En la actividad política existen muchísimos casos de transfuguismo.
Podemos remontarnos a la fundación del Frente Amplio en 1971.
Allí salieron de sus colectividades históricas dirigentes como Zelmar
Michelini, Enrique Erro, Alba Roballo o Pancho Rodríguez Camusso
Y se tiraron al agua para integrarse a un partido con destino incierto
Hubo muchos casos en la izquierda y hay mudanzas hasta hoy.
Sin ir más lejos Hugo Batalla se fue al Frente y luego volvió al
partido Colorado, mientras que el PDC que fue fundador del Frente,
luego se va y años más tarde, regresa junto con el Nuevo Espacio.
En los partidos tradicionales hay decenas de casos de pases entre
los diversos sectores y siguiendo a diferentes líderes o caudillos.
En los últimos años los “chaqueteros” sobreabundan y vemos a
wilsonistas con herreristas, a tupamaros con comunistas, a foristas
junto con riveristas, o a cabildantes unidos con batllistas new age.
“Negros y blancos, todo mezclado”, al decir de Nicolás Guillén.
Cambiar de postura no está mal, es algo natural que sucede por
motivos variados y que muchas veces tiene bases ideológicas.
Pero no podemos chuparnos el dedo y se sabe que mucha gente
cambia de sector como de camisa por acomodarse en algún cargo.
Por la plata baila el mono, dice el refrán, y algunos dirigentes
políticos se parecen mucho a nuestros antepasados primates.
Los ansiados puestos en las listas son mercancía de cambio.
Y los pases de dirigentes partidarios mueven muchos billetes, en
transacciones secretas de montos y contratistas implicados.
Hay gente que ve en la actividad política un medio de vida, y actúa
en consecuencia, sin importarle mucho la trayectoria o la divisa.
Otros, por suerte la enorme mayoría en nuestro país, han abrazado
la militancia como una forma de vida y mantienen la coherencia.
Esos, sin lugar a dudas, son los verdaderos imprescindibles.
Alfredo García
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