El Diálogo de los melios es uno de los pasajes más lúcidos y conocidos de la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides (Libro V, secciones 85–113). El autor muestra cómo la guerra transforma alianzas y genera equilibrios que, paradójicamente, pueden estabilizar regiones durante algún tiempo.
Tucídides no solo historió acerca de una guerra, sino que generó un marco para comprender cómo funcionan el poder, la ambición y el miedo en la política. Para ello recurre al recurso del intercambio directo entre embajadores atenienses y magistrados melios.
Mientras los atenienses se expresan apelando a una suerte de realismo brutal, y entienden que la justicia solo existe entre iguales en poder, asumiendo que “los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”. Pero los magistrados de Melios, esa pequeña isla de origen espartano, que aspira a mantenerse neutrales y rechaza la pretensión imperial de los atenienses, sólo les cabe apelar a la justicia, a la esperanza de la ayuda espartana y a la descuidada protección de los dioses. Melos no se rindió y Atenas acabó con todo aquello: muerte y destrucción.
Mensajes para el presente
El primero y más directo: esta historia desnuda la crudeza del contraste entre el idealismo y el realismo. La segunda, es que este episodio se constituyó en un ejemplo clásico de realpolitik, siendo una muestra de la política internacional comprendida y resuelta como una lucha de poder sin espacio para la moral.
Los de Melios no leyeron correctamente la realidad: “Creemos que la justicia está de nuestro lado y que los dioses nos darán su favor, pues lo que pedimos es justo”. Además, “confiamos en que los lacedemonios, por ser de nuestra misma sangre, no nos abandonarán”.
En la ilusión del más débil y apegado al imperio de la ley y no de la fuerza bruta, los melios esperaban que los dioses castiguen la injusticia de Atenas, y como ya se anotó, confiaban en que Esparta, su metrópoli de origen, “acudiría presurosa en su auxilio”. Es que magistrados y militares, son dos lógicas enfrentadas y muy propias.
El mensaje para sus contemporáneos fue muy otro: el realismo crudo de Atenas habría de acabar, a brutalidad guerrera, con el idealismo de sus derrotados, que confiaron su futuro a la fe en la moral, la esperanza y la solidaridad.
El desenlace del enfrentamiento entre poder y justicia desnuda la dimensión de la tragedia. La descuidada Esparta no intervino, y la pequeña y débil Melos fue destruida.
Otras dialécticas
Pero hay otras lecturas posibles, aunque en lo profundo de la dialéctica de victorias y derrotas, no difieran tanto. Primero, la guerra es entendida como un fenómeno político. Y segundo, como un medio y no un fin en sí mismo. Aun así, divergen en la concepción de la cosa política: violenta para los primeros y pacífica para el segundo. Y, por el otro, en el objetivo de la guerra: material (es decir, comercial y productivo), o político. Son miradas dialécticas y por momentos, naturalmente, contradictorias.
Sin embargo, ninguna de estas lecturas formaliza una valoración moral de la guerra pero tampoco significa que en el análisis particular haya también un juicio de esa característica.
Precisado lo anterior, no debe descuidarse que en el marco de una relación entre elementos diferentes, como ser económicos, políticos e ideológicos, estos se influencian mutuamente. Son todos componentes de una complejidad social determinada, entrelazados o dialécticos, divisibles tan solo para su análisis. Dicho de otro modo, no conforman compartimentos estancos y esa complejidad aporta una vinculación de mayor interdependencia.
Trump cambia algunos ejes
Da la sensación de que el presidente Donald Trump empezó a “des-israelizar” la “sede” del conflicto, y con ello a cambiar las referencias geográficas. Concomitantemente, busca ampliar la mesa de reunión de los involucrados en las” ventajas” económicas de un futuro regional con prioridades diferentes y con una aceptación tácita de sus nuevos roles, a definir caso a caso. Más involucrados diluye la concentración binaria y suma elementos de intercambios y de expectativas.
Con la reunión del lunes 13 en Egipto, DT abrió el camino a ambos propósitos. Sin descuidar estos detalles, Trump celó por no compartir su importantísimo logro con absolutamente nadie. No es sólo una cuestión de ego personal (que quizás algo haya), sino para poder seguir moviéndose con absoluta independencia para administrar los disensos y para compensar asimetrías.
Adicionalmente, hay protagonistas cuyo rol está agotado, y hay señales de que le está buscando solución. El caso de Bibi Netanyahu es uno de ellos. Con la variedad de demandas judiciales pendientes con malos augurios, Bibi necesita un final de ciclo que al momento de su exclusión lo desdramatice. Todo hace pensar que ese pedido de Trump al presidente Herzog para amnistiar a Netanyahu va en ese sentido. “Señor presidente, tengo una idea, ¿por qué no lo indulta? Indúltelo!”, dijo en la Knesset mientras los parlamentarios oficialistas respondían con aplausos y exclamaciones. Algo a medio camino de una petición y una orden campechana, en modo reduccionista, privando a la democracia israelí de un valor esencial, en disputa, como lo es la independencia del poder judicial.
Con ello podría estar despejando el camino a una nueva coalición de gobierno sin Bibi. En el mismo sentido, pero por otras razones, también tiene abierto el camino para un cambio de gobierno en la Autoridad Nacional Palestina. Debilitados los dos centros de poder (Hamás y ANP) en la nación palestina, Trump tiene las manos libres para ensayar una nueva alianza gubernamental, y hacerlo con el respaldo de sus socios más confiables, con los que se entiende desde ese pragmatismo.
La tarea es inmensa, pero ya Trump ha logrado éxitos donde nadie esperaba nada. Desenredar las redes de la brutalidad llevó dos años, pero es de nobleza reconocer que el trabajo fue hecho y comenzó a andar. Hubo una aceptación de la opacidad y una validación para el libre albedrío de DT, que es improvisado pero no antojadizo, que no responde a lógicas políticas sino más bien comerciales y cortoplacista. Que la cuestión haya llegado a estos extremos, exime de verbalización: agotó sus tiempos y la paciencia de casi todos.
Hoy el escenario es muy otro: la batalla está ganada y perdida, y hay actores en retirada aunque aún no estén los relevos. En una coyuntura dominada por el pragmatismo y la improvisación, los únicos prisioneros son los que siguen/seguimos atados a los principios.







