Asesinato en el Expreso de Oriente (Murder on the Orient Express), USA/Malta 2017. Dirección: Kenneth Branagh. Libreto: Michael Green basado en novela de Agatha Christie. Fotografía: Haris Zambarloukos. Música: Patrick Doyle. Con: Kenneth Branagh, Penélope Cruz, Willem Dafoe, Judi Dench, Johnny Depp, Josh Gad, Derek Jacobi, Michelle Pfeiffer, Daisy Ridley. Estreno: 09.11.2017. Calificación: Aceptable.
Un crimen, una docena de sospechosos y una solución al enigma mediante la ayuda del excéntrico detective Hercule Poirot, que (mal que le pese a su ego) no es el nº 1 del mundo, ya que también existe Sherlock Holmes. Con esos elementos esta remake de un famoso film dirigido por Sidney Lumet en 1974 se niega a innovar, y edifica su premisa de “quién es el asesino” al viejo estilo. Lo que el inglés Kenneth Branagh logra como director es lustrar ciertos elementos generales de las viejas investigaciones de Poirot, desarrollando toda la anécdota al estilo de una mega producción.
La historia es por todos conocida, y no presenta cambios en esta adaptación. Poirot aborda en Estambul el famoso tren con destino a Londres, intentando descansar en los tres días que dura el viaje. Pero el más odioso de los pasajeros es asesinado mientras el ferrocarril se ve detenido por un alud de nieve. Con una docena de sospechosos a mano y la obligada inmovilidad mientras no llega el rescate, a Poirot no le queda más remedio que desentrañar el misterio. De esto ya se desprende una primera reflexión: si aún queda alguien que no conozca el desarrollo de la trama y resbaladiza identidad del culpable, seguramente disfrutará la película. Para el resto, Asesinato en el Expreso de Oriente será una lujosa repetición de algo ya visto y leído con anterioridad.
Si algo funciona bien aquí es la calidad visual de la producción. No sólo es seductor el exótico escenario montañoso donde ocurre la anécdota, sino que el operador Haris Zambarloukos se apoya con acierto en una paleta de colores brillantes, que contrastan con el blanco de la nieve y la línea negra del tren sobre la vía. Esa sobrecarga cromática destaca en el interior del vagón y en la lujosa vestimenta de la mayor parte del elenco. Precisamente en ese recinto se aprecia la segunda cualidad del film, que es la de saber manejar la cámara en espacio reducidos, aplicando con habilidad el plano cenital como forma de acentuar lo dramático de alguna revelación, o deslizándose entre el mobiliario para terminar perforando a los actores con intensos primeros planos. Branagh logra así sumergir al espectador en 1934, la época en que se sitúa la acción.
En cambio las cosas no funcionan tan bien con el elenco que, como sucede en este tipo de films, termina desperdiciado. A excepción de la innoble villanía de Johnny Depp o la intensa presencia de Michelle Pfeiffer, el resto es como si no estuvieran. Excepto Kenneth Branagh, que desarrolla un Poirot inhabitual. No exhibe ese monumento a la pedantería que desplegó Albert Finney, ni la letal amabilidad de Peter Ustinov o David Suchet, sino que interpreta un Poirot que debajo de su excéntrica superficie esconde melancolía y congoja por la pérdida del que quizá haya sido un verdadero amor. Con su acertado enfoque Branagh compensa la inútil presencia de casi todos sus colegas.
El mayor error del film, de todas formas, no está en lo desparejo del elenco, sino en la manera en que Branagh-director aborda el segmento final, correspondiente al enigma de las dos opciones, en el cual se pone en tela de juicio la disyuntiva ética del detective y de la Justicia, al tener que optar entre la solución correcta de aplicar a rajatabla la ley, o la otra que, por compleja y sucia, resulta la más necesaria. En ese momento Branagh renuncia a su frialdad externa y su soledad íntima, y las canjea por una teatralidad que empaña el resultado, tornándolo impostado, meloso y redundante. Eso es una lástima.
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