Alejo es un muchacho rígido, directo, que se gana la vida transitando por los trabajos más precarios y alienantes de nuestro tiempo, con pocos momentos para disfrutar de su fanatismo hacia las motos. Sara es una joven en búsqueda de algo que intuye pero a lo que no logra dar forma, una pretendida artista que parece necesitar refugiarse del mundo hasta lograr encontrarse con eso que la volverá reconocida. Ambos están encapsulados en una soledad indefinida, una soledad en la que se han refugiado quizá para no recibir una imagen de sí mismos que contrasta con la que han proyectado.
Es difícil, ante las situaciones que van transitando las dos criaturas de Una forma de hacer tiempo,
no pensar en algunos personajes de Aki Kaurismaki. El cineasta finlandés ha retratado con particular lucidez el legado de “losers” que el milagro económico de su país ha generado. Losers que sin embargo no han dejado de tener el obstinado deseo de ser felices, de autorrealizarse, y de reconocerse en algún otro. Y la obra de Camila Diamant y Emanuel Sobré, que transcurre en el país que recibe las mayores inversiones extranjeras de Finlandia, se detiene en dos criaturas que perfectamente podrían habitar el universo kaurismakiano. En particular Alejo, cuando queda congelado en un gesto adusto, mirando hacia la nada pero concentrado, parece venir directamente de Luces al atardecer, Un hombre sin pasado o El otro lado de la esperanza.
La diferencia mayor entre los personajes de Kaurismaki y los de Diamant-Sobré, más allá de las diferencias entre cine y teatro, es el espacio en que se mueven esas criaturas. El marco espacial del cineasta es la ciudad, una ciudad con intersticios de los que surgen los personajes más desafortunados. Mientras que el marco espacial de Una forma de hacer tiempo es el living del apartamento en que viven Alejo y Sara. Alejo sub arrienda un cuarto del apartamento para poder pagar el alquiler, y el vínculo que establece con sus concubinos es el imprescindible, pero Sara dinamita esa dinámica con su personalidad extrovertida. De hecho un impulso “creativo” de Sara en la madrugada es el puntapié inicial de un espectáculo que nos introduce directamente en la convivencia de estas dos personalidades tan opuestas. Al respecto reflexiona el propio Alejo: “Si alguien me preguntara cómo terminamos viviendo juntos, solo podría decir que se fue quedando. Como casi todo lo que nos pasaba, nos pasaba sin que pudiéramos hacer mucho al respecto. Y como no teníamos ningún punto de apoyo, tampoco podíamos movernos.”
La precariedad del apartamento parece vincularse con la forma en que transitan la vida,
una forma que tiene mucho de resignación que se vuelve automatismo. La pecera en que se convierte el apartamento también es explicitada, en este caso por Sara: “afuera es difícil respirar. Hay como demasiado aire y se me saturan los pulmones”. Pero el encuentro entre esas dos personalidades tan dispares termina aportando algo de sentido a la vida de ambos. Las diferencias entre los personajes hacen que la incomunicación se fisure, por paradójico que parezca. Los intereses de ambos parecen ser tan distintos que no se hace posible que hablen de sí mismos sin intentar al menos explicarse con algo de profundidad. Lo que podrían ser diálogos automáticos y enumeración de lugares comunes entre dos “artistas” universitarios entre sí, o entre dos empleados fanáticos de las motos entre sí, se torna mucho más sustantivo cuando es entre un empleado de tienda motoquero y una universitaria frustrada por no ser la artista que desea. Los lugares comunes en el diálogo van dejando lugar a un intento más genuino de entender al otro. Pero esto se va logrando, vale aclararlo, sin énfasis didácticos. Una forma de hacer tiempo no pretende indicar nada más allá de la experiencia del encuentro entre dos personajes representativos de la juventud de nuestra época. Los hallazgos poéticos, el humor, las disquisiciones sobre el arte o sobre modelos de motos se combinan para dar cuenta de una forma de habitar el mundo que impide proyectarse mucho más allá del momento en que se debe pagar el alquiler el mes siguiente. Que no significa que los personajes no se imaginen distintos a como son, simplemente el horizonte de posibilidades no parece dejar margen para que puedan hacer otro recorrido.
Una forma de hacer tiempo es un espectáculo sumamente divertido, pero que abre el espacio para reflexionar sobre las posibilidades de habitar nuestra ciudad para parte de una generación que al rondar los treinta años debe resolver su situación material día a día sin la vieja expectativa de “formar una familia” ni la posibilidad de desarrollarse como alguien “exitoso” ¿Qué queda entonces? Diamant y Sobré nos dejan las interrogantes, las respuestas están a cargo del espectador. Sí importa, quizá, el anotar lo relevante que puede ser el saber que se tiene un lugar a donde volver, un punto de apoyo, un lugar en el mundo.
El alquilar un apartamento entre varios amigos es una forma de resolver los costos de vida que se ha extendido cada vez más en ciudades como Montevideo. Sin embargo esta forma de convivencia no era tratada en los espectáculos teatrales hasta hace muy pocos años. Con estéticas diversas creadores como Sebastián Calderón, Federico Puig o ahora Camila Diamant y Emanuel Sobré demuestran que estamos ante una generación que reflexiona, con humor y sin afán pedagógico, sobre nuestro tiempo, sobre la forma en que hoy conviven las generaciones que están dejando de ser jóvenes. Una forma de hacer tiempo es un potente ejemplo de estas reflexiones escénicas. No se la pierdan.
Una forma de hacer tiempo. Dramaturgia: Camila Diamant. Dirección: Emanuel Sobré. Actúan: Emanuel Sobré y Camila Diamant.
Funciones: Miércoles 21:00. Centro Cultural Tractatus (Ituzaingó 1583)
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