Si bien Inquina, el debut teatral de Diego Soto, fue recurrentemente presentado como espectáculo teatral “no convencional”, no es la ruptura de convencionalismos lo que lo hace más valioso. En primer lugar, hay otros espectáculos mucho más rupturistas que Inquina en nuestro medio, y por otro lado, eso no es un valor en sí mismo. Lo que sí resulta interesante de la propuesta de Soto es cómo utiliza recursos diversos para abordar un tema complejo desde un ángulo poco obvio.
Gregorio Ruiz es un policía retirado, en actividad durante la última dictadura de nuestro país. Marcelo Ruiz, su hijo, es un abogado exitoso que ha emigrado a España. Un suceso trágico del pasado está latente en el diálogo entre estos dos personajes, que están frente a frente debido a un ataque cardíaco que sufrió Gregorio y obligó a Marcelo a viajar desde España para estar con su padre. Es aquí donde las proyecciones y otros efectos de la puesta tienen un rol relevante, trayendo recuerdos del pasado al escenario, recuerdos que a veces parecen asaltar a los personajes más allá de su voluntad. En ese entretejerse de situaciones del presente y el pasado, Marcelo irá descubriendo algunos aspectos oscuros sobre el accionar de su padre durante la dictadura. En ese sentido, la aparición de Ester, empleada doméstica de la familia, será clave para aportar algunos datos que terminan de armar el cuadro. Pero los abusos de Gregorio se juegan en un terreno cotidiano, con los seres cercanos, con su familia. Muchos policías y militares, quizá no “torturadores”, de todas formas operaban sobre su alrededor de forma autoritaria, amparados en una impunidad que aún resiste. Y el rastrear esa zona de la represión militar, la cotidiana, ejercida por mandos medios sin necesidad de “órdenes” es lo que resulta más interesante de este espectáculo. Los recursos “no convencionales” tienen valor en ese sentido, para construir ese relato.
En las actuaciones es en donde hay más altibajos. Yamandú Barrios hace una composición inicial excelente. El yuppie que interpreta, soberbio y pedante, contrasta notablemente con la figura disminuida de su padre, interpretado por Fernando Amaral, que lentamente irá dejando entrever su pasado oscuro. Pero Barrios no logra que resulte convincente su transformación al descubrir los secretos de su padre. En esto quizá juegue el que este descubrimiento es demasiado abrupto, a partir de una confesión de Ester (Adriana Da Silva) poco verosímil, al menos por el momento en que sucede.
El resultado es irregular, pero deja ver un director inquieto, con capacidad de entrever conflictos no tan evidentes, y con ideas interesantes para ir desentrañando esos conflictos. Desde ya esperamos el próximo espectáculo de este director.
Inquina. Dirección y dramaturgia: Diego Soto. Elenco: Fernando Amaral, Adriana Da Silva y Yamandú Barrios.
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