“Pero cuando una noche, en el andén de una estación (…) en un cuarto de hotel (…) o en uno de los salones de un restaurante lleno de alegres juerguistas en el que yo cenaba solo en medio de la indiferencia y el ruido, alguien vino suavemente y me dijo con una amable sonrisa tristona de chico extraviado: ‘¿Para qué?’, ese ‘para qué’ que traía a la Muerte -ésta me había encontrado sin haberme buscado-, ese ‘para qué’ me remitió a mi casa, me trajo, incitándome a volver de mis irrisorias y vanas fugas dándome la orden de terminar con mis juegos.”
La confesión de Louis, el personaje central de Apenas el fin del mundo, llega al promediar la obra y puede ofrecer algunas claves para interpretarla. Louis ha partido hace muchos años de su casa de la infancia, apenas ha mantenido contacto por intermedio de algunas cartas, pero ante la certeza de la propia muerte decide volver al lugar donde nació. La búsqueda de sentido ante la experiencia del vacío generada por la muerte próxima parece ser una de las razones de esa vuelta al origen. Pero esa búsqueda impactará frontalmente con la situación de abandono experimentada por sus seres ¿queridos?
Jean Luc Lagarce escribió esta obra en 1990, dos años después de enterarse de estar enfermo de SIDA y cinco antes de su muerte. El autor pasó sus primeros años en una familia obrera de provincias, en el este de Francia. La estrechez del medio en que se crió lo llevó a huir para estudiar filosofía y teatro en Besançon. Escribió muchas obras marcadas por la experiencia de la vida en provincias. Situaciones como la espera, la celebración ante meros acontecimientos burocráticos o la sufrida vida de una compañía de cómicos de las periferias han sido ilustradas en obras estrenadas en Montevideo como Yo estaba en casa y esperaba que llegara la lluvia (dirigida por Levón en 2007), El gran día (2005, en versión de Héctor Manuel Vidal) o Music Hall (dirigida por Diego Arbelo en 2011). El actor y director francés François Berreur, quien actuara bajo la dirección de Lagarce y dirigiera alguna de sus obras, ha comentado que: “sus textos se preguntan por qué estamos en la tierra y cómo vivimos. Era alguien que había hecho estudios de filosofía y que, por lo tanto, reflexionaba sobre el mundo”.
¿Por qué? ¿Para qué? entonces son preguntas que pasan de la experiencia vital del propio Lagarce a la de sus personajes, en particular en Apenas el fin del mundo hay una clara relación autobiográfica entre el autor y Louis, el personaje principal. Y el fin del mundo del título parece ser una experiencia individual. Al principio creemos, dice Louis: “que el resto del mundo desaparecerá con uno, que el resto del mundo podría desaparecer con uno, apagarse, hundirse y extinguirse”. Pero eso no es así, entonces lo que le queda a Lagarce parece ser imaginar qué harán los otros con su recuerdo. Y es así que con un lenguaje poético pero entrecortado, simbólico pero sucio ante las intermitencias del habla cotidiana, Lagarce hace hablar a su familia de su ausencia. El regreso de Louis incomoda, nadie esperó su partida, nadie esperaba su regreso. El padre, angular en la versión bíblica de la parábola del hijo pródigo que se recrea aquí, es otra ausencia, una ausencia evocada por la madre en forma de celebraciones familiares cotidianas.
Louis es un ser solitario, autosuficiente y cerrado sobre sí mismo para su hermano, “elíptico” para su hermana, y recibirlo de vuelta es casi una formalidad para su madre y cuñada. No hay afectos, el propio Louis subraya ese hecho en varios pasajes, y la mayoría no acierta a disimularlo. Lo que parece atravesar la búsqueda de Lagarce en esta vuelta a su origen a través de una obra teatral es la declaración inicial de: “darme a mí mismo y a los demás, por última vez, la ilusión de que soy responsable de mí mismo y de ser, hasta en esta circunstancia, dueño de mí mismo”. El principio es casi heideggeriano, el ser ahí, el dasein, sabe que va a morir, y a pesar de eso vive. Y Lagarce no solo vive, sino que escribe sobre su ocaso, indaga sobre cómo ese ocaso afectará a su recuerdo, y lo discute. Mientras tanto el ‘para qué’ del comienzo ha sido inoculado en sus obras para que lo retomen los espectadores.
El ambiente provinciano de algunas obras de este autor es ideal para que el público de nuestra ciudad, que cuanto más europeo se quiere asumir más provinciano se evidencia, se cuestione sobre sí mismo en clave existencial. Las dificultades sin embargo son enormes, ya desde la traducción de un texto de estas características. Uno imagina que esa iteración de algunas palabras, esa recurrencia entrecortada de algunas ideas, ese hablar en el límite del desorden verborrágico y el lenguaje poético debe haber sido difícil de trasladar del francés al castellano. Pero luego hacer que ese lenguaje fluya en las actuaciones con la naturalidad que vemos en la versión que dirige Diego Arbelo parece ser una proeza. Y entendámonos, la naturalidad de las actuaciones no tiene que ver con el naturalismo de los personajes, que rozan lo arquetípico y caricaturesco en algunos casos. Pero la delicadeza con que, por ejemplo, Mariela Maggioli impregna de una tonalidad angustiante a un personaje verborrágico y por momentos insoportable es difícil de imaginar a priori. Todo el elenco transita por esa tonalidad existencial sin grandilocuencia que caracteriza la obra de Lagarce, y quizá el gran destaque sea para Mauricio Chiessa interpretando a Louis. Chiessa no se excede nunca, pero tampoco nunca le falta a su personaje la intensidad de alguien que habla desde su muerte sin intento de evasión alguna. El otro gran mérito, evidentemente, es el de Arbelo, que logra que la misma tonalidad atraviese a todos los personajes, con las distensiones que el humor aporta para que una obra por momentos dura, también sea muy disfrutable.
Apenas el fin del mundo. Autor: Jean Luc Lagarce. Dirección: Diego Arbelo. Elenco: Mauricio Chiessa, Fernando Amaral, Bettina Mondino, Camila Sanson y Mariela Maggioli.
Funciones: viernes y sábados a las 21:00, domingos 19:30 (últimas tres funciones). Sala Zavala Muniz del teatro Solís.
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