En 2017 no tenía problemas en expresar las dudas que me generaba el curioso modelo de distribución presentado por Netflix en 2015, con el lanzamiento de Bestias sin nación, su primera película presentada como original. Previamente, la empresa únicamente funcionaba como servicio de streaming (plataforma para ver videos de forma 100% online, como YouTube, sin la necesidad de descargar el archivo) de películas de otras empresas, pero a partir de este estreno el servicio evolucionó para ingresar al negocio del cine y cambiar radicalmente el modo en el que las cintas eran estrenadas mundialmente.
El sistema propuesto era revolucionario: estrenar, en salas y en la plataforma en el mismo día, películas con el mismo valor de producción que el cine comercial; ósea, no ser una típica película-para-video, con sus restricciones presupuestarias, sino un producto que pueda competir con cualquier película que fuera pensada para exhibirse en la pantalla grande. La apuesta era enorme, y los resultados se vieron recompensados en el incremento de los suscriptores (actualmente Netflix es el servicio más consumido por el público), aunque los exhibidores de cine se negaron a esta propuesta y se mantuvieron firmes, entablando una guerra que llegó al extremo de tener al festival más grande del mundo, Cannes, rechazando las películas prestigiosas de la compañía debido a las fuertes reglas de protección de salas que tiene Francia, apoyadas por los exhibidores, las cuales impiden que un film que se presente en cines llegue al mismo tiempo a internet.
El modelo de distribución presenta puntos a favor. En primer lugar, permite al espectador decidir de qué forma ver la película que prefiera, contando con un enorme catálogo que sigue en continuo crecimiento. Las opciones van desde un Smart TV pasando por las computadoras y hasta los celulares. Además, con una cuota mensual definida, el suscriptor puede tener una gran libertad a la hora de elegir qué ver, y la oferta se extiende por todos los géneros posibles, con lo que no hay oportunidad de quedarse sin opciones. El punto en contra que presenta este modelo, y sobre todo la masividad de la empresa, es que, al tener la necesidad de abarcar tanto público, se apuesta en mayor manera a los productos populares y se deja de lado a las propuestas más pequeñas, de autor, que de vez en cuando florecen como una “película original”, lo que muestra que están muy lejos de tener la misma proporción dentro de la oferta. Esto también genera que este tipo de cintas queden escondidas dentro del algoritmo de la plataforma, algo potenciado por el hecho de que no existe una curaduría que se ocupe de hacer una selección más fina, como sí ocurre con otras plataformas enfocadas al cine de autor o clásico, como MUBI, QUBIT o la uruguaya +Cinemateca.
Sin embargo, desde el 2017 hasta ahora las cosas han cambiado, y ese modelo, que en un momento se dijo que podía representar la muerte de las salas de cine, no sólo no lo fue, sino que además ayudó a la industria en un momento de máxima necesidad. La pandemia del coronavirus, entre muchas otras cosas, cambió la forma en la que celebramos nuestros encuentros sociales, y el cine siempre fue uno de ellos: ahora, la unión se realizaba de forma virtual, y el público se hallaba ansioso de encontrar nuevo contenido. Netflix, junto con otras empresas como Amazon, ayudaron a la industria comprando cintas que habían sido canceladas por el cierre de salas, y de esta forma impidieron que varias empresas importantes quedaran en la ruina, además de acercarle a los espectadores varios de esos ansiados estrenos. Ese gesto se unió a las necesidades propias de las majors, que se vieron obligadas a ceder varios requerimientos que eran ley en Hollywood (por ejemplo, la “ventana” en la cual los estrenos de sala tenían que exhibirse únicamente en salas) para adaptarse a un modelo de distribución mucho más “híbrido”: precisamente lo que planteaba la N roja desde hacía ya varios años.
No sólo fue eso lo que “ablandó” a los más escépticos, sino la forma en la que la empresa se maneja con sus realizadores. Por supuesto que Netflix, al producir tanto contenido, tiene que apelar tanto al cinéfilo como al espectador común, y los productos oscilan en la calidad, pero en los últimos años la compañía se esmeró por construir un catálogo de calidad con sus proyectos de autor, atrayendo a talentos como Alfonso Cuarón (Roma), Martín Scorsese (El irlandés), o Jane Campion (El poder del perro). Los realizadores no sólo contaron con generosos presupuestos, sino que además alabaron la libertad con la que pudieron trabajar en todo momento, lo que elevó la reputación de la productora.
A pesar de que obviamente la oferta ha disminuido, por los tiempos extendidos de producción que se requieren en la actualidad debido a los protocolos de sanidad, Netflix sigue teniendo algunas propuestas fuertes con las que espera competir en la próxima temporada de premios. A pesar de que Roma no pudo llevarse el premio máximo, sí marcó historia para Netflix al llevarse galardones tan importantes como Mejor película extranjera, mejor fotografía y mejor director, y los recientes estrenos de No mires arriba y Fue la mano de Dios (dos cintas que, por cierto, pudieron verse en diciembre en Uruguay en pantalla grande, días antes de sus respectivos estrenos en la plataforma) aseguran que el prestigio y los premios sigan llegando para la productora más polémica de los últimos años.
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