Este 2020 iba a ser sin duda el año-Bond. El espía volvía en abril con su aventura nº 25, con Daniel Craig como protagonista por última vez. Pero 007 se topó con un antagonista más inteligente y feroz que Spectre. El coronavirus dejó sin licencia para matar a Bond, y lo hizo por un tiempo difícil de determinar.
SEAN CONNERY. La historia oficial de James Bond arranca con Sean Connery, que encarnó al personaje seis veces desde 1962 hasta 1971 (El satánico Dr. No, De Rusia con amor, Goldfinger, Operación Trueno, Sólo se vive dos veces, Los diamantes son eternos) y retornó una séptima vez, en el estupendo film “bastardo” Nunca digas nunca jamás (1983). Es decir, Connery fue Bond desde los 32 a los 41 años, con un retorno en plan auto paródico a los 53. El actor escocés logró la fama internacional con su personaje, pero además lo edificó desde los cimientos. Su James Bond congregó las características positivas de los héroes de la pantalla. Gracias al actor, 007 fue un valiente aventurero con la sagacidad y el razonamiento del buen detective, pero a esas coordenadas básicas el escocés sumó una cierta brutalidad de tipo gangsteril (muy visible en los primeros títulos), una fuerte dosis de machismo y chauvinismo, gran carisma y una elegancia incontenible, que lo convirtió a ojos de la platea femenina en un semental irresistible. Connery supo dominar a las mujeres, a los enemigos, a los avances de la técnica y también a la muerte, pero el secreto de su éxito sobre el de sus continuadores es que desarrolló en pantalla esas características con total naturalidad. Todos sus sucesores llegaron a Bond adaptándose al rol, aprendiendo para poder ser el espía perfecto, mientras que Connery deja la sensación irreprimible de ser él mismo el propio espía, sin necesidad de lecciones previas. Quien más se le acerca en ese aspecto es Daniel Craig, porque él, como veremos, también debió construir al personaje desde cero. Connery no fue insustituible, por supuesto, pero resulta a todas luces inolvidable.
GEORGE LAZENBY. En medio del período Connery hubo un film (Al servicio secreto de Su Majestad, 1969) que tuvo como protagonista al australiano George Lazenby, el Bond más joven de la historia, con 30 años de edad. La película es de las mejores de la saga, y de las más injustamente menospreciadas. Fue un fracaso de taquilla que ya había padecido serios problemas antes del rodaje, debido al retiro anticipado de Connery. Y Lazenby fue crucificado como chivo expiatorio de todo ese feo asunto, más allá que el actor se reveló absolutamente inepto a la hora de manejar su carrera. Remitiéndonos a su específica labor en el film, hay que decir que Lazenby cumple en forma estupenda en las escenas del jet set, y roza la brillantez en las secuencias de acción. En cambio, resulta tosco en los instantes románticos, y un horror cuando debe comunicar sentimientos y emociones. Lo suyo fue gloria de un día.
ROGER MOORE. El inglés fue el Bond más viejo: 46 años al debutar y 58 al retirarse. Siete films entre 1973 y 1985 marcaron su etapa, muy exitosa en la taquilla, pero penosa a nivel de calidad: Viva y deje morir, El hombre con el revólver de oro, La espía que me amó, Moonraker, Sólo para tus ojos, Octopussy y En la mira de los asesinos. Moore no es el único responsable del bajón creativo, sino que comparte las culpas con el productor Albert Broccoli, un desaforado que, habiéndose librado de su ex socio Harry Saltzman (hombre mucho más serio), reconvirtió los productos Bond como cine y como negocio. A partir de 1973 Broccoli incentivó a Moore para que desplegara su dudoso arsenal para la comedia, con lo cual Bond cambió y sus andanzas fueron perdiendo seriedad, llegando en algún caso a niveles de bufonería insultantes para con el personaje original. Broccoli incluso permitió que Moore cambiara características sustanciales que poseía el espía: mientras Bond siempre usó sombrero, fumó cigarrillos y tomó vodka Martini agitado, pero no batido, Moore se ponía sombrero sólo por obligación, fumaba puros y tomaba bourbon. Hay que decir además que fue el actor que peor peleaba de todos los Bond oficiales: era lastimosamente lento, en especial al competir en el recuerdo con la ductilidad de Connery y la rudeza de Lazenby. Por eso es mejor olvidarlo en medio de una sonrisa irónica, digamos… una sonrisa “a la Moore”.
CONNERY VS. MOORE. Connery y Moore se manejaron en un mismo contexto (la Guerra Fría) pero el segundo no dejó ningún film que pueda catalogarse como verdadero clásico, a diferencia de Connery que en cambio intervino en los dos mayores iconos de 007, De Rusia con amor y Goldfinger. Hoy por hoy Operación Skyfall ya es un tercer clásico, pero nada equivalente a estos títulos hay en la etapa Moore. Sus films más estimables (La espía que me amó, Sólo para tus ojos) son pasatiempos entretenidos y queribles para los fans, aunque no muy importantes dentro de la saga. La era Connery fue la de la instauración y solidificación del mito, la de Moore en cambio significó su definitiva masificación, la cual generó características que se sabía que serían aceptadas por todo tipo de público, y no sólo por los seguidores del cine de espías. Por eso Moore hizo hincapié en la espectacularidad y la comicidad. Sus aventuras son más lights que las de Connery. Cuando alguien lleva a cabo una tarea sólo pensando en gustar a la mayor cantidad posible de gente (en lugar de hacer las cosas como se debe y punto) la inevitable consecuencia es la liviandad o la mediocridad. Es lo que pasó con Moore en la saga: fue puesto para gustarle a un europeo, pero también a un esquimal… y así le fue.
TIMOTHY DALTON. Este galés de 41 años se vio metido en mil problemas que nada tuvieron que ver con él, pero por ellos terminó pagando el pato y sólo pudo ser Bond dos veces: en 1987 (Su nombre es peligro) y 1989 (Licencia para matar). Eso fue una pena, porque el segundo de estos títulos es valioso, aunque en su momento fue injustamente vilipendiado y habría que redescubrirlo de manera urgente. Como actor, Dalton era un hombre de sólida formación shakesperiana. Era estupendo para dramatizar, para revelar las facetas de Bond en todo lo que tiene que ver con dominación y comando. De los seis actores. Dalton fue el que más se asemejó al original literario, y a ello lo ayudaron dos cosas que en otro tipo de películas hubieran parecido carencias del actor: su falta de carisma y su casi inexistente encanto. Por eso estaba claro que su Bond sería resultado de una labor tomada en serio, que reflejaría en forma certera las emociones y conflictos íntimos del personaje, pero que carecería por completo de sentido del humor. Suplantar a Moore por Dalton era un riesgo enorme, como si sustituyéramos hoy a Mr. Bean por Michael Fassbender. Para que Dalton funcionara tenían que confeccionarse libretos a su medida, cosa que no se hizo para la primera película, un híbrido entre la liviandad de Moore y la futura galanura de Brosnan. El público se resintió, renegó inmediatamente del actor, y lo terminó culpando de todo. Cuando en el segundo título las cosas se hicieron bien (allí se cuenta una historia vengativa, vigorosa y muy feroz) ya era tarde: la audiencia ignoró a 007 y a Dalton, y todo se fue al demonio.
PIERCE BROSNAN. Entonces sobrevino el hiato más extendido de la saga, seis años en que ocurrieron mil cosas: la muerte de Albert Broccoli, sucedido por su hija Barbara y su hijastro Michael Wilson; el cambio del mapa político mundial a raíz de la caída del comunismo; la desaparición de los antiguos colaboradores técnicos; el incontenible avance de la informática y los efectos especiales; los problemas legales con los socios estadounidenses de United Artists; y la urgente y desesperada búsqueda de un nuevo rostro para 007. Entonces llegó el irlandés Pierce Brosnan, que con sus 42 años de edad realizó cuatro películas desde 1995 hasta 2002 (GoldenEye, El mañana nunca muere, El mundo no basta, Otro día para morir). De ellas, la segunda y la tercera están entre las seis mejores de toda la saga. El actor nunca se sintió muy cómodo en el rol, según ha declarado repetidamente, pero mal que le pese fue un Bond espléndido. Lo tenía todo: la actitud, la elegancia, la más larga lista de asesinatos de la serie (135 enemigos muertos) y las frases más oportunas para seducir mujeres. Brosnan fue un experto en seducción, y por eso resultó el Bond más caballeresco, y también el que mejor se las ingenió para que cualquier cosa que cayera en sus manos fuera un arma mortífera. Como contrapartida, revelaba sufrimientos a la hora de luchar. Brosnan jadeaba, sudaba la camiseta y se quejaba cuando los golpes o las caídas eran fuertes, pero siempre lo hacía en la exacta medida: no era un témpano de hielo como Connery, no ponía cara de asombro como Moore, ni era una topadora humana como había sido Dalton y luego sería Craig. Eso sí: nunca se despeinaba. Tuvo mucho éxito, y por eso sorprendió a todos al anunciar su retiro. ¿Motivos? Sólo uno, pero de peso: cumplía 50 años y estaba convencido que lo peor que le había sucedido a la serie era haber mantenido a Moore hasta los 58.
DANIEL CRAIG. Esa deserción provocó una sabia decisión de los productores, que decidieron reinventar la saga desde cero, cuando el recién iniciado 007 aún no poseía la licencia para matar. Pero también desencadenó una verdadera telenovela cuando se supo que el actor elegido era Daniel Craig. El 80% de los fans se volcó a destruir a ese rubio casi desconocido, feo y de ojos azules vidriosos, carentes de vida. La campaña contra el actor fue tan despiadada que llegó a haber un sitio en Internet dedicado exclusivamente a defenestrarlo, y desde ese lugar la comunidad mundial de fans amenazó con rechazar la propuesta y boicotear la película. Los motivos no tenían nada que ver con el currículum de este inglés de 37 años, sino con su imagen: no era alto, ni carismático, ni atractivo. Incluso el Daily Mirror atacó al actor en un famoso artículo titulado “My Name is Soso, James Soso”, o sea “Mi nombre es Masomenos, James Masomenos”. En defensa del actor salieron los cinco anteriores Bond, que declararon por separado que la elección era correcta, y recién allí se calmaron un poco las aguas. Y tenían razón, porque a lo largo de cuatro películas (Casino Royale, Quantum of Solace, Operación Skyfall, Spectre) Craig se metió al mundo en el bolsillo. En él hallamos un 007 realmente de carne y hueso, un hombre que sangra, que golpea duro pero también recibe lo suyo, que bromea a veces y sufre en otras, que comete torpezas debido a su enorme ego, que es despiadado a la hora de matar gente, pero que también se enamora, y por ello ha llegado a llorar, algo del todo impensable en sus antecesores. El resultado fue un verdadero triunfo personal de Craig, que terminó siendo la bocanada de aire renovador que necesitaba la serie. Al intérprete se lo vio tan seguro de sí mismo, que se dio el lujo de burlarse de Ursula Andress y Halle Berry saliendo del mar en forma masculina, pero muy similar a la de esas diosas. Y fue el único actor después de Connery que no necesitó una segunda película para apoderarse de su rol: desde que apareció en el prólogo en blanco y negro de Casino Royale nos convenció que realmente era 007. Esperemos que venza sin tardanza al coronavirus para que de esa manera pueda despedirse de la saga con su quinto título personal a fin de año.
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