Tomá pa vos, NBA por Leonardo Díaz

En tiempos de finales de NBA, con millones de ojos mirando a EE.UU. porque la lógica lo indica, acá no envidiamos nada en este 2025.

La Liga Uruguaya de Básquetbol vivió un año grande. Repleto de emoción, yendo de abajo hacia arriba.

Una Liga con dos gigantes listos para el mano a mano. Aguada y Peñarol se armaron como para romper el molde y ser el 1 y el 2.

Aguada renovó a casi todos los campeones y con Donald Sims ya era candidato, como en épocas de García Morales. Encima el DT Casco Cortizas sumó a Jamil Wilson, un extranjero completísimo: tiro exterior, rompimientos al aro y sutileza al extremo. A la pareja de extranjeros le agregó a Franck Hassel, otro foráneo probado que en la pintura es de lo mejorcito que vimos últimamente.

Aguada estaba para campeón, se sabía.

Pero dejó ir a Luis Santos, que se lo llevó Peñarol. Otro que pateó el tablero, sumó a Luciano Parodi y sostuvo un plantel potente, dirigido por Leonardo Zylbersztein, que ya tenía alguna copa.

Peñarol sabía que era candidato. Lo asumió y su Presidente dijo que iban a empujar hasta conseguir el ansiado título.

El rojo y verde, y el amarillo y negro eran los colores de esta Liga.

Pero apareció calladito Nacional. Un equipo sin figuras rutilantes, pero con muchas ganas y un técnico sin títulos, pero con objetivos claros.

El bolso trajo una buena tripleta de extranjeros: Feldeine, Suárez y Colmenares.

Feldeine, un desconocido para nuestro básquet, se hizo notar de inmediato. Un perimetral impresionante que cargó el equipo al hombro. Suárez, chileno, hizo que ese apellido siga marcando historia en el bolso, como aquel 9 legendario del fútbol.

Nacional viajó a la Liga Sudamericana y se terminó quedando con la Copa, gracias a una defensa sólida. “Defensa nos pone campeón”, decía Pablo López en su Malvín dorado. Esa defensa fue la que adoptó Ponce.

El tricolor no paró de ganar en lo local. Pasó el clásico, 14 triunfos al hilo y récord a flor de piel, pero quedó rojo de vergüenza cuando Trouville, a domicilio, les arrebató la chance de ser el equipo con más victorias consecutivas. Récord que aún mantiene el Rojo de Pocitos desde 2013. Esa fue la única alegría del año para Trouville, que perdió la categoría tras 30 años.

La temporada siguió y Nacional cerró siendo el mejor equipo del año (con otro clásico ganado y en tierras carboneras). Alguna derrota ante Aguada y un cachetazo de Malvín en la última fecha, sumado a la pérdida de puntos de Peñarol, los dejó a ambos del mismo lado del cuadro: se venían clásicos en semifinales.

Acá paro el relato. Porque los ojos dejaron de mirar arriba. Había que mirar abajo.

Trouville y Welcome descendidos. Urupan y Hebraica jugaban por un lugar en los Play-In. El partido no terminó. Se armó una piñata con todo en juego. El resultado: la Liga comenzó a ganar en efervescencia.

No nos agrada un lío en cancha, pero la sanción fue ejemplar. Welcome, que ya había liberado jugadores, extranjeros y camisetas, tuvo que volver. A Urupan le sacaron puntos y había final por el descenso.

El desenlace ya lo saben. Welcome consiguió un par de extranjeros y en su final por la permanencia derrotó al Pandense. Urupan, que estaba salvado, bajó a la B.

Epílogo espectacular abajo, anticipo de lo que vendría.

Arriba, los playoffs. Peñarol y Defensor abrieron la serie. El aurinegro ganaba 2-0, pero se despertó el fusionado. Dio vuelta la llave. Vergüenza deportiva para Peñarol, que se armó para campeonar y terminó lejos. Decepción del año. Fracaso.

El clásico en semis se cayó como Peñarol.

Nacional y Aguada tenían las cartas ganadoras.

El bolso se cruzó con un exhausto Defensor y no tuvo mayores problemas para llegar a la final, aunque ya no estaban Suárez ni Colmenares. Oglivie y Maozinha eran las nuevas caras.

Del otro lado, Aguada y Malvín hicieron crecer esta Liga. Serie súper pareja. El campeón contra las cuerdas tras un arranque demoledor del playero: 2-0 con un Lucas Capalbo que jugó como su padre en sus mejores días.

Pero nunca hay que dar por muerto a un campeón. Aguada revivió de las cenizas y, juego a juego, se fue erigiendo.

3-2 para los de Cortizas en un partido cargado de polémicas. Sin medias tintas: Malvín fue perjudicado por los jueces.

Aguada, exhausto, llegó a la final. Otro objetivo cumplido. Iban por el Bi.

El Antel Arena estaba listo. Dos hinchadas enormes. Los mejores equipos frente a frente.

Nacional marcó la cancha de arranque ante un Aguada que no estuvo a la altura física en el primer juego.

Pero otra vez, Aguada revivió. Tres victorias al hilo. 3-1 y el bolso sin Feldeine, lesionado. Apostaron a un viejo conocido: Michael Smith.

La quinta final era rojiverde. Pero apareció otro Nacional. Peleador, guerrero, reaccionó a tiempo. 3-2.

El sexto era clave. Se terminaba o el olor a remontada invadía Montevideo. Partido peleado, Nacional sacó 20 y parecía cerrado. Pero Santiago Vidal tuvo el título en la última pelota.

El Pepo erró y Nacional igualó la serie. La remontada estaba viva. La Liga, al rojo vivo.

Antel Arena lleno. Final épica. Nacional fue mejor, tenía todo servido: cuatro arriba, cinco segundos por jugar.

Pero un error de Espíndola le dio a Wilson la chance de empatar. Seis jugadores de Aguada en cancha. Técnica insólita al banco. Maozinha tiró un rebote afuera. La última del año fue para el campeón.

Wilson tiró. La naranja bailó en el aro. No entró. Fiesta tricolor.

Patricio Prieto, pibe del club, fue el héroe. MVP de las finales, a pura bomba e intensidad defensiva.

88 años después, Nacional levantó la Copa. Título merecido y muy festejado.

Una Liga que tuvo de todo y que, por un año, opacó a la NBA. No les envidiamos nada. Tomá pa vos, NBA.

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