El cine de Brian De Palma es sinónimo de suspenso, obsesión, muerte, manipulación, traición, erotismo y voyeurismo, marcas de fábrica de un autor que mañana cumple 80 años. Amado y odiado por partes iguales, De Palma nunca fue nominado al Oscar ni al Globo de Oro.
DE PALMA. Nació el 11 de setiembre de 1940 en New Jersey. Hijo de un cirujano, desde muy pequeño tuvo afición por la física y la tecnología, y se inició en la cibernética, como ha confesado en el documental De Palma (Noah Baumbach y Jake Paltrow, 2015), que puede verse en diversas plataformas por internet. Luego descubrió el cine experimental en la Universidad de Columbia, Nueva York, y comenzó a participar en teatro y realizar sus propios cortos. Esos films fueron rodados con una cámara de 16 milímetros comprada en una casa de empeños, y fue él quien realizó todo el trabajo de grabación, montaje y sonido. Con apenas 22 años de edad consiguió una serie de premios con un mediometraje llamado Wotan’s Wake (1962). Un año después, estudiando en el Sarah Lawrence College, se asoció a un profesor y una alumna para hacer un largometraje llamado The Wedding Party, cuya dirección firmaron los tres, y cuyo estreno no se produciría hasta 1969, cuando el director ya había logrado lanzar otros dos largos, la comedia negra Murder à la Mod (1968), y Greetings (1968), divertida radiografía de los estados anímicos de la contracultura neoyorquina. En esas y otras películas amateurs (Dionysus in 69, 1970; Hi, Mom, 1970), contó con la colaboración del actor y libretista William Finley. Allí De Palma volcó su fascinación por Godard, de la cual luego renegaría, y comenzó a mostrar cierta admiración por Hitchcock, aunque en realidad lo que más debe importar de ese sector inicial de su obra es que pudo alardear de su estupenda utilización de los aparatos ópticos. Es justo señalar además que en esos films fue De Palma (y no Scorsese o Coppola) quien descubrió a un joven talentoso llamado Robert De Niro.
A esas alturas se había labrado un nombre dentro del joven cine independiente del área de Nueva York y fue contratado por Warner para lo que terminó siendo un gran fracaso, Get to Know your Rabbit (1972), un largo que contó con la participación de Orson Welles. Esos films nunca han sido estrenados comercialmente en nuestro país (algunos llegaron en pésimas copias en VHS, allá por los 90), pero sí conocemos el resto de su obra. Porque De Palma supo recuperarse del fracaso acudiendo por primera vez al espíritu de Hitchcock en Hermanas diabólicas (1973), un asunto bastante morboso de gemelas psicóticas, que fue realizado con tres pesos, entre amigos y con mucho talento en ciernes. El resto es conocido por el cinéfilo: la sensacional Fantasma en el paraíso (1974) fue un alarde de sensibilidad gótica e investigaciones expresionistas, aunque en lo argumental y musical parece más un film de Paul Williams que suyo; cinco discutidas, aunque exitosas, revisiones de Hitchcock (Magnífica obsesión, 1976; Furia, 1978; Vestida para matar, 1980; El sonido de la muerte, 1981; Doble de cuerpo, 1984); y, entre todo eso, la que aún con sus excesos visuales parece una de las mejores adaptaciones de Stephen King: Carrie (1976). También en ese ajetreado período debe ubicarse un desastre mayúsculo que en la actualidad los jóvenes convirtieron en objeto de culto: Caracortada (1983) no sólo es un disparate narrativo, porque cuenta de mala manera en 170 minutos una historia que en 1932 propició una obra maestra de 93 minutos, sino que contiene la labor más vergonzosa de Al Pacino, grotescamente desorbitado en un producto que posó de serio.
CARACTERÍSTICAS. En los últimos 35 años De Palma ha hecho de todo, desde varios engendros que es mejor olvidar (Demente, 1992; Misión a Marte, 2000; Femme Fatale, 2002; Dominó, 2019) hasta tres estupendos policiales (Los intocables, 1987; Atrapado por su pasado, 1993; Misión imposible, 1996) y dos films altamente cuestionadores, boicoteados en su momento por la industria: Pecados de guerra (1989, sobre Vietnam) y Samarra (2007, sobre Irak). En todo ese cine su habilidad con la cámara, buscando ángulos imposibles, es sólo la punta de lanza de su creatividad, aderezada por la frecuente división de la pantalla y la búsqueda de varios puntos de atención simultáneos en una misma secuencia, rasgos de un cineasta incomprendido por quienes consideran que su talento se limita a copiar o versionar a Hitchcock, mientras lo acusan de misoginia.
Está claro que las fuentes inspiradoras que De Palma ha tomado sin rubor van de Argento a Eisenstein, pasando por Antonioni y Godard, aunque su popularidad la ha conseguido reconstruyendo enmascaradas remakes de películas de Hitchcock, transformándolas en obras personales, aunque inferiores a las originales. Ese saqueo le proporcionó un gran número de detractores, motivando una comprensible animosidad en grandes sectores de la crítica. Aun así, reducir el trabajo de De Palma a mero vehículo de vampirismo artístico sería una manera reduccionista y limitada de juzgar su obra. El director desarrolló un estilo propio y reconocible, al punto que la etiqueta “una película de Brian De Palma” identifica la naturaleza y las expectativas del producto. Resulta evidente que en varios de sus trabajos las influencias y semejanzas a otras obras son obvias, pero no es menos cierto que éstas son utilizadas como puntos de partida que, mediante un imaginativo uso del tratamiento fílmico, terminan siendo distintos, singulares y con una indiscutible identidad propia. Su prolífica carrera, con 30 largometrajes de los que la mitad son defendibles, posee la suficiente firmeza y personalidad como para imponerse por encima de juicios de valor simplistas.
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