta. Ya, en los ochenta, debilitado el pulso, afloja la impecable firmeza y la energía que se desprende de las composiciones de los pequeños planos y la colisión entre ellos, visibles al final de la exposición. El voluminoso catálogo, de confusa diagramación, no menciona el importante mural de cerámica vidriada que realizó para una casa en Nueva Helvecia, hoy propiedad particular. Es la fotografía de tapa de Costigliolo, homo geometricus, 2010, del autor que escribe esta nota, del cual se extraen diez páginas sin la autorización correspondiente, verbal o por escrito, como se indica y advierte en esa publicación. De la misma manera que en el índice del catálogo aparece la entrevista a María Freire, sin mencionar que en realidad fue encargada a una ocasional colaboradora para el libro mencionado. Es una circunstancia ya repetida entre profesionales de la literatura, el ensayo y las artes visuales. Los derechos de autor se volatilizan.

Paisaje-Identidad-Lenguaje. Colección de Arte CajaCanarias es una muestra menor, convencional e irregular proveniente de las Islas Canarias, integrada solo por artistas nacidos en esas tierras insulares, aunque los más importantes se formaron en Madrid, aquí representados con pocas obras: Manolo Millares, una pintura pequeña pero espléndida, y Martín Chirino, tres esculturas y un dibujo, ambos integrantes del célebre grupo El Paso. Hay además un trabajo del surrealista Óscar Domínguez. Los restantes nombres tienen un interés parroquial.

Estar igual que el resto, video de Paula Delgado, curadora Andrea Giunta, documenta conversaciones con personas ciegas en diversas ciudades del mundo —Montevideo, Buenos Aires, Santiago, Lima, La Habana, Berna, Hereford—. Registra las respuestas sobre las imágenes ausentes que tienen los no videntes sobre género, sexo, los estereotipos de belleza. El resultado es inquietante, conmovedor y necesario, aunque por momentos la proyección triple superpone las voces y dificulta el entendimiento. Una experiencia sacudidora que tiene antecedentes de espacios similares experimentados por el propio visitante.

Por último, la antológica retrospectiva de Gustavo Tabares en la sala mayor del museo. Pintor, escultor, fotógrafo, grafitista, galerista, curador y docente con estudios, entre otros, en el taller de Hugo Longa, el principal referente. Decorador y ambientalista del boliche Juntacadáveres, es típico representante de la posmodernidad de los 80 con una tumultuosa iconografía que arranca de 1986 hasta hoy. Recorre con divertida ironía, pero sin la detenida causticidad de su maestro, diversidad de estilos y lenguajes de los últimos decenios en un pasticcio eclecticista alternativamente figurativo y abstracto, con recursos del cómic y el grafiti, oscilante entre lo popular y lo culto, con rapidez de elaboración y desenfadado cromatismo, que inevitablemente llaman la atención. Hasta en el simple blanco y negro de las cajas en vidrio. Escribió inteligentes textos curatoriales en Muestra rodante.

¿Cinco muestras diferentes y simultáneas no serían demasiado para cualquier museo?

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