Home ARTES VISUALES Pedro Figari, Jorge Páez Vilaró y el espíritu burlón por Alejandra Waltes

Pedro Figari, Jorge Páez Vilaró y el espíritu burlón por Alejandra Waltes

Pedro Figari, Jorge Páez Vilaró y el espíritu burlón por Alejandra Waltes
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El viernes 22 de abril a las 19hs se inauguró la muestra “Otro expresionismo” con motivo de los 100 años del nacimiento de Jorge Páez Vilaró. La misma puede ser apreciada en las salas 3 y 4 del Museo Nacional de Artes Visuales.

Jorge Paez Vilaró (1922-1994) estudió Contabilidad Industrial, pero el tiempo ha demostrado su firme vocación artística.  Decía sobre si “En el apasionado recorrido, acompasé la acción generatriz del hecho plástico con una ansiedad investigadora que por gracia del destino y las comunicaciones, pudo alimentarse directamente en las fuentes genuinas, con los personajes acertados. Me considero un autodidacta, porque nunca tomé clases tradicionales… busqué mis propios signos. Dibujé y pinté sin cesar. Tuve contacto con líderes europeos que me interesaban, era la hora del Cobra en Holanda o en instancia del informal en Alemania y España.” Desde 1948, se instaló en Inglaterra vinculándose a destacadas figuras de las artes locales. A partir de ese momento realizó múltiples viajes por Europa, donde estudió, se contactó con grandes maestros con los que convivió importantes experiencias. En 1957 organizó y llevó al museo de Arte Municipal de Amsterdam una importante muestra de arte uruguayo. En Buenos Aires que expuso por primera vez, en la Galería Pizarro (1961).                                                                                                     A pesar del prestigio nacional del que gozó en vida, sus mayores logros quizá los haya obtenido en forma constante e ininterrumpida en el exterior. Sus telas y dibujos se hallan en importantes museos del Uruguay y resto del mundo, así como en infinidad de colecciones particulares. Dio oportunidades a artistas jóvenes y apoyó a sus amigos, dejando un gran patrimonio tangible e intangible.                                                                                                                                                            Gracias a la gestión de Enrique Aguerre, director del MNAV, tuve la oportunidad de hacer una breve recorrida con Manuel Neves, curador de la muestra. La extensa obra de Jorge, ordenada en forma cronológica, es atravesada por la influencia de todos los artistas plásticos con quienes trabó amistad y por las corrientes artísticas de las que tenía noticias. La retrospectiva de más de 90 obras no hace otra cosa que confirmar su gran curiosidad, amplitud de espíritu, ganas de experimentar y aprender.                        Me llamaron poderosamente la atención las telas de la etapa a la que pertenece “Tango y café” y me quiero centrar en éstas que me parecen las más representativas de este hombre culto, refinado, pero también bohemio, divertido, transgresor. Según Jorge (h) “Supo equilibrar todo eso y dedicar su tiempo a todo”. Al igual que Pedro Figari a quien admiraba y de quien se consideraba sucesor recurría a su sentido del humor para desacartonar la actitud ortodoxa y fundamentalista del uruguayo culto y prolijo.                                                            Durante años me ceñí a las etiquetas que con el tiempo se le han puesto a Figari: costumbrista, rescatista de tradiciones, ingenuo, pero algo no terminaba de convencerme. En una visita a solas a la muestra permanente del Museo Figari descubrí que era “eso” que estaba fuera de tanta pomposidad y formalismo: muchas de sus pinturas, que se han considerado homenajes, son en realidad caricaturas realizadas con un gran sentido del humor, lo suyo no son homenajes, son críticas sociales. Ese mismo espíritu es el de las pinturas de Jorge.                                                                                                                                       El viernes pasado tuve el inmenso placer de recorrer la muestra con Valentina Páez, nieta de Jorge, lo que hizo que esa recorrida tuviera un valor sin igual ya que estuvo llena de emocionantes recuerdos y divertidas anécdotas que me confirmaban lo que había intuido.                                                                                                                             Captó como pocos que, durante la noche, nos convertimos en parte de una mascarada, actuamos un personaje. Con gran sentido del humor Jorge se caricaturizó y caricaturizó a sus amigos y compañeros de andanzas junto a otros personajes propios de los lugares a los que concurrían. No hay dudas de que esos cuadros son el fiel reflejo del espíritu burlón de un gran creador, de un hombre sensible, risueño y desenfadado que prestaba mucha atención a los niños y gustaba de escuchar sus opiniones ingenuas confiando en su intuición estética.                                                                                                                           Pasaba todo el tiempo que podía en el taller. Pintaba rápido, lleno de pasión. Cuando un cuadro se complicaba, lo dejaba y si a medio camino, no veía la salida le daba vuelta y empezaba a pintar otro, en el mismo lienzo. A menudo, tomaba un lápiz y en dos o tres trazos creaba, sobre un papel cualquiera unas caricaturas fantásticas. En unas pocas líneas trazadas a toda velocidad lograba hacer fantásticas síntesis de un paisaje, un grupo de personas o un retrato.                                                                                      Una mañana de 1996 llegaron al Museo de Arte Americano de Maldonado dos transportes blindados con su respectivo operativo de seguridad. En ellos llegaban los cuadros de Pedro Figari, que serían exhibidos en la temporada. Estas 20 obras que formaban parte de la colección del Museo Histórico Nacional, fueron vistas por primera vez fuera de Montevideo gracias a la gestión de Jorge Páez Algorta, quien llevó adelante este homenaje cuyo padre había estado preparando para su admirado Maestro.

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