No podemos analizar la elección del pasado domingo sin considerar la interna del 30 de junio. En la previa, recuerdo que Carlos Pita escribió un artículo titulado “Junio define Octubre”, con el que coincidí absolutamente, pero que, con la perspectiva de estos meses transcurridos y algunos resultados vistos, se reafirma y se continúa en la formulación de lo que entiendo sería un segundo título (con el permiso de Carlos Pita): “Junio definió noviembre”. No hubo grandes sorpresas en la elección del domingo pasado y ese VAR de la política en la que se han transformado las encuestas fue casi unánime en sus ediciones más próximas a la propia elección: Habría segunda vuelta entre Orsi y Delgado, y no había certeza sobre las futuras mayorías parlamentarias, dado que la sintonía fina de los partidos menores seria definitoria para la adjudicación de bancas de cara a la conformación del próximo Poder Legislativo. Sin entrar en disquisiciones menores ni consideraciones desde los egos de las que toda interna inevitablemente se tiñe, estábamos convencidos que para junio Yamandú Orsi era el candidato necesario para definir octubre y desembocar en lo que acertadamente se ha mencionado en algunos discursos como la necesaria “nueva era progresista en Uruguay”. Pero no solo por sus condiciones como estadista, ni por su dilatada experiencia en la gestión pública con resultados indiscutidos que lo llevaron al récord de retirarse de la Intendencia de Canelones con 70% de aprobación en su gestión; sino, sobre todo, por sus cualidades de humildad para el diálogo verdadero, escucha, articulación, y capacidad probada para construir acuerdos extrapartidarios. Estábamos firmemente convencidos de que Yamandú era nuestro mejor exponente para esta etapa histórica, además, porque sus características personales de empatía, honradez, serenidad, origen social, temple en la adversidad y práctica activa de la escucha como método de vida, eran atributos necesarios para el Uruguay sin grieta que las grandes mayorías queremos más allá de nuestras simpatías partidarias. Por eso era determinante que él fuera el elegido para disputar la Presidencia de la República, y porque era quien tenía la llave para ingresar mucho mejor al interior del país. Los pasos que hemos dado van confirmando que la estrategia fue la acertada, y que el candidato era quien mejores condiciones personales, perfil y trayectoria política tenía para el logro de los objetivos. Con los resultados del 27 a la vista, en donde nuestro Frente Amplio fue el partido que más creció habiendo recuperado una cantidad significativa (5%) de apoyos electorales que se habían ido en 2019 y que hayamos alcanzado la mayoría en la Cámara de Senadores (16 en 31) enfrentando un despliegue de recursos obsceno por parte de los dos partidos coaligados para una campaña pirotécnica con una intromisión del presidente de todos los uruguayos que solo demostró la debilidad de su delfín, y una intensificación de las características de agencia de marketing gubernamental nunca jamás vista, confirma que la elección del candidato primero, y la estrategia del Comando, el Secretariado y la presidencia del FA después fue perfecta.
Cabildo: la contracara
Sin embargo, y como contraste a la estrategia del Frente, la de Cabildo Abierto fue muy equivocada. No he leído o escuchado análisis al respecto, pero todo parece indicar que el derrumbe del partido revelación de la elección anterior (2019), mucho más de lo que reconoció su conductor Guido Manini Ríos apenas se conocieron los primeros resultados en la noche del domingo asumiendo el 100% de la culpa, tiene sus raíces en el manejo unipersonal del gobierno del presidente Lacalle y de esa coalición que lo sustentó mucho más allá de los pronósticos iniciales. Como dice el refrán popular “para bailar se necesitan dos” y todo parece indicar que ese manejo autocrático del gobierno, ese opacar a los ministros de sus socios, ese pasaje de facturas cuando las cosas salen mal pero esa apropiación de todo lo que sale bien, y en definitiva ese manejo poco republicano, casi monárquico de una coalición y de un Poder Ejecutivo sin Consejo de Ministros por parte de Lacalle Pou, también liquidó a Cabildo Abierto, que desde mi punto de vista cometió el error de permanecer (en algún momento inexplicablemente salvo por la cantidad de cargos de gobierno) lo que termina pagando con creces. Lacalle Pou es 50% responsable del desplome de Cabildo Abierto y si bien esto no será reconocido por sus protagonistas, debe ser parte del balance de esa fuerza política y también de nuestro Frente Amplio para que los votantes que volvieron de allí, desencantados se queden nuevamente cautivados por las ideas de justicia social. De aquí para adelante, no hay nada asegurado aún, pero el escenario no podría ser mejor para que el proceso culmine con el logro de los objetivos frenteamplistas. Fue lapidario el profesor Óscar Bottinelli con los resultados del domingo a la vista: «¿Cómo hace Delgado para explicar que va a gobernar sin el Frente Amplio si no tiene la posibilidad de aprobar absolutamente nada en la Cámara de Senadores? No puede nombrar los directores de los entes autónomos, por ejemplo. La capacidad de bloqueo es total». Podrán maquillar desde la Coalición Republicana todo lo que quieran, podrán abrazar de un día para otro la vocación dialoguista que no tuvieron durante cinco años con la oposición, pero lo que no podrán, será dar garantías de gobernabilidad tan necesaria para los próximos cinco años. Solo el futuro gobierno encabezado por Yamandú Orsi puede darle al Uruguay esa garantía, y, por tanto, el camino ya está trazado por la elección del domingo 27. Sólo un futuro gobierno del Frente Amplio nos garantizará que el país no se tranque.
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