Nuevo gobierno uruguayo por Ruben Montedonico

A manera de cierre de un tiempo institucional que desembocó en el

triunfo electoral del Frente Amplio (FA) y su regreso al Poder

Ejecutivo del Uruguay, Yamandú Orsi -presidente- y Carolina Cosse

-vicepresidenta- asumieron los cargos políticos más importantes que habían ganado tras dos vueltas electorales en 2024 y que ejercerán (así se espera) por los siguientes cinco años.

El periplo de asunción del recambio de gobierno -a 40 años del final

de la última dictadura cívico-militar- comenzó formalmente en la

sede del Poder Legislativo y se extendió por el atardecer del pasado

sábado mediante el tránsito, lento, por las avenidas del Libertador y 18 de Julio, para desembocar en la Plaza Independencia, donde el mandatario saliente –en su actuación postrera como tal- entregó la banda presidencial a Yamandú Orsi.

En todos los actos estuvieron presentes representantes extranjeros e invitados especiales, aunque resultaron extrañas y sentidas algunas ausencias internacionales y entendida y hasta festinada la no asistencia del presidente argentino.

El hecho singular que me impactó del desfile de los nuevos gobernantes por la Avenida del Libertador, ocurrió cuando ambos descendieron del auto descapotable que los conducía (eléctrico, como anuncio de futuro) para saludar al grupo que aludía a las decenas de presos desaparecidos, en tiempos de dictaduras en Argentina, Paraguay y el propio Uruguay. Su presencia y voces se impusieron temporalmente a las felicitaciones y vítores de miles a Orsi y Cosse, que acompañaron la trayectoria, de lo que pienso, fue una verdadera “marcha de la victoria”.

De las palabras del nuevo presidente, comento que me pareció un discurso justo, correcto, de reivindicación del espacio político y los partidos (agregaría que quizá debió ser más abarcativo hacia los espacios sociales) y con alusiones generales a problemas de seguridad y juveniles, coincidiendo con los analistas que de él no pueden derivarse líneas de acción de su gobierno.

Sin embargo, los antecedentes de la campaña, los dichos de Orsi tras tener la seguridad de haber sido electo presidente de la Nación, no inhiben el momento, sino al contrario, nos brinda elementos sobre los cuales hemos escrito antes desde este espacio. Se exige un “cambio con unidad nacional”, pero cansa como promesa incumplida.

Casi podría concluir que con sus cortas raíces populares, el neoliberalismo y cierto “progresismo domesticado”, tenemos por delante un proceso cuyos andariveles serán los que han conducido al gobierno hasta el momento donde según mi parecer, podrán encontrar mejoras a algunos sectores, pero no al conjunto. Esperamos de la nueva administración un gran proyecto de beneficios populares que abarquen vivienda, educación, empleo, salud, seguridad como temas primarios a considerar. Nuestra duda es si sólo con el FA _queinnegablemente acompañará la acción de gobierno en sus inicios, la vía de empujar desde el simple progresismo alcance para lograr los cambios que se esperan.   

En la práctica sospecho que nada muestra un estilo radicalmente contrario a las tradiciones conservadoras; es decir, la aplicación del modelo neoliberal por parte de la derecha sigue siendo pieza indisoluble del capitalismo -ahora con Trump a la cabeza del imperio- que se ha vuelto expresión mayoritaria. Acorde con alguna reflexión, se trata de algo “basado en la explotación del trabajo asalariado a partir de la propiedad privada de los medios de producción”. O sea, con independencia de ser o no gobierno -con una expresión muy gramsciana- el sector del capital mantiene la hegemonía.

Como es mi costumbre, recurro a reproducir aquello que observo de otros analistas y con los que tengo coincidencia. En un artículo que se puede leer en Brecha, el economista Antonio Elías sostiene: En este año da la impresión que se da un giro donde vuelven los gobiernos con mayorías de los movimientos coligados dirigidos por el progresismo, que siente haber aprendido en su pasaje por el

llano, lo cual preanuncia que se hará “tolerable” a los ojos del imperio de turno y más “domesticado”

para la mesocracia y los empresarios donde le toque actuar. Lo dicho presagia la ausencia de propuestas de complementación entre países de la zona, el hostigamiento político a la oposición pero no a sus medios, el “colaboracionismo legislativo” (como solución) de todos los intentos de unión superadora de la  balcanización y obstáculos a proyectos de estructuras institucionales persistentes. Debe reconocerse que la tendencia mundial de retroceso de la izquierda se aplica en Uruguay con el predominio de una

ideología con menos contenido, que no busca confrontar al capital, fortalece el centro, como lo demuestra que la mayoría del FA intentara desarticular el polo de izquierda, social y político, que impulso el plebiscito de la Seguridad Social (sobre todo, en el capítulo jubilatorio). De todas formas, no se pueden ignorar las grandes dificultades que tendrá el nuevo gobierno uruguayo, tanto por la extranjerización de la economía, como por las diferencias internas políticas e ideológicas.

Para ejemplificar lo anterior Elías y yo recordamos: el futuro ministro de Economía es un académico que participó de la dirección de la consultora CPA Ferrere – que atiende a las grandes empresas nacionales y multinacionales – y asesoró al BID y al Banco Mundial, entre otras organizaciones. Lo que provocó el cuestionamiento de dirigentes frenteamplistas que lo ven mucho más cercano a los intereses de los capitalistas que al de los trabajadores. Esas

posiciones críticas se ven refrendadas cuando propuso una flexibilización de los Consejos de Salarios, el mantenimiento

 de la edad de jubilación en 65 años, la desindexación de los salarios de la inflación, aspectos contrarios a las definiciones

del FA. A su vez, el futuro ministro de Economía, nombrará como subsecretario a un economista que enfrentó a los dirigentes impulsores del plebiscito de la seguridad social. El presidente del Banco Central, a su vez, será un técnico con trayectoria como economista del FMI.