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Traduciendo universos

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En octubre de 2019, hace poco más de dos años en un mundo pre-covid, escribíamos sobre Una forma de hacer tiempo: “Las diferencias entre los personajes hacen que la incomunicación se fisure, por paradójico que parezca. Los intereses de ambos parecen ser tan distintos que no se hace posible que hablen de sí mismos sin intentar al menos explicarse con algo de profundidad. Lo que podrían ser diálogos automáticos y enumeración de lugares comunes entre dos “artistas” universitarios entre sí, o entre dos empleados fanáticos de las motos entre sí, se torna mucho más sustantivo cuando es entre un empleado de tienda motoquero y una universitaria frustrada por no ser la artista que desea. Los lugares comunes en el diálogo van dejando lugar a un intento más genuino de entender al otro. Pero esto se va logrando, vale aclararlo, sin énfasis didácticos. Una forma de hacer tiempo no pretende indicar nada más allá de la experiencia del encuentro entre dos personajes representativos de la juventud de nuestra época”.

Una forma de hacer tiempo era un espectáculo escrito por Camila Diamant, dirigido por Emanuel Sobré, y protagonizado por ambos. En este 2021 post-covid Camila Diamant y Emanuel Sobré estrenaron Del otro lado del mundo (escrito por ambos, dirigido por Sobré, pero con las actuaciones de Diamant y César Troncoso en este caso) y el encuentro entre dos criaturas que pertenecen a universos distintos vuelve a ser uno de los ejes temáticos del espectáculo. Pero no un mero encuentro superficial, Luz y Ernesto son dos personajes que, aunque lo van descubriendo lentamente, encuentro tras encuentro, se modifican (¿sanan?) en la misma medida en que intentan acceder al universo del otro. Lo que parece claro es que en Del otro lado del mundo la exploración de esta posibilidad de encuentro entre realidades disímiles, y esto se explicita en el programa de mano, es mucho más consciente. O que al menos es una intensión que de forma explícita atraviesa todo el espectáculo.

Luz es una joven que se gana la vida trabajando en un bar y realizando trueques, su horizonte temporal es limitado, y es perseguida por algunas circunstancias personales que iremos descubriendo durante la obra. Ernesto es un académico entre frustrado y resentido, que está intentando acostumbrarse a vivir fuera de la cómoda burbuja universitaria. El insomnio los encuentra, y las escenas irán intercalando esos encuentros nocturnos, fundamentalmente en el apartamento de Ernesto, aunque también en otros espacios. También hay escenas en que los personajes delinean alguna circunstancia puntual, sea simulando una conferencia, sea directamente haciendo un aparte que completa el cuadro.

En los encuentros descubren, aunque esto no es explícito, que deben “traducir” muchas veces el significado de algunas acciones o expresiones para que el otro las comprenda. De hecho los momentos de mayor incomodidad entre los personajes se suceden cuando uno de los dos ignora o subestima el significado de alguna acción para el otro. Lo que sí es explícito es un proyecto en el que ambos terminan embarcados: una suerte de diccionario de palabras japonesas que no se pueden traducir literalmente al castellano. La cultura japonesa es uno de los intereses de Ernesto, y este interés compartido por ambos de encontrar palabras en aquel idioma se da de bruces con la incapacidad de que en su propia idioma muchas veces se reconozcan el uno al otro.

Es difícil no buscar posibles influencias de esta obra en, por ejemplo, Lítost, espectáculo de Jimena Márquez que incluía personajes que coleccionaban palabras que no se podían traducir de un idioma a otro. Pero sobre el surco que más parece caminar la obra de Diamant-Sobré es sobre el filme Perdidos en Tokio, dirigido por Sofía Coppola y protagonizado por Bill Murray y Scarlett Johansson. Si bien los personajes son distintos, la diferencia de edad, el universo exótico de la cultura japonesa, y el hecho de que el filme de Coppola originalmente se llame Lost in Translation la convierte en una referencia de la que uno no puede prescindir. El vínculo entre los personajes, con ese deseo que parece latente pero que se mantiene contenido, algo que se traduce en una cercanía corporal por momentos incómoda, parece extrapolarse del universo del filme al de la obra.

Independientemente de las referencias, Del otro lado del mundo es un espectáculo que vale por sí mismo. Se construye a partir del vínculo de dos criaturas extrañas entre sí, pero que aprenden a acercarse, a conocerse, y en esa necesidad de explicar lo que en cada submundo es obvio, se genera una confianza que permite pasar a otro plano de cercanía, a un plano del que emergen adicciones, marginalidad, miseria académica o rutinas matrimoniales. Paradojalmente, y al igual que con Sara y Alejo en Una forma de hacer tiempo, la diferencia de los personajes termina siendo la que permite una comunicación más honesta. Quizá esto también delate una postura vital de Diamant y Sobré respecto a las relaciones humanas, sería tema para profundizar, pero lo cierto es que esta visión “optimista” de los vínculos en contextos más bien oscuros parece ser una propuesta que se desprende de sus dos espectáculos en conjunto.

Más allá de lo anterior, el espectador queda atrapado en la historia a partir del magnetismo de las actuaciones de Troncoso y Diamant. Troncoso es quizá el actor más relevante de nuestro país, una figura cinematográfica de proyección internacional que tiene su origen en el teatro independiente montevideano. Poder verlo actuar en una sala teatral es un privilegio que no se debería dejar pasar. Y con Diamant se complementan a la perfección. Los mundos diversos también se traducen en las actuaciones, el habla verborrágica y la inquietud de Luz contrastan con el tono más reflexivo, los movimientos más serenos, o torpes, de Ernesto. Nada parece descuidado en ese sentido. La dirección parece no perder de vista incluso los momentos en que la corporalidad de ambos empieza a sintonizar, aunque como mencionábamos antes, hay un límite que el propio lenguaje corporal nunca deja de señalar. Del otro lado del mundo tiene actuaciones de esas que, como nos gusta decir, valen la ida al teatro por sí mismas. Quedan pocas funciones, no se las pierdan.

 Del otro lado del mundo. Dramaturgia: Camila Diamant y Emanuel Sobré. Dirección: Emanuel Sobré. Elenco: César Troncoso y Camila Diamant.

Funciones: viernes y sábados 21:00. Teatro Alianza.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.