Desde los albores del tiempo, cuando el ser humano comenzó a alzar su mirada hacia el infinito y a cuestionar su lugar en el vasto tapiz de la existencia, la muerte ha sido esa sombra silenciosa que acompaña cada paso, ese misterio insondable que despierta tanto temor como fascinación. A lo largo de los siglos, los pensadores han intentado descifrar su significado y, sobre todo, responder a esa pregunta de por qué nos causa tanta angustia. Los filósofos Epicuro y Kierkegaard abordaron esta cuestión desde distintas perspectivas; mientras que Epicuro sostuvo que la muerte no debe preocuparnos, Kierkegaard la vinculó con la angustia existencial. ¿Cómo han influido estas visiones en nuestra relación contemporánea con la muerte?
Para Epicuro (341 a.C – 270 a.C), la muerte no es algo de lo que debamos preocuparnos. Su razonamiento se basa en una argumentación lógica: “cuando estamos, la muerte no está, y cuando la muerte está, nosotros ya no somos”. Esto significa que la muerte es la ausencia total de experiencia, y por lo tanto, no puede causarnos ningún tipo de dolor ni sufrimiento. En este sentido, el miedo a la muerte es irracional porque no hay conciencia ni sensación después de que esta ocurre, lo que hace que preocuparse por ella carezca totalmente de sentido. Su corpus teórico se fundamenta en una concepción materialista del universo, influenciada por el atomismo de Demócrito, según la cual todo, incluido el alma, está compuesto de átomos. El alma, al ser material, se disuelve tras la muerte, lo que implica que no hay supervivencia ni existencia consciente después de esta. Al no haber continuidad de la conciencia, no hay razón para temer a la muerte, considerando que este miedo es uno de los principales obstáculos para alcanzar la felicidad, ya que nos impide disfrutar plenamente de la vida presente.
Su objetivo es liberarnos de este temor irracional a través de la razón y la comprensión de la naturaleza de la muerte, permitiéndonos centrarnos en el presente y disfrutar de los placeres simples y naturales. Eliminando este miedo, se puede llegar a la ataraxia; un estado de serenidad y tranquilidad del alma que es esencial para vivir una vida plena y feliz. Aunque su argumento es lógicamente sólido, ha sido objeto de críticas, como la idea de que el miedo a la muerte es un instinto natural relacionado con la supervivencia, o que la muerte, como proceso de finitud, puede dar sentido a la vida al impulsarnos a valorar el tiempo y buscar un propósito.
Søren Kierkegaard (1813-1855), en cambio, aborda la muerte desde una perspectiva existencialista. Para él, el ser humano no solo tiene conciencia de su propia mortalidad, sino que esta conciencia genera angustia. La muerte no es simplemente un evento físico, sino una realidad que confronta al individuo con la nada y con la posibilidad de su propio ser. A diferencia de Epicuro, quien ve la muerte como algo que no debe preocuparnos, Kierkegaard la entiende como un problema existencial y religioso. En su obra El concepto de la angustia (1844), sostiene que la angustia surge de la libertad del ser humano y de su confrontación con lo absoluto. Esta sensación de abismo nos obliga a enfrentarnos con la incertidumbre de nuestra existencia y con la necesidad de darle un sentido. La muerte, en este sentido, es la expresión definitiva de esta incertidumbre, ya que representa el límite último de la vida y la confrontación con lo desconocido.
Para el filósofo, la angustia no es algo negativo en sí misma, sino una condición que nos impulsa a tomar decisiones auténticas y a buscar un significado profundo en nuestra existencia. A través de la angustia, el individuo se enfrenta a su propia finitud y a la necesidad de elegir cómo vivir, lo que implica una responsabilidad radical frente a sí mismo y frente a lo trascendente. Desde esta perspectiva, la muerte no es solo un evento biológico, sino una llamada a la autenticidad y a la reflexión sobre el sentido de la vida. Kierkegaard enfatiza que la fe y la relación con lo divino son fundamentales para enfrentar esta angustia existencial, ya que ofrecen un marco de sentido que trasciende la finitud humana.
Si analizamos la historia del pensamiento occidental, podemos ver cómo estas dos visiones han influido en nuestra concepción contemporánea de la muerte. Por un lado, la ciencia y el materialismo moderno han reforzado la perspectiva epicúrea, promoviendo una visión de la muerte como un fenómeno biológico inevitable que no debería preocuparnos. Sin embargo, la angustia existencial se mantiene presente, sobre todo en un mundo donde las grandes narrativas religiosas han perdido influencia y el individuo debe construir su propio sentido de la vida y de la muerte. En la sociedad actual, la muerte es a menudo un tema tabú. La tecnología médica ha extendido la esperanza de vida, pero también ha generado una paradoja: cuanto más prolongamos la vida, más evitamos pensar en la muerte. Al mismo tiempo, el existencialismo de Kierkegaard sigue presente en una época de incertidumbre, donde la búsqueda de sentido sigue siendo una preocupación central.
El miedo a la muerte sigue siendo una de las cuestiones fundamentales de la filosofía y de la condición humana. Mientras que Epicuro nos invita a liberarnos del miedo comprendiendo que la muerte no es una experiencia, Kierkegaard enfatiza que la conciencia de nuestra propia finitud nos enfrenta con la necesidad de encontrar un sentido a nuestra existencia. ¿Deberíamos adoptar la serenidad de Epicuro o asumir la angustia de Kierkegaard como parte esencial de nuestra existencia? Quizás la respuesta dependa de cómo cada uno de nosotros decida enfrentar su propia mortalidad.

