¡RENUNCIÁ, TEDROS! Por Hoenir Sarthou
Su nombre y su rostro alcanzaron celebridad mundial durante el período en que el mundo entero estuvo bajo el régimen de pandemia, que él mismo declaró en su carácter de Director de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Tedros Adhanom es un investigador y político etíope, ex ministro de salud y de relaciones exteriores de su país, en el que fue acusado de encubrir una epidemia de cólera, que causó gran mortalidad, y de complicidad en las violaciones de derechos humanos que llevaron a cabo los gobiernos para los que trabajó.
Nada de eso impidió que en 2016 fuese designado Director de la OMS, con apoyo del gobierno chino y de la Fundación Bill y Melinda Gates, es decir de las múltiples y demasiado influyentes empresas farmacéuticas y alianzas vacunatorias en las que participa Bill Gates.
Siendo así, no puede sorprender que su primera reacción ante la aparición del Covid 19 en China fuera negar y ocultar su existencia, en enero de 2020, para luego, en marzo, cuando la enfermedad ya se había extendido, proclamar el desastre universal, declarar la pandemia y recomendar el conocido combo: cierre de actividades, tapabocas, confinamientos, internaciones compulsivas, respiradores, y finalmente las vacunas, producidas por las empresas de su protector, Bill Gates.
Pero Tedros, con esa sonrisa tan suya, que combina la insignificancia con el servilismo, no descansa ni un minuto.
Mientras el mundo estaba alelado por la pandemia, él estaba promoviendo sin descanso un acuerdo o tratado global que le otorgara a la OMS y a su Director, es decir a él, la autoridad de declarar epidemias y pandemias en cualquier país o región del mundo, así como la de decretar medidas de carácter obligatorio para todos los gobiernos.
La cosa no termina allí, porque el tratado que propone Adhanom le otorga a la OMS la potestad de intervenir en la gestión del medio ambiente y de los recursos naturales de los países, bajo el argumento de que la gestión de esos bienes y recursos naturales incide en las condiciones de salud del país del que se trate.
Si don Tedros fuese un ser autónomo, uno podría creer que se trata de un loco que busca proclamarse emperador del Universo. Pero Tedros no está loco ni, mucho menos, es autónomo. Todo lo que hace lo hace en consulta con sus guías y maestros, el complejo de la industria farmacéutica, liderado o representado por Bill Gates, y las autoridades chinas.
Huelga decir que la idea de convertir a la OMS en una suerte de proto gobierno mundial, con competencia en cuestiones sanitarias y medioambientales, no se le ocurrió a Tedros, y que si intenta llevarlo a cabo, como viene haciéndolo desde hace al menos tres años, es porque los grandes capitales que controlan a la industria farmacéutica y tienen fuertes inversiones en China, ven con muy buenos ojos la iniciativa.
Pero -siempre hay un pero en los proyectos megalomaníacos- el bueno de Tedros no ha tenido éxito hasta el momento. Lo viene intentando cada año, desde 2021 al menos, en cada Asamblea Mundial de la Salud. Pero siempre parece ocurrir algo que le pincha el globo. En 2022, por ejemplo, el tratado se frustró por la oposición de varios países africanos.
Este año, Tedros volvió al ataque, con reuniones preparatorias, pretendiendo lograr una redacción consensuada que permitiera firmar un acuerdo en mayo. Esas reuniones no dieron buenos resultados en marzo, lo que obligó a postergarlas para los primeros días de mayo, muy sobre la fecha en que debería votarse la aprobación final.
Tedros se ha quejado amargamente. Atribuye la falta de consenso entre los representantes de los distintos países a dos causas. Por un lado, las discrepancias respecto a las patentes y al acceso y el costo de los recursos sanitarios. Por otro, a la “desinformación” que circula en las redes sociales y en el mundo, que lleva a que mucha gente considere el tratado como un delirante proyecto de dictadura global.
Quizá muchos lectores se pregunten por qué nuestro gobierno y nuestra prensa no hablan ni informan sobre este asunto, que es de primerísima importancia, en tanto su aprobación implicaría transferirle a la OMS parte esencial de nuestra soberanía, como lo es la capacidad de decidir en temas de salud pública.
La razón por la que sabemos tan poco de esto es que el gobierno uruguayo declaró reservada, por el términio de 15 años, toda información relativa a las negociaciones respecto al tratado de preparación para pandemias. Por eso ni siquiera sabemos qué postura han llevado y llevarán nuestros representantes a las negociaciones ni a la próxima Asamblea Mundial de la Salud, en mayo de este año.
Esa reserva, o secreto, se dispuso cuando un periodista de la Radio “La Kandela”, de Tacuarembó, dirigió un pedido de acceso a la información para conocer el estado de las negociaciones. La respuesta fue que el Ministerio de Relaciones Exteriores declaró reservada toda información sobre el tema.
La moraleja de todo el asunto es que estamos sumidos en un manto de silencio nacional y que no se puede confiar en la poca información internacional de que se dispone.
Sólo un dato resulta alentador. Tedros no ha logrado los apoyos que busca y es probable -y sobre todo muy deseable- que no los consiga. Por eso se queja y posterga una y otra vez la consideración por la Asamblea Mundial.
Si Tedros fuese uruguayo, sabemos que se le diría: “renunciá, Tedros”.
Pero Tedros no es uruguayo y tiene jefes. Unos muy poderosos, que hasta el momento le permiten seguir fracasando y quejándose.
Lo que podemos hacer nosotros es averiguar y difundir la información disponible y exigir al gobierno uruguayo que ponga fin al vergonzoso secreto con el que maneja este asunto.
Un dato para no olvidar: en Uruguay, todo tratado internacional debe ser discutido y votado por el Parlamento para ser válido. De manera que, si hay tratado, el secreto tendrá patas cortas.
Seguramente Tedros no lo sabe y no le importa. Pero algunos uruguayos lo tenemos muy presente.
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