Caminamos hacia una contienda electoral que parece no prender en la sociedad, algo que debemos ver con preocupación siendo que nos enfrentaremos, además de a la elección nacional, casi con certeza, a tres propuestas de reforma constitucional. En una campaña donde la gente no se interioriza, donde los cuadros políticos se apartan de la propuesta para caminar hacia el agravio, donde los titulares y medias verdades se apoderan de los discursos, el resultado difícilmente sea bueno para el país.
¿Cómo podemos cuestionarnos la falta de involucramiento de la ciudadanía? ¿no es lo esperable? Si lo que le ofrecemos son gritos, agravios, berretines, más próximos a un duelo de hinchadas, que a un intercambio de gente que aspira a tomar las riendas del país.
La enorme mayoría de los ciudadanos, y un espectro muy amplio de la dirigencia política, quedan rehenes de una lucha de personalidades que, para alimentar su ego, erosionan la convivencia democrática atentando contra la posibilidad de construir un proyecto de país a largo plazo y en conjunto.
Hemos normalizado recurrir a reformas constitucionales para utilizar el plebiscito como trampolín político electoral de algunos sectores. No terminamos de darnos el tiempo de debatir con seriedad y altura la cuestión de fondo de muchas de las reformas que se pretenden impulsar.
Parecería ser que los cálculos electorales se han apoderado de las decisiones de una parte de la dirigencia política. Esto no es nuevo, es un fenómeno propio de las contiendas electorales, pero su condición de antiguo no lo hace menos grave ni preocupante.
Inflar la Constitución de articulado que no le corresponde, introduciendo elementos que son de materia legislativa, es un acto de irresponsabilidad política absoluta. La rigidez de nuestra Constitución hace que las voluntades de modificar los errores cometidos en el articulado que se le ha agregado, o que responde a otra época, sea nula y represente un esfuerzo que no resulta redituable para ningún grupo.
Cuando hablamos de cierto descreimiento en la dirigencia política, debemos pensar el por qué hemos llegado a estas situaciones. Sustituir discusiones parlamentarias por reformas constitucionales, que en definitiva se traducen en una campaña más ruidosa y difusa, sin dudas, es parte de ese deterioro.
Aún estamos a tiempo de revertir esta tendencia, de elevar la vara del debate político. La ausencia de propuestas, o el exceso de ellas, evidencia una campaña poco seria, que no termina de convencer a nadie. En medio de todo ese ruido, se dan las condiciones para que surjan voces demagogas que, con titulares engañosos en sus slogans de campaña, pueden llegar a convencer a amplias mayorías.
La recolección de firmas por una deuda justa, impulsada por Cabildo Abierto, se termina reduciendo a un “Si tenés deudas firmá”. Qué pase después en el hipotético caso de que se llegaran a las firmas y se aprobara la reforma, parece no importarle a nadie, siquiera es un tema de discusión.
Con la propuesta sobre allanamientos nocturnos parece suceder algo similar. Existen algunas voces que anuncian poco más que la erradicación del narcotráfico, mientras que campanas opositoras advierten la violación del sagrado domicilio, cuando hablamos de bocas de venta de droga.
La propuesta más reciente, impulsada por sectores del Partido Colorado tras el fallecimiento de Adrián Peña, el proyecto sobre el ingreso a las Intendencias por concurso o sorteo. Un proyecto que parecería ser garante en sí mismo de transparencia, cuando es de público conocimiento la existencia de arreglos en sorteos y concursos en la órbita estatal. Si el proyecto plebiscitario va a excluir al gobierno central de este régimen de ingreso, sería interesante discutir el por qué, deberíamos pensar que lo más pertinente sería que el plebiscito tenga lugar en mayo junto con las elecciones Departamentales y Municipales.
Finalmente, el caso más escandaloso y grave, la reforma impulsada por el PIT-CNT y parte del Frente Amplio. Bajo el lema de “afirmá tus derechos” y la invitación a firmar “para jubilarte antes”, se esconde una reforma, que no solo va a ir en contra de la Reforma de la Seguridad Social impulsada por este gobierno, sino que arremete contra la Reforma del 96. Con calculadora electoral en mano, estos sectores, están dispuestos a poner al país al borde del precipicio si de ello pueden sacar tajada electoral.
El sistema político todo, debe detenerse un segundo a mirar si al nivel que estamos llevando la campaña electoral, es el deseable, y si es el que nos garantiza la construcción de un mejor Uruguay. Estoy convencido, que la respuesta será en sentido contrario, pero no basta con que solo algunos eleven la vara, si hay otros tantos que siguen eligiendo el barro. Se necesita un acto de responsabilidad partidaria, de grandeza política y de honestidad intelectual para poder construir el mejor Uruguay.
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