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Nietzsche: ateísmo por amor a la vida. por Miguel Pastorino

Nietzsche: ateísmo por amor a la vida. por Miguel Pastorino
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En el estudio de la filosofía es fundamental dialogar con los autores, en el sentido más profundo del “diálogo”: ser capaz de recibir al huésped inquietante para repensar las propias ideas y creencias. El diálogo es real cuando la palabra la tiene el otro y salimos de la circularidad de los propios prejuicios. Es un ejercicio que nunca termina y siempre es liberador. Eusebi Colomer escribió que “El auténtico diálogo de la verdad parte del convencimiento sincero de mi verdad, pero exige, igualmente, el esfuerzo heroico por colocarme en el punto de vista del interlocutor y, de esta forma, fecundar mi verdad en la parte de verdad que puede haber en el otro” (1967).

Un pensador tan grande y controvertido como Friedrich Nietzsche (1844-1900), tuvo y tiene mucho para decir sobre nuestras ideas y creencias, además de que es inmensa su influencia y la diversidad de sus intérpretes. Su retórica deslumbrante, su estilo provocador, su demoledor cuestionamiento de los fundamentos de la tradición occidental y particularmente de la modernidad filosófica, así como del cristianismo de modo agudo e irónico, lo hacen por demás muy atractivo para muchos lectores, generación tras generación. Se lo idolatra a veces excesivamente con lecturas poco críticas, aunque también hay detractores que no están dispuestos a concederle nada bueno, ambos extremos se mueven en reduccionismos que no permiten a los defensores ver la fragilidad de todo proyecto filosófico, ni tampoco a los detractores valorar la grandeza de algunas de sus intuiciones. Al leerlo, el lector se ve obligado a enfrentarse a sí mismo y a sus convicciones más profundas. Como a muchos autores incomodos, hay quienes lo leen para encontrar lo que legitime sus propios prejuicios y quienes ya lo leen con ánimo de refutación antes de intentar comprenderlo.

Al igual que los grandes pensadores del ateísmo de los siglos XIX y XX, Nietzsche entiende que Dios es el gran obstáculo a la libertad y a la felicidad del hombre. De allí que se vuelve muy interesante revisar críticamente qué idea de Dios hay detrás de sus escritos. Nos encontraremos sorpresivamente con una caricatura del cristianismo, pero que acierta ante ciertas formas de pensamiento y vida religiosa. Ciertamente muchas personas religiosas, particularmente cristianos estarán de acuerdo con Nietzsche más de lo que imaginan en la crítica a una religión deshumanizante y a una imagen de Dios enemigo de la vida y del ser humano que en realidad es un ídolo monstruoso al que vale la pena demoler “a martillazos” y cantar alegremente su extinción.

Es cierto también que a Nietzsche no le interesa argumentar sobre la inexistencia de Dios, sino que le interesa poner en evidencia la genealogía de la idea de Dios, cómo esta logró instalarse en la conciencia humana. Su ateísmo no es la conclusión de una serie de argumentaciones lógicas, sino algo previo. Así lo dice en Ecce Homo: “El ateísmo no es para mí el resultado de algo, menos aún un suceso de mi vida; es en sí mismo algo instintivo”.

Escribió en el Anticristo: “El concepto cristiano de Dios – Dios como Dios de los enfermos, Dios como araña, Dios como espíritu- es uno de los conceptos de Dios más corruptos a que se ha llegado en la tierra; tal vez represente incluso el nivel más bajo en la evolución descendente del tipo de los dioses. ¡Dios, degenerado a ser la contradicción de la vida, en lugar de ser su transfiguración y su eterno sí! ¡En Dios, declarada la hostilidad a la vida, a la naturaleza, a la voluntad de vida! ¡Dios, fórmula de toda calumnia del más acá, de toda mentira del más allá!”.

Su crítica se dirige a una imagen infantilizante de Dios y opresiva, que no pocas veces se ha predicado en la historia del cristianismo. La idea de religión combatida por Nietzsche es aquella que desprecia el cuerpo por elogiar el alma, que desprecia este mundo por la ilusión de una vida eterna. A la luz de su propia biografía es evidente su rechazo de la forma de pietismo protestante en la que creció. El contexto religioso de Nietzsche está marcado por la crisis de la teología y metafísica racionalista, así como la presencia reactiva de la religiosidad centrada en el sentimiento y el romanticismo, en medio del avance del positivismo y el cientificismo. Pero su será determinante en su crítica su propia experiencia negativa con la fe cristiana, como puede verse también en Marx, Freud o Sartre. El gran teólogo cristiano Romano Guardini escribió que no se puede creer en un Dios “que quita al hombre el espacio de vivir, la plenitud de lo humano, el honor de la existencia. De ahí brota el ateísmo postulatorio: Si he de existir yo, él (Dios) no puede existir”.

 

La muerte de Dios

“¡Dios ha muerto! ¡Nosotros lo matamos!” Es la expresión más conocida de Nietzsche en boca del personaje del “hombre loco”. Pero no es una simple declaración de ateísmo, sino una expresión mucho más profunda y profética del desfondamiento de la civilización occidental: “Esta mitología que ni siquiera Kant ha abandonado completamente, que Platón preparó para desgracia de Europa… ha agotado ahora su época”. Su análisis es una demoledora crítica a la metafísica desde Platón hasta el racionalismo moderno que divide la realidad en dos mundos y al hombre en alma y cuerpo, a la supuesta superioridad de la razón y a la idea de verdades inmutables. Lo que constata Nietzsche es la muerte de los fundamentos, la disolución de estas metáforas, esto es “la muerte de Dios”. En pocas imágenes describe poderosamente el significado de tal acontecimiento: “¿Cómo fuimos capaces de bebernos todo el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar íntegro el horizonte? ¿Qué hicimos cuando desatamos la tierra de su sol? ¿No andamos errantes a través de una nada infinita?”. Es el gran derrumbamiento, un vacío desolador, la nada sin fondo, la ausencia de todo sentido. Kierkegaard ya había escrito sobre “La muerte de Dios” en uno de sus “Discursos cristianos”, demostrando que la “muerte de Dios” supondría también “la muerte del hombre”, como mucho tiempo después escribirá Foucault en “Las palabras y las cosas”.

Nietzsche llega a un callejón sin salida y su resumen del nihilismo es «la muerte de Dios», es decir, la pérdida del suelo metafísico en el que se sostenía la cultura occidental. Es la constatación de la pérdida de la dimensión de trascendencia, la anulación de todos los valores tradicionales, la pérdida de todos los ideales. Y así lo describe Heidegger en Caminos de bosque: «El nihilismo, considerado en su esencia, es más bien el movimiento fundamental de la historia de Occidente. Este revela un curso tan profundamente subterráneo, que su desarrollo no podrá determinar sino catástrofes mundiales».

Pero los intérpretes muestran grandes diferencias en el modo de interpretar el anuncio de la muerte de Dios en el personaje del loco en La gaya ciencia (1882), aunque donde Nietzsche más ha profundizado en el tema es en Así habló Zaratustra (1883-1885). Aunque parece celebrar la muerte de Dios y la necesidad de crear un hombre nuevo, también parece advertir sobre la oscuridad de un mundo que se desploma, sin arriba ni abajo, en el que no se sabe hacia dónde dirigirse. Nietzsche introduce así la sospecha en el corazón de la cultura y cómo “la muerte de Dios” supone una radical transformación de la idea de hombre, de nuestras concepciones del bien y el mal, de la historia y de la vida. Nada será fácil a partir de la muerte de Dios, sino que “comienza la tragedia”.

«El hombre moderno cree experimentalmente a veces en este, a veces en aquel valor, para abandonarlo después; el círculo de los valores superados y abandonados es siempre muy vasto; constantemente se advierte más el vacío y la pobreza de valores; el movimiento es incontenible —si bien se ha intentado frenarlo con gran estilo—. Finalmente, el hombre se atreve a una crítica de los valores en general; reconoce el origen; conoce demasiado para no creer más en ningún valor; he aquí el pathos, el nuevo escalofrío… Esta que les cuento es la historia de los dos próximos siglos. Describo lo que sucederá, lo que no podrá acontecer de manera diferente: el advenimiento del nihilismo» (F. Nietzsche, Fragmentos póstumos, 1885-1889).

Para el filósofo la muerte de Dios es una buena noticia, es el comienzo de una nueva humanidad, pero no todos son capaces de asumir el reto de vivir con las consecuencias de tal acontecimiento. Pero se constata que será muy difícil vivir sin dioses y liberarse de su recuerdo. Nietzsche no solo critica a los creyentes, sino a los positivistas que declarándose ateos siguen viviendo con las certezas y mitos heredados del cristianismo, como la fe en el progreso. Anticipa que se sentirá nostalgia del viejo dios y que la libertad pura y solitaria que nace después de la muerte de Dios es difícil de vivir y solo los más valientes podrán conquistarla. Nietzsche muestra la soledad y el vértigo que produce vivir sin el suelo que nos sostenía.

 

¿Cuál cristianismo? ¿Cuál dios?

Para Nietzsche la fe conduce a la sumisión del hombre, porque entiende a Dios como el gran rival de la libertad humana. El asesinato de Dios no es algo espontáneo, sino necesario e intencional, provocado por el resentimiento ante la mirada acusadora. Pero sus asesinos no sienten todavía el vértigo de su ausencia, es algo que ha ocurrido, pero todavía no se han visto todas sus consecuencias. El ateísmo de Nietzsche es una rebelión contra una imagen de Dios que disminuye al ser humano, que lo limita en sus posibilidades de realización. Dios es para el filósofo alemán el símbolo de todas las máscaras y la condensación de todo el resentimiento que envenena la vida y la inocencia humana. El hombre ha sido convertido en un burro de carga de los señores de todo tipo, se le ha introducido el sentimiento de culpa inventando la noción de pecado, se le ha sometido a todo tipo de opresiones y represiones, se le ha creado un cielo para que se olvide de los placeres de la tierra.

El cristianismo atacado en la obra de Nietzsche es en gran parte la versión luterana que conoció, con su antropología pesimista de la “naturaleza corrompida”, marcado por un gran moralismo y una fuerte centralidad en el pecado. Además, su falta de conocimientos teológicos le llevó a confundir cristianismo con platonismo y a veces con maniqueísmo o gnosticismo. Su crítica es acertada contra toda forma de reducción moralista de la fe, o de una religión negadora de la vida, atada al sufrimiento como valor en sí mismo, de un dios demasiado antropomorfizado, como “el ojo que todo lo ve”, como un dios controlador y castrador. Pero su crítica no abarca ni alcanza a la mayor parte del cristianismo.

Muchos que han tenido una mala experiencia con el cristianismo se identificaron con sus escritos, hallaron un camino de liberación de una religión opresiva y asfixiante. También es cierto que son muchos los que, sin conocer el cristianismo, piensan conocerlo a través de autores como Nietzsche quedando atrapados en las geniales caricaturas que él plasmó para denunciar lo que consideraba detestable, pero no se llega por ese camino a conocer ni comprender la riqueza, profundidad y complejidad del fenómeno religioso, sea del cristianismo o de cualquier otra tradición religiosa.

Por otra parte, muchos cristianos han encontrado en Nietzsche un pensamiento aleccionador para las comunidades de creyentes donde las experiencias de transmisión de la fe y sus representaciones de Dios exigen un autoanálisis crítico del daño que provocaron en la vida de las personas cuando se inventan un dios que infantiliza, que anula y cosifica al ser humano, que llena de culpas y de miedos, que a fin de cuentas es un dios en las antípodas del auténtico cristianismo, un dios enemigo de la vida y de la felicidad humana. No en vano el Concilio Vaticano II reconoce que muchas formas de ateísmos son un producto del mal testimonio de los cristianos o de la presentación deformada de los contenidos de la fe cristiana. Escribió el teólogo cristiano Hans Küng que “si el cristianismo fuese tal y como lo vio Nietzsche, entonces hoy, y con buenas razones, deberíamos rechazarlo”.

Pero también es cierto que quien cree conocer el cristianismo a través de los lentes de Nietzsche, puede terminar peleando con fantasmas que refuercen su prejuicio, cayendo en generalizaciones que no dan cuenta de la realidad. Del mismo modo quien critica a Nietzsche sin comprender su contexto y sin leerlo directamente, pelea con otro fantasma creado por el miedo a enfrentarse con un pensador que no nos deja indiferentes.

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