Sin Tibieza: Polos opuestos, anarquismo e izquierda por Atanasio Aguirre

Lo primero hoy es agradecer a Voces por el espacio de comunicación que iniciamos ahora y que esperamos sea un aporte útil por el mayor tiempo posible. El primer desafío fue el debate por el nombre de esta columna semanal —un nuevo plan de Voces—, un nombre que debería reflejar e incluso condicionar el contenido que pretendemos compartir. Definir por dónde va la cosa.
Ya se da cuenta el lector de que la tarea es demasiado ambiciosa, pero podemos intentar aproximarnos al objetivo. Recorrer las opciones que manejamos nos permite resumir lo que queremos ofrecerles.
Nuestra primera propuesta, descartada elegantemente por la dirección, fue “Roger no entendió”. La idea es un poco rebuscada, pero tiene que ver con quienes tuvimos un pasado “hippie” y lo vemos completamente distinto a como lo ve Roger Waters, genio musical y creador de Pink Floyd. El movimiento hippie fue una corriente cuyo objetivo era liberarse —más o menos en los años 60— del yugo de una sociedad pacata, dogmática y represiva, impuesta tras la Segunda Guerra Mundial. Una sociedad que también era clasista, racista y segregacionista. Esto hizo que los afrodescendientes tuvieran grandes limitaciones para acceder a la riqueza, pero, paradójicamente, su aislamiento y sufrimiento les brindó ciertas libertades para hacer su música. De allí se nutrieron los jóvenes más rebeldes y rupturistas, y también las jóvenes aún más desafiantes, gracias al advenimiento de la pastilla anticonceptiva, para sumarse a la gran movida definida por el “sex, drugs and rock and roll” (sexo, drogas y rock).
Anarquista sería la ideología más acertada para un hippie, si quisiéramos encasillarlos en una definición (cosa que no les gustaría). El símbolo claro de su protesta era: “No queremos que nos manden a la guerra en Vietnam. ¿Por qué el Estado, el gobierno, puede reclutar y obligar a jóvenes a morir en Vietnam?”. Un Estado manipulador e intervencionista, donde unos señores de muy poca inteligencia, respaldándose en reglas que alguien inventó para darles la seguridad del ignorante, se convirtieron en políticos para mandar a sus jóvenes a una verdadera carnicería.
Nota de color: no todo era color de rosa para los hippies. Si ven la película Adiós Tío Tom, notarán que los movimientos negros más radicales calificaban al movimiento hippie como un mal intento de los blancos por acercarse a hacer las paces con ellos y su sufrimiento histórico.
Roger Waters, quien produjo canciones que hablaban de dejar a los niños en paz y no programarlos para un mundo en guerra, de luchar contra la presencia de un Gran Hermano controlador, hoy defiende —con un espíritu colonizador europeo, creyendo que saben mejor que nosotros— gobiernos como el de Maduro en Venezuela, supuestamente de izquierda. Se pasó a la idea de un Estado demasiado presente. Por eso lo de: “Roger no entendió”.
Otra línea que propuse tenía dos posibles nombres: “Que no moleste” o “No le cedimos todo”. La idea es cambiar el enfoque de cómo miramos nuestras libertades y dónde empieza el contrato social en el que nos movemos. Tenemos nuestras libertades y derechos naturales, pero cedemos una parte al conjunto social para que se organice respetando a todos. ¡Pero no cedemos todo! Esta es la parte que, en general, los gobiernos populistas y la socialdemocracia hacia la izquierda prefieren olvidar. Casi todos los políticos caen en la inercia de creer que pueden disponer de las personas, pero no es así. Para un liberal, las libertades son del individuo, y aunque renuncia a algunas por respeto a sus pares y a la necesidad de organizarse, sigue siendo su dueño. Hay aspectos que tienen que ver con sus elecciones de vida, sus pasiones, sus creencias, su libertad de expresión, que no se prestan a nadie, independientemente de las mayorías o el poder de turno. No es parte del contrato.
El Estado puede ser un interventor molesto; la idea es que sea un apoyo con una relativa presencia. “Que no moleste”, o al menos no demasiado. Que permita a los ciudadanos emprender, innovar y empujar al país hacia un verdadero crecimiento. Crear carreteras, pero no presionar sobre cómo manejar tu auto.
Es una lucha importante que el individuo debe dar a diario contra cualquier forma de gobierno que arrase con derechos y libertades y, fundamentalmente, contra sí mismo, ya que en general estamos contagiados y sometidos a una cultura dependiente.
Finalmente, el humo blanco entre quien escribe y la dirección vino por el lado de “Sin tibiezas”. También estuvo en el tapete “Libre de tibiezas”. Puede sonar político partidario, pero tiene más que ver con el cambio cultural del que hablan Milei y otros. Lacalle Pou dijo que es de valientes ser tibios (SC), según aprendió en estos años de gobierno. Se parece demasiado a ser valientes para ser mediocres. El todavía presidente para nosotros fue la semilla de la causa de la derrota de algo parecido a la derecha, en una de sus primeras conferencias ya dijo que Arbeleche lo convenció de que John Keynes no era tan malo, lo que pinta a ambos. Desde entonces, era fácil pronosticar que terminaríamos con el mismo déficit fiscal que el Frente, con el mismo nivel (nulo) de crecimiento, etc. Números más pulidos y menos presiones internas, pero nada más.
Además, eligió un candidato que se dedicó a responderle a la izquierda en su terreno y se olvidó de lo que realmente se necesita: mostrar un mundo diferente con crecimiento y una reducción del gasto brutal que continuó sin cambios.
Ahora vemos un enfrentamiento por el directorio que promete. El grupo de Javier García se enfrenta a Delgado buscando una mayor dureza contra el gobierno de izquierda. No sabemos si solo están haciendo un reclamo por su mejor votación dentro del Partido Nacional o si realmente buscan un cambio cultural.
Lo dijo claramente un artículo de The Economist sobre la mediocridad política uruguaya: “El electorado prefiere que no haya grandes reformas, pero hace muchos años nadie hace una propuesta realmente diferente” como opción de elección. El famoso cambio cultural. Quizás la oportunidad sea ahora, subiéndonos al carro de un buen éxito en la vecina orilla.