Petrona Viera otra vez Nelson Di Maggio
Los años que van entre 1919, fecha de asunción del presidente Baltasar Brum, y 1933, fecha del suicidio en el momento del golpe de Estado terrista, son conocidos en Uruguay como los años locos. O los felices años veinte. Esa década estuvo marcada por la renovación y los bríos juveniles, el nuevo estilo art déco (abreviación de la Exposition Internationale des Arts Décoratifs et Industrieles Modernes, 1925, París), encuentro de circunstancias externas e internas que fructificó fundando los comienzos de la futura sociedad de consumo. Se impuso en un estado de espíritu, una sensibilidad colectiva, una manera de ser y estar de la sociedad uruguaya que condujo a una unidad lograda sin esfuerzo, ajena a teorías o formulaciones programáticas. Nunca se repetirá esa comunión de intereses colectivos de la emergente clase media, elemento capaz de interpretar e instrumentar una época próspera y alocada, abierta a las inquietudes artísticas y con ganas de darle un sesgo innovador a la vida rompiendo los viejos códigos de la vieja moral.
Ya Batlle y Ordóñez anticipó y propuso un proyecto liberal de índole nacional, con disposiciones políticas, sociales y económicas avanzadas, ayudado por una favorable coyuntura mundial. El automóvil, la radio, el cine, los deportes, la moda, el descubrimiento de la vida al aire libre (la playa, los parques) modificaron usos y costumbres. Las mujeres también se transformaron. Pasaron a ser protagonistas en un medio que las había excluido sistemáticamente. Las generosas turgencias dieron paso a la firmeza atlética, osaron fumar en público, subir a la carlinga de los aeroplanos, tomar el volante de los relucientes modelos Ford, bailar al compás del charleston con ropas flexibles de Coco Chanel. Los medios de comunicación lograron una fraternidad de intereses, ideas y emociones, eliminando particularismos. Los sensuales arabescos, las pérfidas ondulaciones del art nouveau fueron reemplazados por las impositivas líneas rectas y cuando aparecía una curva, se plegaba a una geometría sin concesiones. Los edificios ganaron en altura y perdieron en decoración: paredes lisas, planos netos, revoque texturado pautado por motivos ornamentales estilizados de plantas y animales. El ancho zócalo de mármol negro contrastaba con la claridad y nitidez del resto (teatro Ateneo Popular, Mercado Modelo, Bazar Mitre, Cine Metro, apartamentos y viviendas unifamiliares). Si la arquitectura articuló los espacios necesarios para la vida social, no fue difícil que las demás modalidades expresivas alcanzaran madurez y prestigio insólitos en las tertulias de cafés y cenáculos donde se vinculaban diferentes grupos alrededor de las artes gráficas, siendo las revistas el instrumento de transmisión de los nuevos paradigmas estéticos (La Pluma, La Cruz del Sur, Teseo). Pocas veces la pintura se nutrió de tantos y calificados creadores (Blanes Viale, Cuneo, De Arzadun, Laborde, Causa, Sgarbi, Pesce Castro, Rúfalo, entre otros, y, en especial el surgimiento de la mujer: Lolita Lecour, Amalia Nieto, Carolina Bravo, Alba Padilla, Aurora Togores, Margarita Fabini y Petrona Viera. Montevideo quiso ser como Buenos Aires, la caja de resonancia de París. El sueño de ser Europa en América.
Petrona Viera: el hacer insondable, título que las curadoras María Eugenia Grau y Verónica Panella eligieron para la exposición inaugurada en el Museo Nacional de Artes Visuales (mnav). La exposición comprende tres partes: en la parte superior hay una selección breve e irregular de pinturas y dibujos, con ausencias notorias de muchas de sus mejores obras (la última muestra se efectuó y muy discutible en su organización, en el Museo Zorrilla, 2006; y antes en el propio mnav, con cientos de pequeñas obras desconocidas del acervo, entre otras); en el mezzanino, numerosos grabados de excelente factura y, a la entrada, fotos y videos sobre su vida. Habrá que esperar hasta abril para conocer el texto y la fundamentación que definió la curaduría para ver y estimar con mayores elementos y realizar un comentario.
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