Sorpresa: Encontré un oasis por Cristina Morán
Nunca estuve en un desierto de arena, es decir que nunca vi un oasis, pero sé de qué se trata. Estuve, sí, en un desierto de sal, Atacama, y allí conocí los “ojos de agua” y en alguno de ellos los flamencos rosados, y cercano a otros los restos conservados de construcciones de habitantes primitivos. “Ojos de agua”, oasis del desierto de sal. La crónica sobre Julio Herrera y Reissig publicada por Montevideo Portal, oasis del desierto cultural en el que estamos inmersos. El autor de la crónica al referirse a él dice “Julio Herrera y Reissig, el poeta maldito morfinómano que murió creyendo que no hizo nada” y entra de lleno en un trabajo donde también están involucrados nombres destacados de las letras uruguayas: Idea Vilariño y Angel Rama y desde luego aquellos de la época de Herrera y Reissig y que tuvieron vínculos con él como así también las mujeres que compartieron un tiempo de su breve paso por la vida hasta aquella con la que llegó al matrimonio: Julieta de la Fuente. Tuvo una hija, Soledad Luna, tuvo amigos, (Roberto de las Carreras fue uno de ellos y al decir del cronista, con él, llegó la morfina) y tuvo un gato al que llamó Holofernes. El día antes de morir el poeta le confesó a sus hermanos, Carlos y Teodoro: “Este es el final, que malo es morir así, sin haber hecho nada”. Vivió apenas treinta y seis años y sí, hizo, por eso su nombre no ha caído en el olvido y no caerá siempre que haya un cronista, un poeta, un estudioso de su trabajo, un curioso que quiera conocer su “Tratado de la imbecilidad”; mientras haya un espacio donde recordar su nombre y sus poemas, permanecerá en la memoria y en las bibliotecas de quienes quieran redescubrirlo. Julio Herrera y Reissig murió el 18 de marzo de 1910. En pocos días se cumplirá un nuevo aniversario de su muerte y desde este breve espacio permítanme evocarlo con unas líneas de su poema “El camino de las lágrimas”:
“Citándonos, después de oscura ausencia,
Tu alma se derretía en largo lloro,
A causa de quien sabe que tesoro
Perdida para siempre su existencia.
Junto a los surtidores, la presencia semidormida
De la tarde de oro, decíate lo mucho que te adoro
Y como era de sorda mi dolencia.”
El hoy pandémico me vuelve al mundo real dejando atrás al “poeta maldito”, para regresar al desierto cultural en el que se erige un virus que continúa en su propósito destructivo en tanto los científicos del mundo libran una lucha sin cuartel en el desesperado intento por derrotarlo. Y la humanidad, nosotros, nos aferramos a lo único que hasta ahora nos da esperanzas: una vacuna, las hasta hoy dos dosis que nos inmunizarían llámese como se llame cada una de esas vacunas. Ya volverán, como “las oscuras golondrinas” de otro poeta, el cine, el teatro, las exposiciones, las presentaciones del libro y con todas las actividades que añoramos, dirán “presente” las “juntadas” de amigos, los encuentros familiares, el abrazo fraterno, el día a día que ya dejará de parecernos una aburrida rutina. Es todo por hoy. Hasta la próxima. Que seas feliz. A pesar de todo.
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