“No puedo vivir sin escribir”
En 2017 el escritor Carlos Caillabet presentó la novela “Hotel Lebac” (Editorial Planeta). Allí aborda, al decir de Mario Delgado Aparaín, “la tragedia y la comedia humana de una convivencia con leyes mínimas, en una entrañable pensión”. En entrevista con Voces el escritor cuenta cómo concibió este nuevo trabajo.
Carlos Caillabet nació en Paysandú en 1948. A los cinco años se trasladó a Montevideo. A los 14 regresó a Paysandú y luego de terminar Secundaria volvió a Montevideo a estudiar veterinaria. En 1972 fue apresado por pertenecer al movimiento tupamaro y estuvo 13 años preso. Recobró la libertad con la amnistía de 1985. Se radicó en Paysandú y escribió en Mate Amargo y Brecha. Ganó algunos concursos de cuentos y posteriormente publicó dos libros de viñetas recopilados de Mate Amargo. Publicó también libros periodísticos y de investigación social y política. Escribió dos novelas breves (Otro mundo y Verano) que obtuvieron menciones en los concursos de Banda Oriental y de la Intendencia de Montevideo. Verano obtuvo el tercer premio en obras editadas del concurso anual del Ministerio de Cultura. En 2017 publicó Hotel Lebac.
¿Cómo nace la idea que termina en este libro?
La idea surge hace diez años cuando me publican mi primer libro sobre un adolescente de 14 años en la década del 60. Un adolescente que vivía en un barrio de clase media baja. Ese libro se llama Otro mundo. Después hice otra novela que también publicó Banda Oriental que se llama Verano con un adolescente, en un barrio marginal. También ubicada en Montevideo y en la misma época, en los sesenta, cuando la crisis. En esta última quería hacer un adolescente pero con un barrio como Carrasco o similar. Arranqué con una pensión, con la vida de una pensión y le fui poniendo personajes que habitan en una pensión de los años 60 en la que va a vivir una madre. En tiempos de crisis económica. En la pensión se crea un micromundo con personajes diversos, con toda la fauna que habita en las pensiones, y ahí se desarrolla esta última novela. Se llama Hotel Lebac presuntuosamente porque en realidad es una pensión típica de los años sesenta. Yo quería completar una trilogía.
¿Qué te hace reconstruir historias vinculadas a los 60?
Porque hay mucho escrito del 68 al 72, muchas historias sobre la dictadura y muchas historias sobre después. Pero aquel Uruguay ciudadano, pacífico, de cierta conciliación y de acciones sociales empezó a derrumbarse mucho antes, aunque no se identificaban bien las causas económicas, políticas y sociales de esa crisis que ya se insinuaba y que se implantaba. Y que ya empezaba a generar sus primeras consecuencias. Para mí había un agujero negro ahí. Por otro lado, el protagonista de 14 años me parece que permite la mirada más pura, más inocente, sobre la realidad que vive, que no está tan cargada de hechos y vivencias como la que puede ser de un adulto. La busqué por eso, porque en la literatura uruguaya me parece que faltaba esa etapa del Uruguay que comienza a resquebrajarse.
¿Cuánto hay de vivido por vos y cuánto de recreado?
En realidad existen las dos cosas pero en las dos últimas son ficción de cosas que yo viví lateralmente, ya sea por motivos de militancia o sensibilidad social. Por otro lado, un tiempo viví en una pensión y me hizo comprender que las pensiones son un micromundo, un reflejo pequeño de la sociedad.
“Grande como un mundo de cuarta”, como se dice en la contratapa…
Exacto. No quise hacer una novela política ni nada por el estilo, sino más bien tratando de meterme en la carne y en la piel de los protagonistas. En cómo viven ellos esas circunstancias y entender muy bien las causas profundas que lo llevaron a eso.
Y en ese proceso de ir armando la novela, ¿hiciste un trabajo complementario de indagación?
No hubo indagación ni investigación, no entrevisté a nadie. Me tiré hacia adentro, busqué hacia adentro de los recuerdos y de cuentos o de cosas que había vivido, pero no es autobiográfica.
Estuviste trece años presos, en esa etapa, más allá del contexto de encierro, ¿pudiste seguir escribiendo o fue una etapa vacía desde ese punto de vista?
La etapa de la cárcel fue de mucha lectura, pero no escribí nada. Escribí cuando salí. Lo que sí me dio la cárcel fue mucha introspección y a su vez estuve en cárceles diferentes, como en una cárcel para presos comunes que era Punta Carretas donde pude vivir y oír historias de presos comunes. Ellos me contaban sus historias.
¿A la hora de escribir necesitás un contexto determinado?
Es más lo que pienso que lo que escribo. No tengo ninguna hora ni ningún momento. Pienso en lo que escribo. Soy de escritura lenta. Y cuando escribo siempre pienso en imágenes, nunca pienso en palabras. El lenguaje trato de que sea breve, si hay algo que puedo decirlo en tres palabras no lo digo en cuatro. Trato de que la distancia entre el lector y la lectura sea lo más pequeña posible. En el Uruguay hay una cierta tendencia a la trascendencia literaria, a una gran novela, a la gran obra. Lo que mí me inspira fundamentalmente son los yankees, el realismo sucio: John Faulkner, Bukowski. Trato de escribir lo más breve posible. Voy tendiéndole trampas al lector que cree que pisa firme pero en realidad se cae a un pozo y queda pensando en sí mismo.
Entre tus publicaciones hay cierto tiempo, dos o tres años, ¿es porque escribís lento o porque te tomás tiempo para trabajar el texto?
Las dos cosas. Cuando las ideas van madurando dentro mío, ahí voy escribiendo. No me siento nunca a escribir sin ideas y después corrijo mucho porque como decía Benedetti: “escribo más con la goma que con el lápiz”. Soy muy crítico de mis textos. Absolutamente, nunca quedo conforme.
¿Ni cuando terminás?
No. Nunca quedo conforme. Trato, incluso de no releer, porque pienso que lo podría escribir de una manera mucho más llana, más sencilla, diciendo lo mismo.
¿Sos de tener una sola idea y enfocarte todo tu sentir en eso o sos de vivir conviviendo con varias ideas en la cabeza respecto a distintas historias?
No. Me alineo absolutamente con una idea, con una historia. La historia puede tener ocho personajes pero una sola idea, un solo libro. No puedo tener dos o tres libros en la cabeza.
En cualquier trabajo intelectual hay momentos de disfrute, momentos de enojo o de dolor. ¿Cómo fue ese proceso en Hotel Lebac?
Tengo amigos que dicen que sufren escribiendo y yo les digo que no escriban más. (risas). Que no sean masoquistas. En mi caso, escribo por la sencilla razón de que no puedo vivir sin escribir. De lo contrario, me dedicaría a la lectura.
Con respecto a la lectura, ¿qué te atrae últimamente?
Sigo leyendo a John Cheever, a Hemingway, algo a Faulkner. Pero Faulkner tenés que recorrer… Creo que si hoy lo presentan en una editorial no lo publican. Tenés que recorrer un largo pasillo de 30 o 40 páginas para llegar a la acción y hoy la gente quiere buenos comienzos. Y para mí la novela tiene que tener tres o cuatro características que a mi juicio la hagan buena. Una de ellas es que atrape, que te haya olvidar de que estás leyendo, que los personajes perduren en tu cabeza y en tu recuerdo. Todos nos acordamos de Julián Sorell, y ¿por qué nos acordamos? Porque de alguna manera viven los conflictos que vivimos nosotros. Otra característica puede ser no tener que andar con el diccionario o con el tío Google a cada rato. No tanto que te remita a otras lecturas sino que te remita a vos mismo y así que te catapulte a otras lecturas.
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