UDELAR: entre la doble moral y la ceguera ideológica por Diego Silveira

 República -ese monstruo inamovible de la corrección política, la burocracia perpetua y la indignación selectiva- volvió a hacer de las suyas. Esta vez con la excusa de la geopolítica internacional, la “ciencia con conciencia” y el tan manoseado “compromiso con los derechos humanos”, decidió rechazar y pedir al gobierno el cierre de una oficina de innovación científica creada por el gobierno anterior de Jerusalén. Si, en Jerusalén. Israel. El único país de Medio Oriente donde podés ser mujer, homosexual, disidente político, y seguir respirando al día siguiente. Pero eso no importa. Lo importante es repetir el dogma, aunque la realidad lo contradiga.

No nos hagamos los tonto. Esto no se trata de ciencia. Se trata de ideología. Se trata de una universidad que, desde hace años, funciona como una caja de resonancia de una izquierda que, cuando se queda sin argumentos, sacude y levanta las pancartas.

¿Alguien vió una declaración institucional igual de enérgica cuando Rusia bombardeó hospitales en Ucrania? ¿O cuando la dictadura socialista de Maduro masacró estudiantes en las calles venezolanas? No, ahí la Udelar se pone en modo de observador internacional y se calla la boca, mirando para el costado, no sea cosa que moleste o incomode a alguien con quien tiene convenios.

Pero cuando se trata de Israel, ¡ah, ahí sí se envalentonan! Ahí aparece la indignación automática, la resolución de emergencia, la condena rotunda. ¿Y por qué? Porque es Israel. Porque hay una parte de la izquierda uruguaya que cruzó la línea hace rato y coquetea, sin pudor, con el antisemitismo disfrazado de antisionismo. Porque les cuesta una barbaridad aceptar que un pueblo históricamente perseguido haya logrado construir una democracia vibrante en medio del caos, y encima con tecnología, ciencia y premios nobel.

¿Y Orsi? El gran Orsi. El presidente de la empatía, el café descafeinado. El hombre que dice que hay que escuchar a todos pero que, cuando le preguntan por este mamarracho de resolución, responde con una tibieza que haría sonrojar a un budista. “No es algo que comparta necesariamente”, creo que dijo. Qué valiente. Qué jugado. Qué claridad. Pero si hasta le tiembla la voz; no vaya a ser cosa que pierda algún voto en los pasillos de Humanidades. Está claro que no quiere pelearse con su electorado universitario, ese que se indigna en asambleas, pero después se va de intercambio a Europa con pasajes subsidiados.

La Udelar, que tanto se llena la boca hablando de inclusión, de diversidad, de pensamiento crítico, le cierra la puerta a un país donde convergen algunas de las mejores universidades del mundo, donde se investiga sobre salud, ciberseguridad, agricultura de punta. Mientras acá chapoteamos para no seguir bajando escalones a nivel internacional donde no figuramos ni entre las 500 mejores universidades del mundo. Pero no, no pueden colaborar con Israel porque eso sería “avalar la ocupación”. Como si la ciencia tuviera nacionalidad. Como si los acuerdos científicos fueran campos de batalla ideológica.

El problema no es Jerusalén. El problema es la cobardía moral. La miopía intelectual. El doble discurso de una institución que prefiere quedar bien con sus círculos ideológicos antes que abrirse al mundo. Y eso, en una universidad pública, es un fracaso. Un fracaso profundo. Porque si la universidad no puede distinguir entre la cooperación científica y la política internacional, estamos jodidos. Y si un presidente no puede decirlo en voz alta, estamos aún más jodidos.

Mientras tanto, con las pancartas en la Udelar llenándose de moho, la ciencia avanza, con o sin la Udelar. Y Jerusalén va a seguir estando ahí. Innovando, investigando, progresando. Aunque a Montevideo le duela.

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