Rescate a medias por Nelson Di Maggio
Encabalgadas en las décadas del cincuenta y sesenta surgieron dos tendencias nítidas en el arte uruguayo. Antoni Tàpies y Víctor Vasarely, en sendas exposiciones individuales, afirmaron las respectivas corrientes informalista y geométrica que, erráticamente, se habían manifestado a partir de Carlos F. Sáez y Joaquín Torres García. Durante el período de oro de la cultura uruguaya, décadas de los cincuenta y sesenta, no fueron solo personalidades aisladas, por cierto. La bienal paulista y el porteño Instituto Di Tella —y su mentor Jorge Romero Brest— ejercieron una influencia notable al sacudir la modorra provinciana que dominó esa brillante época. También el ilustre Michel Tapié de Céleyran, primo de Toulouse-Lautrec, teórico del Art autre (Arte otro o informalismo), recaló en Montevideo en esos agitados tiempos.
Un núcleo significativo de pintores descubrió el poderoso imán de la materia, su expresión sensual y hasta erótica. Desde el campo figurativo Alfredo De Simone fue un antecedente insoslayable. Pero ahora surgió la explosión de una tumultuosa subjetividad sofocada que tuvo en Manuel Espínola Gómez, Washington Barcala, Guiscardo Améndola, Adolfo Halty y Leopoldo Nóvoa las figuras más conspicuas de esa tendencia. Y el más joven, Américo Spósito, nacido en Melo en 1924. Apenas treintañero, es galardonado con el Premio Arno en la Bienal de San Pablo (1955) por una obra de refinada sensibilidad; luego, en el Salón Sureña (1956), inicio de una secuela de distinciones que culminaron con el importante Premio Blanes (1961). La mayoría optó por utilizar con preferencia el blanco y el negro con sentido dramático al recoger las tensiones sociales y económicas de un país que dejaba atrás el equilibrio y el bienestar transitorio.
Pero ninguno como Spósito. Hizo del negro y sus prodigiosas y sutilísimas variaciones tonales el factor exclusivo de musculosa, enérgica, sensual y erótica comunicación visual. Manejó el óleo con una intensidad de las pinceladas, sobrepuestas en dinámicas capas de materia espesa, diestramente trabajada, orientadas en contradictorios ritmos según los temblores y ansiedades de un temperamento en gozosa, apasionante actividad creadora, como si quisiera atrapar el fluir de la vida en acto con escasos elementos formales. Cuadros difíciles de ver para un contemplador distraído: hay que aguzar la mirada y el detenimiento es necesario para hilvanar las sucesivas miradas y así sentir el deslizar del tiempo. Esa serie negra, hoy dispersa por museos nacionales, municipales y coleccione s particulares, signó a un creador notable, le dio un atractivo internacional y una fuerte, sólida personalidad por la inusual dimensión metafísica de un artista predicador religioso.
Su compleja y desconcertante personalidad, plagada de influencias circunstanciales, teorizador permanente e imprevisible temperamento es parcialmente revelada en el Museo Gurvich. Exhibe la muestra denominada Américo Spósito, los poderes de la abstracción. Obras 1982-2004. Una veintena de cuadros de la serie Ceibos, un retorno a la figuración, variaciones sobre la naturaleza y la flor nacional, que mantienen un interés en su carácter experimental, de ecos torresgarcianos, intento de establecer un relacionamiento ente la flor y el árbol. Los demás trabajos, distintos homenajes a figuras históricas de elusiva significación, geometrizantes en contrastes de colores intensos, se distancian de su obra mayor de los sesenta cuya investigación más atenta revelaría la auténtica fama de un talento singular.
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