Observaciones colaterales por Juan Martín Posadas

El episodio de la Ministra Cairo, hoy ex Ministra, ha durado pocos días, pero acaparó toda la atención política y periodística. Fue puro realismo mágico, como bien dijo Martín Aguirre en destacada nota en El País. Para cuando aparezca estas líneas habrá otras noticias ocupando los titulares. No voy a insistir acá en el episodio, pero sí en algunas consideraciones generales que se pusieron de manifiesto durante la explosión del suceso y que puede ser útil analizar.

1.En el Frente Amplio la militancia abre un crédito moral.

 Si sos militante (eso quiere decir: barrio, trajín, una estética, más voluntad que análisis, más recorrer que estudiar) eso te da un rango especial que te exonera de ciertas obligaciones burguesas (mundo inferior, subalterno, provisorio mientras llega el socialismo) que tienen los otros ciudadanos, como, por ejemplo, estar al día en los impuestos.

No es que un día Cairo (o el senador Andrade) se sentaron a estudiar de qué modo podrían defraudar al BPS por la construcción de sus viviendas: es que no les pasó por la cabeza que eso fuera importante. Y cuando fueron descubiertos por algún periodista incisivo, van y pagan, pero de mala gana porque siguen convencidos que no hicieron nada malo y que el dinero volcado en la ventanilla de la impositiva estaba mejor destinado cuando lo aplicaban a las obras de su militancia.

Hace unos años un tal Diputado Placeres fue procesado (sin prisión) por sus andanzas con Envidrio; cuando por esa causa se tuvo que ir del Parlamento la bancada del Frente Amplio lo despidió con aplausos. En el Frente la militancia abre un crédito moral, un crédito a toda prueba.

2. La pobreza tiene causas sociales, la responsabilidad personal es limitada.

El asunto tiene algo de relato y algo de realidad, pero cualquiera sea el caso, abre un rumbo peligroso en el sentido de la responsabilidad personal: abre camino a la excusa. El Presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira contribuyó al revuelo Cairo con el siguiente aporte: “la Ministra cayó en mora, se endeudó, como le pasa a muchísimos uruguayos: yo la comprendo”. Con el mismo esquema de razonamiento Pereira podría decir: muchísimos uruguayos caen en la drogadicción, yo los comprendo. No hay nada personal, es el ambiente (¿quédate tranquilo? ¿no te juzgo ni te juzgues?).

3. La victimización.

Real de Azúa, ya un clásico en el análisis de lo uruguayo y el Uruguay, escribe en su conocida obra El impulso y su Freno que, en un momento dado se generó una articulación entre política y estado que generó una sociedad “desdeñosa de todo cambio de estructura y de todo impulso radical y valeroso ya que todo reclamo tiene aparentemente el destino de ser oído y atendido”  Y más adelante: ”como resultado de dicha práctica se forma un estilo político de facilidad y conformismo, de piedad y contemplación del interés creado”. A eso mismo se refirió Tucho Methol cuando afirmó más tarde que “el Uruguay es un país de comensales”.

El uruguayo no tiene una disposición primaria a probarse a ver si puede: su disposición primaria es demostrar que no puede. El camino marcado por tradición y cultura, es el de arrancar demostrando incapacidad o carencia. Cairo confió sus descargos a esa línea argumental: fui madre a los 15, embarazada a los 14, con un hermano drogadicto que murió de SIDA…etc. Nada de eso tenía nada que ver con los pagos debidos no realizados, pero la ubicaba como víctima, reforzaba su defensa. Y para muchos oídos eso tuvo el efecto esperado por ella.

No hay que pensar que esto sucede solo en el ámbito de la política; el futbolista uruguayo ha pasado a ser un especialista en el pamento, en el revolcarse con muecas de agonía sobre el pasto ante cualquier empujón. No pasa eso en ninguna cancha europea. Pero en nuestro país, tanto en el futbol como en la política, eso capta cámara y capta votos.

La categoría de víctima ha pagado buenos dividendos político-electorales en nuestro país (y ha sido causa de su atraso) Por eso –y voy a agregar una disgresión larga por la que pido disculpas- justamente por eso, la metáfora o simbolismo que planteó Lacalle Pou cuando habló de la importancia del “malla oro” sorprendió a todos. Algunos dirigentes blancos no la entendieron del todo (otros no la entendieron en absoluto).

La libertad responsable era una voz muy nueva para el oído uruguayo tradicional. Era plantear lo opuesto a ser víctima. No obstante, la novedad hubo medio Uruguay más un poquito que prestó atención, que se animó a comulgar con eso, que contestó afirmativamente a las encuestas en más de 50%, que después puso su voto para apoyar la LUC y nuevamente, dos años después, contra un plebiscito que quería borrar la reforma del BPS y restaurar el estado protector. Pero llegadas las elecciones de noviembre, los candidatos blancos, a pesar de aquellas demostraciones, dudaron: pensaron que ese mensaje iba a ser electoralmente negativo, y lo abandonaron… y perdimos la elección. El Uruguay, sin otra alternativa presente, volvió a votar como antes, volvió a lo que le es familiar, prefirió seguir siendo lo que en otros escritos he denominado con términos náuticos: un país “al pairo”.

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