Ayer hubiera cumplido cien años Margarita Carmen Cansino, es decir Rita Hayworth. No tuvo el desparpajo de Jean Harlow, ni la belleza perfecta de Ava Gardner o el sexo demoledor de Marilyn Monroe. Sin embargo aún se mantiene en el top ten de las divas de Hollywood por el singular magnetismo de su melena pelirroja y ondulante, su silueta curvilínea y su mirada oscura, casi tanto como los episodios que marcaron una vida muy desgraciada. Fue la demoledora Doña Sol de Sangre y arena (1941), compañera de danza de Fred Astaire en Bailando nace el amor (1942) y Gene Kelly en Las modelos (1944), y las infartantes Gilda (1946), La dama de Shanghai (1947), Carmen (1948), Salomé (1953) y La mujer de Satanás (1953). Después llegarían varios roles maduros (Sus dos cariños, 1957; Mesas separadas, 1958; Héroes de barro, 1959), antes de caer a un abismo físico y mental abrumador. Antes de ese descenso, Rita se las ingenió para dejar estampado un estilo que marca las tendencias de la moda aún hoy. Son suyas las estilizadas pamelas o sombreros de boda, los camisones de satén dorado con encaje negro en el pecho, los vestidos de gala tajeados hasta el inicio de la pierna, la ropa masculina de entrecasa y los lujosos zapatos engarzados con piedras preciosas. Marcas de fábrica de un universo glamoroso y falso, que le haría decir que “los hombres no me duran, porque se acuestan con Rita Hayworth pero amanecen con Margarita Cansino”.
Porque bajo el oropel de icono sexual se ocultaba la Rita-objeto, la mujer de colección que tuvo una vida difícil y terminó en condiciones físicas deplorables. Al morir el 14 de mayo de 1987 en Nueva York, ya llevaba un decenio siendo una patética sombra de sí misma, prematuramente envejecida, sucia y mal vestida, dando tumbos merced al abuso del alcohol, y padeciendo Alzheimer, que fue en definitiva lo que la mató. Esa dolencia se reveló al público en forma tardía. En cambio, se sabía que quien había deslumbrado a millones de hombres y ganado fortunas por sus películas, había terminado arruinada por completo a causa de un padre y cinco maridos abusivos, que no la socorrieron cuando los necesitó, aunque a cuatro de esos seis hombres les llegó a matar el hambre.
Rita había nacido el 17 de octubre de 1918 en Brooklyn. Su padre era un bailarín que malvivía en compañías modestas, pero se percató de la belleza de su hija y a los trece años la hizo debutar a su lado, presentando números de danza andaluza. Con frecuencia le pegaba a Rita, y es un hecho que abusó de ella repetidas veces. Como la chica era menor de edad y no podía actuar en los teatros, la hacía ir con él a Tijuana, donde la presentaba como su esposa. En esos sórdidos tugurios mexicanos Rita convivió con el alcoholismo y la prostitución, moneda corriente. Años después diría que “desde que pude tenerme en pie mi padre me atormentó con sus clases de baile. No me gustaban, pero nunca tuve el valor de decírselo”.
Después otros hombres llegaron a su vida. El primero fue Edward Judson, vendedor de coches devenido gigoló. Mediante engaños consiguió que Columbia la contratara, y aprovechándose de la inexperiencia de Rita la convirtió en su esposa cuando aún era menor de edad (1937), obligándola a cambiar su look latino mediante un dolorosísimo método quirúrgico. Se divorciaron en 1942: “Él me ayudó en mi carrera, y se ayudó muchísimo a sí mismo con mi dinero y mis pocas propiedades. Al divorciarme quedé en la ruina”, diría la diva años más tarde.
A esas alturas Rita había triunfado en Sangre y arena y vivía la “vida loca” saltando de cama en cama (Anthony Quinn, David Niven, Glenn Ford, el españolísimo Conde de Villapadierna), hasta que se topó con Orson Welles, el “joven maravilla”. Enamorado desde que la viera en una portada de Life, Orson dejó a su amante Dolores del Río y conquistó a Rita en forma inmediata. Los periódicos hablaron de la unión de la Bella y el Cerebro. Se casaron en 1943, pero el matrimonio naufragó debido a la intromisión continua de los padres de Rita. Enfurecido, Orson comenzó a prestar más atención a sus actividades políticas y a su obra que a su mujer. A eso se sumó el definitivo éxito de la diva al filmar Gilda, donde tenía una escena inolvidable en la que cantaba y bailaba con un erotismo animal, asombrando con unos guantes que llegaban más arriba del codo. La platea masculina se infartó cuando, cadenciosa como una desnudista de lujo, comenzaba a quitarse muy lentamente un guante, hasta que Glenn Ford le daba vuelta la cara con la bofetada más famosa de la historia del cine.
Orson nunca digirió bien el suceso erótico de su mujer. Intentó cambiarle ese look sexual platinándola para La dama de Shanghai, y después se divorciaron. Rita se fue a la Costa Azul, y el príncipe Alí Khan la cortejó. Obnubilada por su riqueza y cortesía la diva se rindió, quedó embarazada y se casaron en 1949. Pero las infidelidades continuas del multimillonario liquidaron la pareja. Rita volvió al cine para ganarse la vida. Se casó con el cantante Dick Haymes, a quien llegó a pagarle las deudas contraídas con sus dos anteriores parejas. Todo terminó muy mal, al igual que con el quinto marido, el cineasta James Hill, que dejó de dirigir para dedicarse a vivir de ella. Después la existencia de Rita se degradó. Al morir tenía 68 años, pero parecía una avanzada octogenaria. Fue enterrada en Culver City. Glenn Ford, que la abofeteara en 1946, fue uno de los pocos que llevó el féretro hasta depositarlo en la tumba.
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