El título puede parecer una contradicción de mi parte, considerando mi insistencia en la reducción del Estado y en la menor participación posible del mismo en la vida cotidiana del ciudadano. Babel FM es una parte de ese Estado que podría considerarse una carga más al bolsillo del involuntario contribuyente. Sin embargo, como medio público, tiene características que rozan la perfección para cualquier modelo de gobierno. Puede que exagere, pero sepan disculpar: soy fan y escucha casi permanente.
Lo primero que hace bien Babel es no tratar de competir con sus colegas comerciales. Se dedica a cubrir un vacío que quizás no sea atractivo para generar dinero, pero que aporta contenido de calidad “desatada”, sin preocuparse por el resultado comercial. Gracias a su forma de financiación, no tiene interrupciones publicitarias.
Alguien podría decir —mi otro yo, por ejemplo— que en este sentido Babel tiene privilegios al no necesitar garantizar su propia supervivencia. Aunque ha pasado por varios gobiernos sin perder su identidad, seguramente ha enfrentado desafíos. No obstante, aprovecha ese privilegio para servir a un público que, de otro modo, no tendría acceso al disfrute musical que ofrece esta emisora. Y probablemente lo hace con un costo muy acotado, como parece ser su filosofía.
En las antípodas de este modelo de medio público, hay varios ejemplos que merecerían una extensa crítica. Pero elijamos uno que ha estado en el centro de la polémica recientemente: TV Ciudad.
Martin Lema, candidato a intendente por la coalición republicana, anunció que cerraría el canal y destinaría los fondos que absorbe a funciones más relevantes dentro de la gestión municipal. Un poco de sentido común, no más.
TV Ciudad es todo lo que un medio público NO debe ser: compite en el mismo terreno que los canales privados, asumiendo que su financiamiento asegurado le dará una ventaja (lo que finalmente no sucede). De hecho, usa recursos que son de todos para mantener a sus pocos amigos en pantalla. En tiempos preelectorales, se convirtió en una máquina ideológica al servicio del Frente Amplio. No llena ningún vacío en términos de calidad (aunque en sus comienzos hubo algunos esfuerzos aislados, estos no cambiaron la realidad general).
En sus programas periodísticos, la línea editorial se marcaba desde las oficinas políticas de la Intendencia, un dueño que abusa de su poder. Esto dicho por periodistas que prefirieron alejarse para salvaguardar su dignidad profesional, incluso siendo simpatizantes del Frente Amplio.
Mirando TV Ciudad, recuerdo ciertas prácticas que realmente me molestan: invitados supuestamente súper profesionales, intelectuales al punto de hacerte sentir mal, que parecen tener una visión elevada y científicamente incuestionablemente objetiva del mundo… pero que, al opinar, repiten consignas partidarias baratas, sacadas de algún panfleto de comité de base.
Lema —que tiene pocas posibilidades de gobernar— anunció su plan de cierre, pero inmediatamente adoptó el tono de disculpas esperado, asegurando que nadie perdería su trabajo. ¿Cuál sería el ahorro entonces? Bueno, igual es un paso.
Cuando los medios no piensan en lo que quiere el público —por eso ningún político debería manejar un medio— están condenados al fracaso. A la izquierda le gusta ponerle etiquetas a todo con términos que, por nuestra cultura judeocristiana, suenan a pecado. Por ejemplo, los medios “hegemónicos”. Sí, han logrado dominar el mercado, pero no por una conspiración. Lo han hecho invirtiendo millones en entender y diseñar una oferta atractiva para el público. Su poder radica en que la gente los elige y los ve. Y eso atrae a los patrocinadores, que necesitan que esa gente les compre. Por supuesto, no son santos, se benefician de su posición. Pero siempre después de haber atendido y seducido al público. Así se juega en el mercado.
Un pequeño hecho simbólico ilustra el esfuerzo de los canales privados para mantener la buena voluntad de su audiencia: recuerdo a un puestero en una feria viendo el Mundial de fútbol en una pequeña tele a batería con antena. Para él, prácticamente gratis. Pero ese año, los canales privados habían comprado los derechos por unos 14 millones de dólares. Todo para mantener contenta a su clientela.
Esto me recuerda a Daniel Scheck, administrador de EL PAÍS, que siempre nos decía que debíamos salir a la calle con un diario, con contenido que “gane una elección todos los días”. De nuevo, la verdadera hegemonía: el respaldo del público. Contribuyentes por elección propia.
Canal 5 —o el canal que más veces ha cambiado de nombre, creo yo— es otro ejemplo de lo que no debe ser. También entra en un terreno donde no puede competir, y casi siempre obtiene resultados paupérrimos.
La UNESCO no calificaría estos medios uruguayos como “públicos”, sino más bien como gubernamentales. Su modelo es la BBC: sus autoridades se eligen fuera del ciclo de gobierno y son controladas por un consejo de “civiles”, aunque en Uruguay esto se prestaría para cualquier maniobra político-sindical. Para el organismo internacional:
“Los medios públicos son hechos, financiados y controlados por el público, para el público. No son comerciales ni de propiedad gubernamental, son libres de la interferencia política y de la presión de fuerzas comerciales.”
Lo preocupante es que tenemos un modelo a seguir delante de nuestras narices: Babel FM. Y, sin embargo, entramos en un juego —¿será ideológico?— de querer ganarle al sector privado. Un juego inútil, que lamentablemente le cuesta mucho dinero irrecuperable al contribuyente y aporta poco.
Desde mi punto de vista, solo una radio como Babel puede funcionar en nuestro medio en estos términos. Los canales de TV siempre serán una tentación para los políticos, ahora y después.
Qué bueno que existe Babel, al menos como referencia, como un espejo donde mirarse.
(Aviso importante: esta columna NO es un llamado a que un político se meta, ¡por favor!)
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