Desde John Rawls hasta Gianni Váttimo, ha crecido en la filosofía contemporánea una revisión del lugar de la religión en las sociedades plurales.
En 2004 en el debate entre el filósofo alemán Jürgen Habermas y el teólogo Joseph Ratzinger, el filósofo describió a la sociedad actual como desgarrada en sus vínculos sociales y necesitada de recuperar la riqueza de las tradiciones religiosas en lo que tienen de transformador en las relaciones sociales y como referencia trascendental que abre el horizonte de la existencia humana. Habermas percibió el desfondamiento ético de las sociedades descarriladas y a partir de aquel encuentro no ha dejado de hacer referencia al asunto:
“Una modernización descarrilada de la sociedad en su conjunto podría resquebrajar el lazo democrático y agotar el tipo de solidaridad en el que se apoya la sociedad democrática, que no puede exigirse por vía legal”. Anunciaba la posible transformación de ciudadanos de sociedades liberales y prósperas en mónadas aisladas, guiadas por su propio interés, que “utilizan sus derechos subjetivos como armas unos contra otros”.
Al disminuir el fondo moral de la sociedad occidental ante un creciente individualismo y privatización de la vida, crece el desánimo frente a la capacidad de la política para crear solidaridad y justicia.
“Si la postura religiosa y la laica conciben la secularización como un proceso de aprendizaje complementario, pueden entonces tomar en serio sus aportaciones en temas públicos controvertidos”.
Habermas pertenece a la segunda generación de la Escuela Crítica de Frankfurt y su producción es mundialmente conocida, pero recientemente un filósofo de la tercera generación de dicha escuela ha vuelto sobre el asunto desde una nueva perspectiva: Harmut Rosa.
Harmut Rosa
Bajo el título “¿Por qué la democracia necesita religión? Una relación singular de resonancia”, el filósofo y sociólogo alemán Hartmut Rosa, dio una conferencia en 2022 que todavía no ha sido publicada en español. Desde una mirada sociológica se ha aproximado a responder a esta pregunta. Como sociólogo no le interesan las grandes preguntas metafísicas sobre la religión o la existencia de Dios. Lo que le interesa es el tipo de relación con el mundo que existe a través de la práctica religiosa. Al igual que Habermas, no es un creyente y su visión de la religión es bastante reduccionista a sus funciones sociales, pero ha llamado la atención su análisis al respecto. Las preguntas que le interesan son del tipo: ¿Qué futuro le espera a una democracia sin religión? ¿Qué ocurre cuando la religión deja de resonar en las sociedades democráticas? ¿Qué pierde una sociedad cuando la religión deja de jugar su rol?
La crisis de la sociedad democrática
La democracia requiere que escuchemos atenta y abiertamente lo que sienten y aspiran los otros. Pero la decisión de escucharlos y preocuparse por lo que le pasa a los otros se ha ido deteriorando, por lo que atravesamos una profunda crisis democrática. El odio irracional estalla por todas partes, y por ello se necesita más que nunca “corazones que sepan escuchar”. Lo que el Rey Salomón le pide a Dios: “Dame un corazón que escuche” (1 Reyes 3, 9). Esta es la idea central de su teoría de la resonancia, como sociedad y como personas necesitamos corazones que escuchen. Pero para que esto suceda deben darse ciertas condiciones sociales -no solo individuales-.
Para el pensador alemán asistimos a una sociedad que vive en la “inmovilidad deslumbrante”, mientras se mueve cada vez más aceleradamente produciendo e innovando, al mismo tiempo permanece estancada siempre en el mismo sitio.
SI bien la modernidad ha manifestado un programa de crecimiento deslumbrante con una prosperidad sin precedentes, el proyecto moderno que prometía autonomía y salir de la pobreza y la ignorancia, no cumplió esas promesas. En la actualidad ni siquiera los que impulsan el crecimiento creen en un futuro mejor, porque a pesar del desarrollo material imparable, las incertidumbres y el sinsentido son cada vez mayores.
Lo que Rosa explica es que, con el imperativo de acelerar y crecer sin descanso, estamos obligados a movernos siempre sin saber hacia dónde, y como consecuencia hay crisis y falta de sentido. No importa a donde vamos, lo que importa es no detenerse, donde dominan la ansiedad y la depresión, la aceleración y la falta de horizontes. Se ha perdido el sentido.
¿Para qué necesitamos de la religión?
Según Rosa, nuestra sociedad necesita acelerar y crecer constantemente, no para avanzar, sino para mantenerse en el mismo lugar y no derrumbarse. Gastamos cada vez más energía no para crecer, sino para no perder lo que tenemos. Lo que promueve el crecimiento permanente no es la codicia, sino el miedo al colapso. Todo el sistema necesita una aceleración creciente, innovación permanente, con el único objetivo de no caernos. Los políticos tienen que convertirse en expertos en animar a todos para seguir, pero al mismo tiempo la culpa de no crecer cae sobre cada individuo.
Las generaciones pasadas trabajaron duro para ofrecer un futuro mejor a las siguientes generaciones, pero hoy se trabaja cada vez más duro para que los que vendrán no estén peor que nosotros.
En una sociedad desorientada, sin rumbo, sin sabiduría, ¿tiene algo para decir la religión? Pareciera que la Iglesia parece una institución arcaica que no tendría mucho para decir. Sin embargo, Rosa considera que en la grave crisis de la sociedad occidental la respuesta está -en parte- en recuperar el aporte de las tradiciones religiosas para que haya corazones que escuchen. No ignora el autor la ambigüedad y los problemas de las religiones, pero al igual que Habermas, entiende que su aporte específico como fuentes de sentido y de fundamentos éticos es insustituible por el momento. Las comunidades religiosas pueden ofrecer a los individuos un sentido de conexión profunda y significado en sus vidas.
Cuando el otro no importa, no hay quien escuche.
La crisis democrática se manifiesta en que los que piensan distinto políticamente deben silenciados, bloqueados. No hay debate porque el otro no es escuchado, el adversario político se convierte en un aborrecible enemigo del que nos repugnan sus ideas.
En este contexto necesitamos ir a buscar una fuente de sabiduría que mueva a las personas a querer escuchar. Un corazón que escuche no aparece de la nada en una sociedad violenta, y esto requiere dejarse convocar, dejarse tocar, dejarse llamar. Son las Iglesias las que tienen las narrativas, los ritos, las prácticas y los espacios para que los corazones escuchen. Las iglesias tienen los reservorios cognitivos donde un corazón puede practicar la escucha. Lo que está en crisis es la disposición a ser llamados y esto se refleja en la crisis de fe y en la crisis de la democracia. Para Rosa es necesario detenerse para escuchar y hacer las cosas de otra manera.
La resonancia.
Las ideas centrales del pensamiento de Hartmut Rosa giran en torno a la aceleración social, la alienación y la necesidad de una nueva forma de relación con el mundo que él llama resonancia. Sostiene que la modernidad se caracteriza por una creciente aceleración del tiempo, que afecta tres niveles: aceleración tecnológica, aceleración del cambio social y aceleración del ritmo de vida. Este proceso genera una sensación de falta de control y de que nunca tenemos suficiente tiempo, incluso con más tecnología para “ahorrar tiempo”.
Siguiendo la tradición de la teoría crítica, Rosa argumenta que la aceleración nos desconecta del mundo y de nosotros mismos. En lugar de sentirnos parte de una comunidad o en armonía con la naturaleza, experimentamos la realidad como algo extraño y hostil, un “mundo mudo” que no nos responde.
Para contrarrestar la alienación, Rosa propone el concepto de resonancia, que describe una relación más auténtica y significativa con el mundo. La resonancia ocurre cuando experimentamos una conexión profunda con las personas, la naturaleza, el arte o el trabajo, en lugar de verlos solo como recursos a explotar o dominar. La resonancia no es algo que se pueda controlar ni poseer, sino que surge en ciertos contextos que debemos valorar y fomentar.
La resonancia no se puede imponer, es una experiencia imprevisible, un lugar donde sucede algo nuevo, inesperado. Por eso necesitamos volver a recuperar la capacidad de ser llamado y alejarnos de la agresividad actual y dejar de pensar primero en uno mismo. Es recuperar la capacidad de volvernos accesibles y vulnerables, lo cual necesita un contexto adecuado y considera que la religión tiene esa capacidad en su forma de relacionarse con el mundo, que no se basan en el crecimiento y la explotación.
Sugiere que la política y la economía deberían estar orientadas a crear condiciones para la resonancia, en lugar de solo impulsar el crecimiento y la competencia. Aboga por cambios en la educación, el trabajo y la vida cotidiana para recuperar una relación más significativa con el mundo.
Plantea que el problema central de la modernidad no es solo la desigualdad o la explotación, sino la forma en que nos relacionamos con el mundo: un modelo basado en el control y la aceleración que nos aliena, en lugar de fomentar experiencias de resonancia.
Por esto la sociedad actual necesita de la religión. Así lo expresa Rosa sintéticamente:
“Una sociedad sin aliento, frenética, en la que nos hemos dado cuenta el precio enorme que se paga por ello, busca desesperadamente otras formas de relación con el mundo (Weltbeziehung), otras formas de estar-en-el-mundo (In-der-Welt-Sein). ¿Y dónde puede encontrar esta sociedad otras formas de relacionamiento con la vida, incluso con el universo, con el cosmos, con la naturaleza? ¿Dónde encontramos este depósito alternativo? En lo que sigue quisiera exponer que como sociedad nos encontramos en una grave crisis, y que necesitamos de las instituciones, tradiciones, prácticas, estructuras de pensamiento, convicciones, y ritos religiosos para poder descubrirlo. Quiero dejar clara la idea fundamental de que esta sociedad carece masivamente de corazones que escuchen, en el sentido político, y en todos los sentidos posibles. Y por ello necesitamos ideas, prácticas y cosas similares que nos traigan luz acerca de lo que significa tener corazones que escuchen. Una respuesta compuesta por elementos que sin duda alguna podemos encontrar en un contexto religioso”.
Recuperar sentido y esperanza
En una entrevista en 2023 en Le Monde, Rosa explicó así su concepto de resonancia: “Buscaba un contra-concepto respecto a la aceleración, susceptible de contrarrestar su mecánica tóxica. Entonces me vino la idea de resonancia, que interviene cuando entramos en relación con algo que no dominamos porque no lo podemos poseer”.
Rosa no ve la democracia y la religión como mutuamente excluyentes, sino como potencialmente complementarias. Ambas pueden ofrecer modos diferentes pero significativos de experimentar resonancia. Sin embargo, también reconoce que, en la modernidad tardía, la religión ha perdido parte de su capacidad de generar resonancia debido a la progresiva secularización y la individualización.
Aunque la resonancia puede encontrarse en otros fenómenos que no son propiamente la religión, considera que el judaísmo y especialmente el cristianismo, al considerar que nuestra existencia no es producto del puro azar, sino que tiene sentido dentro de una relación de llamada y respuesta, crea así una fuerza de resonancia horizontal entre las personas. Lo que cuenta es la promesa y la esperanza, no la desconfianza y el sin sentido.
*Este artículo es una versión ampliada de una publicación anterior en Diálogo Político. Agradezco a mi amigo y colega Adrián Aranda por la traducción del alemán de la conferencia completa de H. Rosa.